viernes 19 de abril del 2024
Deporte y coronavirus

La carta del hijo de Ernesto Sabato para su club de barrio

Mario Sabato reflejó la importancia y el rol social que cumple Defensores de Santos Lugares, el lugar donde se crió.

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Los clubes de barrio cumplen un rol preponderante en la sociedad y en los últimos años han sido castigados por la crisis económica. En esta pandemia permanecen cerrados y muchos no saben si volverán a abrir sus puertas una vez que pase el coronavirus. Mario Sabato, hijo del reconocido escritor, escribió una carta a su querido Defensores de Santos Lugares, la institución que lo vio crecer.  

La institución de Santos Lugares realizará una colecta de alimentos en plena pandemia de coronavirus para ayudar a vecinos y socios.  

"Dale Defe", por Mario Sabato 

Pasó mucho tiempo desde que era un chico que alborotaba las calles de mi barrio modesto y tan tranquilo. Y hace años que no vivo en Santos Lugares.
Pero el alma ignora esas nimiedades del tiempo y las distancias: sigo siendo un chico de barrio. Es lindo para mí, aunque me lastime con algunos errores, como un prejuicio que me apareció cuando ya no tenía la edad como para seguir molestando a los vecinos de las calles de mi infancia, y comenzaba a añorar las veredas perdidas. Les tuve una antipatía, que me persiste, a los barrios cerrados desde que comenzaron a brotar, con muros que los resguardaban de la miseria y de vecinos hundidos en la pobreza.

Sé que es injusto, porque debe haber buena gente también en esos refugios de la realidad. Y no me agrada que se me haya reflotado mi aversión esta mañana, cuando vi las fotos de la caravana automovilística que organizaron los que pasan la cuarentena en los barrios privados del Tigre. Sé de la angustia que es están sufriendo. Es, más o menos, la misma que puedo tener yo. Como ellos, vivo en una casa con jardín, y tengo para comer. Sufro la ausencia de mis hijos, me desgarra no poder abrazar a mis nietos. Es lo que me dice que vale haber vivido, y que me empuja a seguir viviendo. Me aliviaría poder quejarme, reclamar por mi libertad tan atenuada.

Pero no lo hago, porque sería un agravio a los millones que están tanto peor que yo. Los que malviven apretados en cuartuchos de lata y cartón, los que tienen que salir a pedir comida, los que han perdido sus trabajos, los que no podrían, si se contagian, dejar sus escuálidas casillas por el miedo a que les usurpen lo poco que tienen. Los pequeños comerciantes a los que se les fundió el futuro, los que trabajaban por cuenta propia y no saben si podrán rehacer sus vidas, los que dependían de sus changuitas diarias para llevar algo de comer sus casas. Podría seguir con el listado, pero es demasiado extenso y tan lastimoso. Tampoco vale mucho la pena que sea exhaustivo: los que no perciben el dolor ajeno seguirán sin conmoverse. También para eso están los muros que los protegen, para resguardarlos de las catástrofes ajenas.

Temo estar suplantando un estigma, el que condena la desgracia de los que viven en villas miserias, por otro también injusto, que insulta a todos los que tienen la gracia concedida de vivir en un barrio cerrado. Voy a ser, entonces, más preciso. Me reduciré solo a los que se manifestaron en esa caravana automovilística.
A ellos les digo: No tienen derecho, manga de atorrantes, a reclamar por la restricción a su Derecho de Tránsito, cuando está amenazado el supremo Derecho a la Vida. Escribí Vida, y prefiero mirarla de otra manera, más bondadosa, sobre todo cuando no me queda tanta.

Vuelvo a mi barrio, que quedó atado a mi corazón, para retomar las esperanzas tan necesarias. Es un barrio modesto, como ya les dije, donde las cacerolas se usan para cocinar. Y que ahora se convierten en un símbolo de amor y de solidaridad, porque cocinan también para los demás. Enfrente a la casa en la que viví mi infancia, que hoy es un museo que resguarda el legado de Ernesto Sabato, está el Club Defensores de Santos Lugares. Fue mi lugar cuando era un chico, y también el sitio que eligió mi padre para que lo velasen cuando se muriese.

Hoy, después de ver las deprimentes fotos de los manifestantes vehiculizados, leí una apelación de mi club, que me señaló que importan más los dignos de siempre que los nuevos ricos. Copio, sin quitarle ni una coma ni agregarle algún acento, el llamamiento de mi Club Defensores de Santos Lugares:

'Estimadas familias, teniendo en cuenta la difícil situación que está viviendo gran parte de la población a raíz de la pandemia del Covid, el Defensores de Santos Lugares no puede estar ausente en este momento tan complicado. Por eso vamos hacer una colecta solidaria de alimentos, destinada a socios y socias, vecinos y vecinas que estén pasando por un momento difícil y a un comedor de la zona. Por eso vamos a estar en el club del 3 al 20 de junio recibiendo donaciones, los días: miércoles 3, viernes 5, lunes 8, miércoles 10, viernes 12, lunes 15, miércoles 17, viernes 19 de 15 a 19 horas y el sábado 20 desde las 11 de la mañana en una gran jornada dónde vamos a hacer la distribución de lo recaudado. Necesitamos de tu parte: alimentos no perecederos, pañales, ropa (principalmente de abrigo), productos de limpieza, juegos y juguetes y cualquier otra donación que parezca pertinente. Por cada donación te llevas un número y el día 20 sorteamos 10 pases libres de un mes en la disciplina que estés practicando y los tres primeros también se llevan una camiseta del club. Sabemos que los argentinos y argentinas nos caracterizamos por ser una sociedad solidaria, que en los momentos más difíciles siempre está para tender una mano a los/ as que más lo necesitan, contamos con todos/as ustedes para hacer de esta jornada, una gran movida que demuestre que grande es la gente de nuestro club, que grande que es la gente de 3 de Febrero. Los/as esperamos!'

El que esté cerca y pueda, que ayude.
Yo, por mi parte, voy a volar hacia mi infancia. Y volver a ser ese chico gritón y sudoroso que alentaba a nuestro equipo de básquet, gritando, como grito ahora:
- Y dale Defe, dale y dale Defe!