Bonavena hoy sería jurado en el Bailando. Y bajaría de su camioneta para alborotar el Faena. Y sería una estrella en las redes sociales. Y facturaría millones. Y sería además tema en todos y cada uno de los programas con panelistas. Todo eso sería Bonavena. Y tal vez más. Porque cuando nada de ese humo existía, él lo inventó.
Ringo fue propietario de los derechos de su propia imagen. Fue un genio del marketing cuando ni se sabía lo que era el marketing. Fue mediático cuando esa palabra todavía no se había inventado. Todo de manera intuitiva. Hace cincuenta años armó un personaje y el mundo lo compró. Con gesto infantil y un cigarro en la boca, saltó de Parque Patricios a Las Vegas.
La pelea con Muhammad Ali es su gran hit. Bonavena necesitaba fabricar ese combate y se instaló en Nueva York para provocarlo. El plan era impulsar una pelea que Ali no estaba dispuesto a dar. Entonces recurrió al circo. Empezó a llamarlo “negro”, “maricón”, “gallina”, todo en un inglés sanateado, y se burlaba porque no había querido ir a combatir a Vietnam. Hasta que Ali confesó: “Nunca tuve tantas ganas de darle una paliza a alguien”. La pelea estaba armada.
Pero allá, en Estados Unidos, a Ringo no lo conocía nadie. De alguna manera tenía que promocionarse. Necesitaba un envión de la prensa. ¿Qué hizo? En la previa al combate consiguió un toro -es probable que lo haya alquilado, aunque nunca se sabe-, se puso ropa de cowboy y salió a pasear por la 5ta Avenida, la Avenida Madison y Times Square. Al día siguiente todos los diarios publicaron las fotos del excéntrico argentino que amenazaba nada menos que al gran Ali. El 7 de diciembre de 1970 se enfrentaron en el Madison Square Garden. Se pegaron hasta el último round. Recién en los minutos finales Ali tiró tres veces a Ringo y ganó por KO técnico. Puro coraje.
A Bonavena ni siquiera le gustaba hablar de boxeo. Se divertía más planificando acciones de marketing para promocionar las peleas que él mismo inventaba.
Arriba del ring, Bonavena se sostenía en su fuerza y su valentía. Pero abajo tenía un talento mayor: era pícaro e histriónico, con una pizca justa de caradurez. Un tipo encantador. Por eso no tuvo que hacer demasiados esfuerzos para vincularse con la farándula. Llegó a participar de una obra de teatro junto con Zulma Faiad, grabó la canción Pio Pio, que fue un éxito de ventas, y se sumó a cuanto programa de tele lo invitaran. En youtube hay videos de su participación como comediante en Viendo a Biondi. Pero lo mejor fue lo de la madre. Ringo hizo famosos los ravioles caseros que hacía doña Dominga y la señora terminó como conductora de un programa en el que agasajaba a sus invitados con el plato de la casa. Una Mirtha de Parque Patricios.
Hoy, a 44 años del asesinato de Ringo, quedan el mito, las anécdotas, algunas frases celebres, el gran libro de Ezequiel Fernández Moores y el recuerdo de un tipo extravagante y carismático. Un boxeador que transpiraba barrio, un dandy que entró por la ventana, un canchero querible que se le animó a todos. Un tipo que no fue campeón mundial, pero fue ídolo.