martes 19 de marzo del 2024

Otra que la silla eléctrica

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Dicen cerca de la dirigencia de Racing que Luis Zubeldía –técnico del equipo desde hace dos semanas- está siendo estudiado porque aun hay cierta desconfianza con él. Afirman los que todo lo saben, que allegados a la presidencia de Argentinos Juniors no terminan de aceptar el trabajo de Leonardo Astrada, entrenador del plantel desde hace dos meses.

También algunos aseguran que la nueva comisión directiva de Independiente no entiende por qué se prolongó tanto el ciclo de Ramón Díaz y no resolvieron prescindir de él ni bien habían asumido. Lo mismo piensan algunos directivos de San Lorenzo, porque con Ricardo Caruso Lombardi ya consiguieron 8 puntos sobre 12 posibles y encima, avanzaron en la Copa Argentina. Quizá si Madelón se hubiese alejado antes, el equipo tendría más puntos, conjeturan.

Como se observa, el fútbol argentino padece una enfermedad incurable: el resultadismo, agravado por la ausencia de medicamentos eficaces para neutralizarlo. Léase jugadores de alto nivel técnico, entrenadores con ideas audaces y ofensivas, juego limpio y tolerancia a los errores arbitrales. La falta de gol se observa en el promedio: 270 goles en 120 partidos, da un promedio de 2,25 goles por encuentro, un dato demostrativo de la anemia que existe hoy.

Faltan cracks y escasean los goleadores, no es novedad. Con Agüero, Gonzalo Higuaín, Pepe Sand, Rodrigo Palacio, Javier Saviola, Pastore, D’Alessandro, Stracqualursi, Denis y con Palermo o Fuertes con algunos años menos, seguramente el promedio se elevaría bastante. La utopía es solamente eso, una ilusión que se evapora con semejantes ausencias.

Los supuestos “proyectos” se respetan porque hay algunas dirigencias tolerantes y los resultados acompañan. Lo certifican José Romero en All Boys, Ricardo Gareca en Vélez y andan por la misma senda Julio Falcioni en Boca, el Vasco Arruabarrena en Tigre, Ricardo Zielinski en Belgrano, Darío Kudelka en Unión, Gabriel Schurrer en Lanús y Gustavo Alfaro en Arsenal. Cuidado que en varios de estos casos, la duda tras tres o cuatro partidos con resultados negativos puede quitarles la confianza mayoritaria que hoy disfrutan en la conducción de sus clubes.

Se modifican los torneos tibiamente, no habrá más Promociones para que los hinchas sufran menos, el descenso tuvo algún toque en su implementación, se mantienen los torneos cortos porque los dirigentes quieren dos campeones de una rueda y no les causa gracia un único ganador de la temporada. Socializan los títulos y achican el sufrimiento de los descensos. ¿Y si proponen que haya un ganador y no haya perdedores? El terror a la derrota, al estigma ridículo del “fracasado”, del “muerto” que son las dos palabras descalificadoras más usadas en las tribunas los alcance a ellos. Claro, si somos un país de ganadores, ¿cómo seríamos perdedores?

Nadie habla del juego. Nadie explica por qué los partidos son tan aburridos y apenas se ven destellos de calidad en contados jugadores. Nadie analiza qué miedos atenazan a los equipos para no atacar con más futbolistas, para no buscar más y mejor el arco del rival de turno. Hay una epidemia de vértigo, pelotazos, pases mal dados, tiros libres mal ejecutados, agarrones y peleas a codazo limpio en las áreas. Y seguimos avanzando, sin reparar en tamaña decadencia.

Les damos mínimas comodidades a los visitantes, los pulmones para pacificar a los violentos son cada vez más grandes, las dificultades para conseguir entradas crecen de fecha en fecha. Los horarios bordean el ridículo y la gente sigue apasionada, gritando por sus colores mucho más que por quienes los representan en este campeonato.

La verdad, estamos bajando por el tobogán y no nos damos cuenta que abajo no hay arena. Solamente un duro empedrado que nos hará chocar contra este presente decadente.

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