jueves 28 de marzo del 2024

La Selección, el Chapu y el "Mostro Felí"

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En el fútbol, al igual que en la vida, están los que nacieron con estrella y los que se la han ganado a base de sacrificio y esfuerzo. Los primeros se destacan, sobresalen, son las “víctimas” del elogio fácil cuando se gana y, en la mayoría de los casos, son preservados cuando el equipo pierde. Los segundos no. Para ellos el camino es más arduo y generalmente al final de su carrera sumen más palmares que reconocimiento. Ambos llegan a ser estrellas, pero las consiguen de diferente manera. Al fin de cuentas, cualquiera que entienda un poquito del juego no puede imaginar un equipo sin contar con los dos exponentes.

En la historia del fútbol, los equipos exitosos han tenido un Maradona y también han tenido un Batista, un Kempes y también un Gallego, o un Pelé y un Clodoaldo. Muchos dirán que los segundos fueron conocidos gracias a los primeros, algo no necesariamente cierto. Pero podríamos continuar así, enumerando un sinfín de equipos históricos, donde al lado del habilidoso convivía el laborioso, especialmente dedicado a cubrir las espaldas, a hacer relevos y a equilibrar el devenir del juego.

En el inconsciente colectivo, este rol goza de poco reconocimiento. Lo difícil es lo otro: es “clavarla” de treinta metros o gambetear a diestra y siniestra, como lo hizo Messi ante Paraguay o como lo hace habitualmente. Eso de correr al rival hasta debajo de la cama y quitarle la pelota, o de no dejarlo progresar, no tiene tanta relevancia ya que supuestamente lo hace cualquiera.

En la selección argentina de los últimos años, el encargado de cumplir esa tarea fue Javier Mascherano. Su altísimo nivel lo hizo acaparar elogios y es en la actualidad uno de los mejores medio-campista defensivo del mundo. Pero a medida que fue moldeando su juego al estilo posicional del Barcelona, redujo su despliegue y aparecieron algunos comentarios adjudicándole una caída en su rendimiento. Probablemente “Masche” sea hoy más jugador que aquel que llegó al Barça (en 2010), pero el cambio de estilo (respetando más las posiciones, corriendo menos y recuperando más por ubicación que por dinámica) condicionó la evaluación de su desempeño en el equipo argentino, donde sus compañeros no tienen esa idiosincrasia de juego. Difícilmente volvamos a ver al Mascherano “corredor de toda la cancha” de la dolorosa derrota por 4 a 0 ante Alemania (en Sudáfrica 2010) porque hoy su juego tiene otra impronta y otra esencia.

A medida que pasan los partidos, la selección argentina va tomando esa fisonomía que pretende y define a Sabella. De a poco, el entrenador va encontrando el equilibrio necesario para utilizar y usufructuar los innumerables recursos que tiene en ataque y para no perder la compostura en defensa. Al comienzo de la gestión, el equipo mostraba una loable intención ofensiva pero el problema estaba en la faz defensiva, justamente algo inimaginable en un equipo de Sabella. Cada centro que llovía al área eran un martirio, los laterales eran una invitación al desborde rival y Argentina sufría en las transiciones de ataque a defensa: el equipo quedaba desequilibrado y el rival disponía de mucho terreno para iniciar el contraataque.

La responsabilidad en las jugadas de pelota parada es individual y depende de las características del futbolista y de su concentración. Por otro lado, las incumbencias en las transiciones de juego son un problema colectivo y es en los mediocampistas donde descansa el mayor compromiso. Esto implica respaldar el ataque como apoyo en el juego y como sostén en la primera presión, sin perder de vista que cuando esa primera presión falla, hay momentos para atorar y cortar, y otros para retroceder y aguantar con la defensa.

Estos aspectos fueron trabajándose con el correr del tiempo y Argentina llegó al partido del viernes por Eliminatorias con el desafío de enfrentar a un rival dotado de virtudes en esos aspectos donde no mostraba solidez. Paraguay, lejos de estar en su mejor nivel, mantiene al juego aéreo como uno de sus recursos ofensivos más destacables y cuenta con un par de delanteros veloces y potentes listos para aprovechar el contraataque. El seleccionado argentino, pese a contar con cuatro atacantes netos, nunca quedó expuesto al contraataque (ni aún después del empate paraguayo) y, también, supo como neutralizar el juego aéreo.

Fue Rodrigo Braña quien cumplió esa función ante Paraguay y lo hizo de manera muy certera. Indudablemente el penal (por una mano infantil y atolondrada) y su vehemencia para cortar con falta en algunas oportunidades, condicionaron el análisis de muchos al momento de juzgar su rendimiento. Perder de vista los aspectos positivos y cuestionar su presencia por la edad, la procedencia o cualquier otro argumento que no se correlacione con la función específica del mediocampista, es una realidad a la que lamentablemente, estos futbolistas que no nacen con estrella, deben hacerle frente.

Será Sabella quien determine el retorno o no del Chapu para la próxima convocatoria (mañana no podrá jugar ante Perú por acumulación de tarjetas amarillas) pero quien haya entrado alguna vez a una cancha sabe que para que en un mismo equipo jueguen los Messis, Di Marías, Higuaines y Agüeros, también deben jugar los encargados de recuperar las pelotas que estos pierdan. Pónganle el nombre de Braña, o de cualquier otro que por confianza y conocimiento decida el director técnico, ya que conformar un equipo de fútbol exitoso no se resume (como algunos creen) al simplón proceso de acumular nombres para tener al “Mostro Feli”.