En su catársis televisiva, Carlos Tevez aseguró que la llegada de Mauro Zárate a Boca fue parte del plan de Guillermo Barros Schelotto para borrarlo del mapa.
El rencor con Guillermo es cosa del pasado. La valoración que hizo de Zárate, casualmente el compañero que amenaza su titularidad, es un problema presente. Un indicio claro del aire hostil que se respira en el vestuario de Boca.
En limpio: el máximo referente del plantel dijo al aire que la presencia de otro futbolista se justifica a partir de él.
Sería inocente suponer que Zárate se enteró por televisión lo que Tevez piensa de él. Muchos antes de ese lamento televisivo viene la camarilla.
Hay ahí, principalmente, un mensaje para Gustavo Alfaro. Tevez se atajó. El entrenador, por ahora, no confronta. Cuida todos los detalles.
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El domingo, en Rosario, el capitán de Boca era el primer cambio. Alfaro esperó, decidió dejarlo en cancha unos cuantos minutos más de lo que el rendimiento de Tevez merecía.
Cuando lo reemplazó procuró hacerlo por el mejor amigo del ex Manchester United, Ramón Ábila. Distinto hubiera sido ese cambio si el técnico apostaba al pieza por pieza.
Alfaro es hoy el encargado de controlar el ego atrofiado de Tevez. El éxito de Boca en el semestre depende de su capacidad para neutralizar estos enconos.
Alfredo Merlo
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