“El mejor jugador de fútbol de la historia” no alcanza. “El héroe del Azteca” no lo define. “D10S” es incompleto. Diego Maradona fue todo eso y mucho más que todo eso. Excedió las estadísticas futboleras y las definiciones de wikipedia. Ahora que se fue y se hace necesario pensar quién fue este tipo que se fue, aparecen estos dilemas. Murió un personaje extraordinario que, además de todo, siempre se mantuvo en la incomodidad de los extremos.
Murió el cebollita que deslumbraba en los potreros de Villa Fiorito y soñaba con jugar en la Selección. El máximo referente de esa fábrica de jugadores que es Argentinos Juniors. El ídolo de Boca, el dios del Nápoli. El que le dio dignidad a la celeste y blanca.
Murió un tipo que esquivó el confort y que no tuvo reparos en cuestionar a aquellos que deshumanizan el fútbol. El personaje contradictorio que le dedicó su libro “Yo soy el Diego” a Carlos Menem y a Fidel Castro. El de los abrazos a sus jugadores. El de los balines a los periodistas.
Murió el amigo incondicional de sus amigos y el enemigo feroz de sus enemigos. El padre ejemplar y el padre ausente. El marido dudoso. El mejor hijo que cualquier padre o madre podría imaginar.
Hay muchos maradonas en Maradona. Uno que hizo 358 goles, otro que lanzó frases memorables, uno que se entrenaba después de dormir solo un par de horas, otro que llegaba a los mundiales con un estado físico impecable. Uno que se crió en el barro y otro que hizo fortunas en Emiratos Arabes. Un Diego que despertó un amor incondicional y otro que generó un odio extremo.
Ahora que se fue cada uno podrá elegir a qué Diego despedir.