El clima se va calentando. Primero fueron algunos manotazos escasos de puntería en la tribuna del Maracaná. Después, una lluvia de botellazos estalló en la apacible noche de Belo Horizonte, donde un hincha argentino terminó con un dedo fracturado cuando un brasileño intentó arrebatarle una bandera. Y por último sonó el primer disparo. Fue en Porto Alegre e hirió en una pierna a Gonzalo Núñez, un argentino de 35 años, la noche anterior al partido con Nigeria. Según informó la policía militar “gaúcha”, Núñez recibió un tiro luego de discutir con un “torcedor” brasileño en un bar del bohemio barrio Cidade Baixa.
La rivalidad entre argentinos y brasileños siempre existió. Es el Boca-River del fútbol sudamericano y hasta podría considerarse mundial. Pero las cosas están pasando a mayores, y lo que hasta hace poco quedaba en el terreno de las cargadas se fue endureciendo y pasó a niveles bien diferentes, más peligrosos. Peor aún con Brasil siendo anfitrión de la Copa del Mundo y Argentina intentando “copar la parada”. Cariocas, paulistas, gaúchos, todos se sienten invadidos por los miles de argentinos que aparecen para alentar a la Selección.
Las cifras sorprenden. Comenzó con 40 mil hinchas en Río de Janeiro, siguieron otros 40 mil en Belo Horizonte y más de 80 mil en Porto Alegre, según la Policía brasileña y 120 mil según datos de la Policía argentina. Se agregaron 18 vuelos más entre Buenos Aires y Porto Alegre sólo para el día del partido (fueron un total de 29 vuelos entre lunes y miércoles). Unas 15 mil personas cruzaron la frontera por Uruguayana, formando una fila permanente de 1,5 kilómetro durante todo el día (Uruguayana es sólo una de las siete fronteras terrestres que unen la Argentina con Río Grande do Sul). Necesitaron acondicionar 76 galpones especiales para que los argentinos pudieran dormir tras llegar al 100% de ocupación hotelera. Y las autoridades migratorias de Brasil deportaron a 32 argentinos que integraban la lista de barras que envió el gobierno nacional.
Con la Selección comandada por Messi clasificada para octavos de final, el siguiente encuentro se jugará en San Pablo el próximo martes. Se espera la llegada de entre 50 mil y 60 mil hinchas, y eso preocupa mucho, tanto a los responsables del Consulado argentino como a las máximas autoridades del gobierno de la ciudad. Desde hace una semana se llevan a cabo reuniones fuera de agenda para planificar las cosas de manera tal que se puedan evitar enfrentamientos. En un principio, la Policía y los funcionarios paulistas no parecían darles demasiada importancia a las advertencias del Consulado argentino, pero después de recibir la información de los enfrentamientos en Río, Belo Horizonte y Porto Alegre comenzaron a tomarse las cosas más en serio.
A tal punto llega el temor por lo que pueda suceder, que se elaboró un plan para tratar de evitar que los turistas de nuestro país adopten el barrio de Vila Madalena como meeting point antes y después del encuentro. Desde que comenzó el Mundial, ese barrio es el punto de reunión tanto de los jóvenes paulistas como de las hinchadas de todo el mundo. El alcohol corre por bares, restaurantes y hasta en las propias calles más que los alemanes dentro del campo de juego, y eso puede considerarse un fósforo encendido en medio de un arsenal de pólvora. Por eso desean inducir a los argentinos a inclinarse por otros centros con movida nocturna y con mayor cantidad de restaurantes argentinos, como Moema o Itaím Bibi.
¿Cuándo comenzó la rivalidad entre argentinos y brasileños? La respuesta es simple: con el propio fútbol. Pero las cosas fueron empeorando con los años y hoy se encuentran en un alto nivel de beligerancia.
Durante mucho tiempo, especialmente cuando los vaivenes económicos favorecían a los argentinos, muchos llegaban a Brasil intentando demostrar superioridad cultural y poderío económico. Eso todavía no se olvida. “¿Sabés por qué los argentinos son nuestros hermanos? Porque la familia no se elige”, puede escucharse de norte a sur del país.
Ese chiste es apenas uno de una extensa lista que tiene a los argentinos como protagonistas absolutos de todo tipo de cargadas. Más aún: es sorprendente la cantidad de comerciales en la televisión brasileña con esa premisa, uno de ellos protagonizado por el propio Diego Maradona. Antes del comienzo de la Copa, muchos brasileños desencantados con el gobierno de Dilma Rousseff comentaban con aparente sinceridad y sin tapujos que deseaban que Brasil perdiera la final con Argentina en el Maracaná. Nada más parecido a una pesadilla apocalíptica. Pero, según ellos, ésa es una de las pocas esperanzas que tienen para que Dilma no sea reelecta.
Sin embargo, a poco de comenzar el Mundial, eso se acabó. La mayoría de los que pensaban así cambiaron de idea. ¿Por qué? No se trata de un repentino ataque de nacionalismo, ni que se dieron vuelta y ahora van a votar por el PT. Fue simplemente que vieron a miles de argentinos en acción en las tribunas y en las calles de sus ciudades, mostrados en toda su esencia en los noticieros más vistos de la TV. Eso los conmovió tanto que hasta el más ferviente opositor prefiere otro período del PT antes que soportar a los argentinos festejando desaforadamente con su estilo tan particular y agresivo en sus narices. Ya no se trata de una bandera, un partido de fútbol o una rivalidad profunda pero pasajera. Se trata de un distanciamiento cultural, de formas de ser casi opuestas. Se trata, fundamentalmente, de ver en “el otro” algo a lo que nunca quieren parecerse. Y eso es mucho más que fútbol.
*Corresponsal en Brasil.