Era el clima de una final que todos los brasileños esperaban desde que se anunció que organizarían los Juegos Olímpicos en Río 2016. En el Maracaná parecía que la gente vivía la revancha de aquella fallida final del Mundial 2014, a la que el anfitrión no pudo asistir por el ya mítico 7-1 ante una Alemania que ahora era el rival por el oro.
El único título que el fútbol más ganador del mundo no podía ostentar. El pueblo brasileño necesitaba subirse a lo más alto del podio por primera vez en su historia. Y con el corazón en la mano, y los penales para romper con la maldición más grande que les quedaba.
El partido arrancó como todos lo esperaban en la previa. Alemania con la pelota y Brasil esperándolo para salir de contra. El destino dio un indicio de lo que sería el partido al minuto 10. En aquella semifinal en Belo Horizonte fue el minuto en el que Thomas Müller anotaba el 1-0. Esta tarde hizo que el remate de Bender se estrellara en el travesaño de un Weverton ya vencido. La suerte parecía ser solo brasileña.
Brasil sufría con el toque alemán hasta que apareció él. El tan criticado Neymar durante todos los Juegos Olímpicos por su bajo rendimiento. El 10 del equipo agarró la pelota, la acomodó para el tiro libre y le pegó tan bien que la pelota pegó en el travesaño y se metió en el arco teutón. El Maracaná empezó a ser una fiesta que parecía que nadie se atrevería a terminar. Y la suerte también jugó su final. Otros dos tiros a los palos mandaron el partido con el 1-0 brasileño al descanso.
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En el medio de la fiesta hubo tiempo para acordarse de Argentina. Primero el grito de guerra que utilizaron los locales para hostigar a todo argentino que osara cantar en cualquier competencia. Hoy en el estadio retumbaba el “Mil gols! Mil gols! Mil gols! Mil gols! Mil gols! Só o Pelé! Só o Pelé! Maradona cheirador (aspirador)!”. También hubo un tiempo para hacer sentirle el clima a Messi: “Eta, eta, eta; Messi nao tem copa, quem tem copa ê o Vampeta”
Pero lo que era una fiesta se transformó en una pesadilla cuando llegó el empate alemán. Ahí se escuchaba el silencio. Y la angustia de los 75 mil brasileños que coparon el estadio "mais mítico do mundo". El partido se rompió. Brasil iba con lo que tenía y los europeos esperaban para jugar con la desesperación canarinha. Cada avance teutón era una silbatina que abrumaba a todo el mundo. La hinchada quería ser decisiva.
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Pero llegó el alargue. Y ahí tuvo las más claras el local. Pero chocaron con un Timo Horn que se hizo gigante y obligó a que la histeria se estirara un rato más. Los penales eran los que definirían si la maldición de Neymar y Brasil se prolongaría cuatro años más (había perdido la final en Londres ante México) o se acabaría para siempre.
Y se acabó para siempre. Weverton le atajó el quinto penal a Petersen y el oro quedó en bandeja en los pies de Neymar. Y los cracks están hechos para las grandes responsabilidades. Se paró enfrente de la pelota. Se sacó la mochila eterna de la responsabilidad olímpica y acarició la pelota al gol. Brasil campeón olímpico. Para acomodar la historia.
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(*) Enviado especial desde Río.