viernes 19 de abril del 2024

Racing, l'amour fou

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“El ser que ama está sujeto a sufrir o, lo que es peor, a engañarse acerca de la razón de su sufrimiento. Debido a la entrega absoluta que ha hecho de sí mismo, se ve tentado a culpar al amor, cuando es precisamente la vida la que falla.”

De “El amor loco” (“L’amour fou”, 1937). André Breton (1896-1966).

Todo por un color, cantaba Spinetta en La bengala perdida, y de esa loca fascinación nace la estúpida y conmovedora pasión del hincha, un amor incondicional, una poética involuntaria sin métrica ni razón. “Sentimiento inexplicable”, llaman ellos a su incontrolable pulsión y con ella a cuestas circulan por la vida, sintiéndose parte de una aristocracia creada de apuro, únicos herederos de una épica con la que pretenden diferenciarse del otro, ese infierno. Es inútil. Sin el otro no habría dialéctica, ni goce, ni gloria ni nada. Se odian casi tanto como se necesitan. “¡Vos no existís”, le gritan a quien sostiene el juego con su presencia y completa el círculo interno. Paradojas.

Ser de Racing, al contrario de lo que muchos creen, no es nada difícil, al menos para mí. Tuve suerte. Con mi club fui campeón de todo lo que se podía ser justo cuando yo era un niño ávido de ese tipo de excesos, y más tarde, juntos, enfrentados a las crisis y al rigor de la madurez, descubrimos a tiempo la inutilidad de los invictos, el valor que se alimenta del miedo más profundo y el sabor real de la victoria, ése que sólo se siente después de levantarse de la caída más dura.

Racing no es parte de lo que suelo llamar, con desdén y algo de envidia, “la burocracia del éxito”. No necesita ganar para ser amado. Le basta con ser.

Estar ahí y fallar, en su infinita carrera hacia el horizonte. Cada año, Racing es Sísifo con su piedra y yo celebro el mito tanto como lo hizo Camus en su célebre texto. Enhorabuena, Academia.

Me pregunto qué hubiese sido de mí si Marín, De Tomaso o cualquier otro Macri hubiese impuesto un “Racing hegemónico”. Uf… ¡No sabría cómo actuar! Racing es un camino, jamás una meta. Kafka habla de eso, en La partida, un cuentito tan corto como un copete. Si Franz viviera, seguro se hacía hincha, muchachos. Como Gardel.

Lo admito: esta vez me comí el amague. Después de la goleada a Colón pensé que éste, por fin, era “el” año (aclaración: lo siento, pero para mí no cuenta el 2001, un título festejado en la peor semana de la historia y cuando Racing era una empresa; gracias, pero para hinchar por una marca, prefiero el TC). Y... no. A partir de allí, todo fue una montaña rusa. Bien arriba… y muy abajo.

Racinguito, el adolescente. Así llamé al equipo, con más ternura que crueldad, en el último “De frente” que escribí para mis amigos de Olé. Fue a fines de abril, cuando aún había alguna esperanza. El texto todavía puede leerse en la web del diario junto al millón de insultos que me dedicaron los foristas académicos que quieren matarme por darles letra a los vecinos rojos que entran para burlarse. (Sugerencia: el curioso comportamiento de estas babeantes tribus de ciberhinchas debería ser estudiado por la ciencia, tanto como los organismos unicelulares, ciertas plagas o la notable orientación de los murciélagos, esos desagradables animalitos ciegos que vuelan de noche.) OK, volvamos a aquella desconsolada y ácida columna. Así empezaba:

“—¿Qué pensás ser cuando crezcas, Racinguito?

”—¡Un gran equipo, señor!”

Y así seguía: “Sí, algo de talento tiene, pero... Ya sabemos como son los adolescentes. Pierden la concentración, se cuelgan. En el momento menos pensado, chau, se les aflauta la voz, tropiezan, se duermen, meten la pata. Están verdes”.

Tal cual. Podría haberlo escrito hoy. El equipo tenía, efectivamente, un buen lejos. Pitaba su cigarrillo como Bogart, sonreía y… tosía, fatalmente. Un desastre. Parecía, pero no era. Nunca fue.

Miguel Russo es un señor de buenos modos que supo imponer un latiguillo autorreferente y circular: “Yo digo que”.

Sofista entrenado, habla mucho y dice poco gracias a su arsenal de frases hechas. Es un profesional capaz pero más aburrido que chupar un clavo y con un karma, digamos, sensitivo: no transmite nada, ni hacia adentro ni hacia afuera. Para colmo, no tuvo suerte. Se quedó sin Gio y pese a la fenomenal aparición de Teo, el resto le funcionó en tres cilindros. Arrancaron como el Barça y terminaron como el Peronismo Federal, pifiando pases a un metro. El nuevo milagro será tarea de Simeone, pobre, que contará con el colombianaje sano y al menos sufrirá como hincha. Aleluya.

Uf. ¡Basta de Racing, Asch! ¿Por qué insistir con tu maldito equipo justo hoy, cuando hará de soñador en el “Bailando” de Vélez y el país entero habla del increíble guión de Hitchcock que fue la definición por el descenso?

Ni yo lo entiendo. Aunque quizá sí lo haría Breton, el poeta del acápite que se moría en París mientras nacía el Equipo de José. El mismo que en una carta incluida en el capítulo VII de L’amour fou le deseaba a su pequeña hija: “Que seas locamente amada”. Wow.

Gracias, André. Claro que sí. Esa es la clave. El viejo, querido y loco amor por los colores.

Todavía, y pese a todo, queremos sufrir por eso.

Esta nota fue publicada en la Edición Impresa del Diario Perfil

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