domingo 24 de noviembre del 2024

El fútbol no se vende ni se alquila

Mauricio Macri lidera el proyecto de las Sociedades Anónimas Deportivas, el cual es resistido por dirigentes de los clubes más importantes.

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En la noche del 24 de mayo de 2010 comenzaron los festejos del Bicentenario de nuestro país. Una fiesta espectacular, con una multitud lanzada a las calles para celebrar un momento único, distinto, que tuvo un brillo inigualable. Había alegría, había disfrute, había esperanza. Se venía en menos de dos meses la Copa del Mundo en Sudáfrica y la Selección Argentina dirigida por Diego Maradona ilusionaba y prometía llegar lejos. No sucedió.

Sin embargo, en aquellas horas, charlando con amigos surgió la conversación sobre los clubes de nuestro fútbol y su incidencia en los dos siglos de vida independiente. Porque la enorme mayoría de ellos fueron creados entre 1890 y 1910. O sea que casi todos nacieron antes de que la Argentina festejase su primer Centenario, en épocas de inmigración masiva, falta de democracia y dominio absoluto de las familias que capturaron los mejores negocios y las tierras más productivas.

Quiere decir, que en 208 años de vida autónoma como país, la Argentina tiene una larga lista de clubes que participan del fútbol organizado con una existencia centenaria. Que han vivido las mismas crisis económicas que nos destruyen cíclicamente para luego levantarse, que se han bancado dirigencias corruptas y ambiciosas que han gastado mucho más dinero del que podían y los han llevado a tener deudas enormes, a quebrar, pero que se han recuperado, solucionados los problemas más graves y han mantenido sus actividades, ampliando horizontes, gracias al esfuerzo sostenido, voluntario y amoroso de sus socios, de sus hinchas, de los barrios y comunidades que los han cobijado durante tanto tiempo.

Han soportado dictaduras militares que les han quitado terrenos, espacios, los han obligado a mudarse hasta de barrio, los han tratado injustamente con los impuestos haciéndolos pagar como si fueran una fábrica o una industria. Pacientemente, reconstruyeron el tejido social que distintos gobiernos habían lastimado seriamente, absorbieron las crisis, descendieron, lo soportaron, regresaron o todavía lo están buscando y por si fuera poco, hicieron algo aún más importante.

Los clubes del fútbol argentino tomaron el lugar del Estado, abrieron jardines de infantes, escuelas primarias y secundarias, hicieron canchas de otros deportes, contrataron profesores de educación física, entrenadores, asistentes de todo tipo, sacaron chicos de lugares peligrosos, los formaron como deportistas pero también como personas, compitieron y compiten. Viven en este mundo hostil, en una sociedad caníbal, sumergidos en el exitismo, pero siempre han buscado la manera de seguir abiertos, de entregar sus predios a los colegios públicos, a los jóvenes, hasta a quienes necesitan un desayuno o un plato de comida.

Todas estas cuestiones no están presentes en quienes piensan en las Sociedades Anónimas Deportivas, liderados por el presidente Mauricio Macri. Toda la lucha de miles de personas a través de un siglo y pico de años, no cuenta si es que tenemos que pensar en el futuro. Los clubes del fútbol argentino tienen deudas de dinero y también tienen deudas de otro tipo, porque siempre han existido dirigentes deshonestos, delincuentes que buscaron la figuración en un club de fútbol para quedarse con dineros de la institución, para usarlos como rampa de lanzamiento para algo inescrupuloso o sospechoso.

Pero también hay antídotos. La prepotencia del gobierno para incluir el capricho del presidente, las presiones para que se vote en secreto cuando estamos decidiendo si los clubes van a seguir existiendo o no, las duras palabras de funcionarios molestos por la resistencia que encontraron les retrasa su programa “modernizador” son frenados por la cuestionada dirigencia encabezada por Rodolfo D’Onofrio, por Matías Lammens, por Nicolás Russo y por muchos otros hombres y mujeres que rechazan darle el fútbol a desconocidos, a empresarios reales o ficticios, a supuestas organizaciones que no tributan y mantienen sus activos en paraísos fiscales, en lugares donde no pueden ser investigados. Pero por sobre todo, darle lo más importante que tienen, el fútbol que aman desde antes de 1910, los colores, la cancha, la gente. A quienes dirán que todo lo medirán por ganancia o pérdida, que no se interesarán por las otras actividades deportivas, que buscarán maximizar un recurso y olvidarse de todo lo visible y lo invisible que existe en un club, lejos del dinero posible.

Los clubes del fútbol argentino, con semejante historia, se han mantenido enteros, pese a que quisieron cerrar a Racing y lo quebraron, que Temperley supo resucitar después de varios años donde parecía a punto de desaparecer, que Ferro Carril Oeste recuperó su lugar con la lucha de sus asociados tras doce años de tutela judicial, que lo mismo consiguieron otras dos docenas de entidades que aceptaron dar un paso atrás para dar dos o tres hacia adelante.

Si llegan los que dicen traer el dinero contante y sonante prometiendo un futuro exitoso y el bienestar para todos, hay que desconfiarles. Vienen, justamente, a caballo de la iniciativa de un gobierno que prometió mil cosas positivas y terminó generando un endeudamiento que llevará muchísimo tiempo revertir. Que empeoró todo lo que tocó, o casi todo. Que confía en el secreto y la habilidad financiera de los mismos grupos económicos que han destruido clubes centenarios en muchos países que conocemos de sobra. Es el momento de ponerles un freno a los que en el fondo son intolerantes y les molesta profundamente la historia de estos clubes argentinos. Les causa asco toda mención a la contención, la acción social, la formación de niños en distintas disciplinas. Solamente quieren plata. Plata. Plata. Es su religión. No es la nuestra, ni la de nuestros clubes. El fútbol es una religión. No se regala. Ni se vende. Ni se alquila.