miércoles 17 de abril del 2024

Una discusión que no tiene final

Un sector del periodismo deportivo encara el comentario de un partido con el mismo estilo discriminatorio de la tribuna. La crítica de A. Fabbri.

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La descalificación y el goce por el sufrimiento del rival son una moda que ya ha fijado raíz en el fútbol argentino. Son años de achicamiento cultural en cuanto a la competencia deportiva, muchas temporadas pensando en el daño que se le puede hacer al equipo que pelea por los mismos objetivos, el ingenio puesto al servicio de la burla y la broma más soez o más elaborada, tratando de provocar ira y alguna respuesta futura tan o más estúpida.

El fútbol nacional está enfermo de autodestrucción y entre tantos síntomas, un sector grande del periodismo deportivo encara el comentario de un partido con el mismo estilo discriminatorio de la tribuna, con ese intento de menoscabar una manera de jugar o en todo caso, de condenar una idea por su supuesta falta de grandeza.

En las canciones de los hinchas de los últimos años se hizo carne aquello de “equipo chico, la p… que te p…” en relación a que un rival poderoso descendió a la segunda categoría o en todo caso, hace rato que no realiza una buena campaña. Seguramente, los autores de un estribillo pegadizo y burlón, discriminador y autosuficiente, fue ideado por hinchas de equipos grandes, acostumbrados a éxitos nacionales y de pergaminos más famosos que aquellos que vituperan.

Esa historia del “equipo chico” viene a cuento porque se ha contaminado una parte del periodismo buscando una manera de descalificar a quienes defienden más de lo que atacan, calculan la fuerza relativa del adversario y prefieren ceder protagonismo y audacia. Muchas veces lo hicieron los cuadros más modestos, cuando la tómbola del fútbol los enfrentaba con los dueños del poder deportivo.

“Se defendieron como un equipo chico” o “jugaron como un equipo chico” vendría a ser, en la mente de quienes hacen una división clasista del fútbol como en otros tiempos, porque el plantel más modesto optó por cuidar el arco propio mucho más que buscar el otro. O, en todo caso, encontrar la ocasión más favorable para hacerlo. La historia está repleta de triunfos de equipos humildes por la mínima ventaja, con un contraataque perfecto y letal. Y el dueño de los nombres rutilantes, de los cracks que ganan fortunas, se quedó sin nada. Y ahí, un sector del periodismo tiene que escribir, casi con molestia, la victoria del débil sobre el poderoso. Se sabe, en el fútbol, no hay lógica.

Se criticó mucho a Carlos Bianchi en los últimos días, porque Boca viene jugando “como un equipo chico” ya que en cada partido propone poco y trata de no recibir goles. No le ha salido muy bien la estratagema, porque ha sido vapuleado en muchos de esos encuentros y su patético puesto penúltimo en el torneo así lo atestigua. Eso sí: Carlos Bianchi tiene una coraza protectora que lo deja inmune a adjetivos catastrofistas y también es coherente con su exitoso paso por la dirección técnica de Boca. Si el andar de Boca lo hubiera conducido Falcioni o algún otro técnico vernáculo, su cabeza ya hubiera rodado y habría un sustituto.

En el fondo, hay un desprecio por el trabajo colectivo, la dedicación a planificar el juego ante un rival mejor dotado y con elementos de jerarquía. Hay una subestimación hacia quienes no programan el desempeño de sus hombres en función propia exclusivamente sino que lo hacen tomando pocos riesgos y tratando de sumar los puntos necesarios para mantener la categoría. Se puede ser más audaz, más ofensivo, pero hay que tener clara conciencia de las limitaciones. Lo bien que le haría al fútbol una lluvia de gestos ambiciosos, aunque hoy sean pocos los que se animan. El desencanto de los escribas de quienes manejan mucho dinero y mucho público hace que se critique a los humildes con mucha menor contemplación.

Todos, alguna vez, han sido “equipos chicos”. Después, algunos crecieron, tuvieron aciertos deportivos, buenos jugadores, aportes económicos, soportes políticos y pudieron dar el salto de calidad. Otros no contaron con esos elementos o lo intentaron y lo hicieron mal. Hay de todo. En el fondo, el detalle no es cómo se prepara o se arma un equipo para jugar un partido, sino la capacidad de trabajo, el talento y el esfuerzo planificado para saltear los obstáculos aun siendo menos. Aunque a un sector del periodismo no le guste. Sin esos “equipos chicos”, los más grandes no tendrían sustento tampoco. Unos se necesitan con otros y como el fútbol no es lógico, a veces ese “equipo chico” se lleva el premio mayor. Mal que les pese a algunos escribas.