domingo 24 de noviembre del 2024

Al pobre Junior se lo fumaron entre todos

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“El boxeo de hoy es como el mundo del espectáculo, ya no hay peleadores de verdad: todos son actores, y el mejor showman… se convierte en el campeón.”De Rod Steiger (Nick Benko) a Humphrey Bogart (Eddie Willis), en “Más dura será la caída” (1954)

Amo el boxeo. Un sábado de abril de 1982 abandoné en puntas de pie el Teatro Coliseo, adonde me habían invitado para ver Caviar, el show de Jean-François Casanovas, para escaparme y ver Uby Sacco-Saldaño en el Luna. Un peleón. Volví justo para la escena final. “¡Me encantó!”, repetí agradecido, recordando íntimamente cómo Uby lo hacía “saludar” a Saldaño con unos upper de manual. Travesuras…

El boxeo es mi debilidad. Por eso la semana pasada esperé hasta el último segundo del cierre de PERFIL para escribir sobre Maravilla. Aunque en realidad tenía pensado algo para Fernando Cáceres, el ex futbolista que hace dos años, en un asalto, fue baleado en su auto y salvó su vida de milagro. Porque leí su nota en la revista villera La Garganta Poderosa y allí afirmaba, entre otras cosas, “ningún pibe nace chorro”. Y luego posó con una enorme mano donde se leía: “No a la mano dura”. Lo dice la víctima, desde su silla de ruedas, con medio cuerpo paralizado, su ojo ciego y una bala en la cabeza. Sin odio, sin pedir pena de muerte. Es admirable. Te la debía, Negro querido. Va por vos.

El fenómeno Maravilla me habilita para hacer otra columna de boxeo. Además, el fútbol no me ha dado mucho tema salvo algún conventillo para llenar, el River-Racing de hoy y ese partidito con un tibio Brasil jugado con un respeto algo… sobreactuado, ¿no?

Todavía repiten aquel reportaje en el que Fantino se asombra cuando Martínez le cuenta que llegó a una de sus peleas en limousine y eso no le produjo ninguna emoción especial. No parece tan raro si uno presta atención a su discurso o lo ve boxear: está a kilómetros de esa estética pomposa y vulgar. Una pena, eso sí, el triste papel de matón que lo obligaron a hacer en esas patéticas conferencias de prensa previas. ¡Todo sea por el pay per view, my boys!

Pero hay más ovejas blancas. Lucas Matthysse, por ejemplo, un fantástico boxeador algo opacado por el “boom Martínez”, ganó el título mundial de los welter junior en el Rock Hotel y Casino el sábado anterior a las peleas de Maravilla, y el Chino Maidana, y no tuvo ganas de quedarse una semana más en Las Vegas, la ciudad del pecado y el mal gusto más caro del planeta para ver en vivo a sus colegas. Y se fue.

Pobre Chávez Junior. Lo que le faltaba después de la paliza era un doping positivo. ¡Y por marihuana! Increíble. Si su equipo pensó que de verdad podía hacerle pelea a Martínez, seguro que esos porros no se los fumó él solo, ¿eh?

Hoy, en México –la dura lex del derrotado– lo matan. Lo acusan de ser un irresponsable, un cobarde y juran que la caída final fue más por la soberbia de Maravilla que por sus agallas de mexicano, que nunca demostró. Nadie se apiada de este chico que soportó como pudo el peso de ser “el hijo de la leyenda” y que fue creado artificialmente, sólo para facturar. El plan era casi perfecto, salvo por un pequeño detalle: nunca dio la talla. Es una vieja historia; la escribió Mary Shelley en 1818 y la llamó… Frankenstein.

Su padre acusa a Freddie Roach, su coach. Y Roach está furioso con su hijo porque nunca tomó en serio sus indicaciones ni se cuidó; ni antes –fue detenido por manejar ebrio en mayo– ni durante el combate. Además, Julito tiene otro antecedente de doping en Las Vegas: el 14 de noviembre de 2009, cuando le detectaron una sustancia ilegal para bajar de peso después de ganarle a Troy Rowlands. Un desastre.

El cannabis, obvio, no da ventaja deportiva. Al contrario. Lo que hace es brindar una cierta sensación de bienestar. Algo que Junior no debe haber sentido desde los 17, cuando lo convirtieron en un producto comercial para explotar el franchising del campeón.

Bob Arum está “decepcionado”. Aunque, muy open mind, opina que la marihuana es una droga social que debería ser legalizada y contó que el chico fumó hasta un par de semanas antes de la pelea porque “no podía dormir”. Lógico. Cualquiera en su lugar tendría insomnio si estuviese a punto de quedar expuesto frente a un boxeador como Martínez. Lo del té con hierbas que trató de instalar su equipo era… insostenible. Más ridículo que increíble.

Entre abatido y furioso por el negocio perdido, José Sulaimán, presidente del CMB, se comprometió a ayudar a Junior con una rehabilitación, si es que sufre alguna adicción. Ojalá le vaya mejor que con su padre, a quien jamás lograron alejar del alcohol y la cocaína, ni siquiera en sus tiempos de campeón del organismo.

México tiene un nuevo ídolo: Canelo Alvarez, campeón mediano junior, nacido en Jalisco hace 22 años, pelirrojo como escocés de Glasgow. Si Maravilla baja unos kilos, quizás armen otro negocio millonario. El australiano David Gale es doble campeón mediano –AMB y FIB–, pero con poca fama y… poco pay per view.

¿Cómo sería esa pelea? Canelo es un tanque de mano dura, que camina bien el ring, usa su jab y sorprende combinando el cruzado de izquierda y la derecha con el clásico gancho al hígado. No está mal. Pero si Martínez está bien físicamente y sus manos sanas, debería ganar sin problemas. Canelo es más bajo, pero su drama es el alcance: 1,80 contra 1,91 de Maravilla. Un abismo. Si no logra acorralarlo lo verá siempre de lejos, mientras le llegarán esos largos, veloces, devastadores golpes. No way, Saúl.

¿Floyd Mayweather? Epa. Eso es otra cosa. Dos talentos antagónicos: una lluvia de millones. El chico bueno y el bad boy. Dos computadoras frente a frente. Una partida de ajedrez jugada a mil, donde alguno verá caer a su rey. Impresionante pelea.

Mmm… en este caso no me atrevo a dar pronósticos, compatriotas. Pero si no la gana Maravilla, me muero.

Esta columna fue publicada en la Edición Impresa del Diario Perfil