Grandes historias comienzan a veces por hechos nimios, que se suponen azarosos aunque bien se podrían deber a los antojos del destino o a una sincronía misteriosa dispuesta por un titiritero universal.
Es por esto (o por algún otro designio) que el mundo River le debe mucho a Ramón Díaz. Más allá de sus nueve títulos como entrenador, el riojano realizó una contribución fundacional –aunque involuntaria– al club de sus amores: renunció al cargo justo a tiempo para que Marcelo Gallardo se convirtiera en su sucesor.
Si el Pelado hubiera demorado un par de días más, su decisión de emigrar tras obtener los títulos del Torneo Final y la Superfinal de 2014, si no hubiese dado su conferencia de prensa de despedida el mismo día que el Muñeco se reunía con dirigentes de Newell’s, motivando la urgente comunicación de Enzo Francescoli, nada de lo que vino después hubiese sucedido tal cual.
El 30 de mayo de 2014, el secretario técnico de River anunció que Gallardo sería el sucesor de Díaz. El 30 de mayo de 2019, el Millonario conquistó la Recopa Sudamericana ante Athletico Paranaense y el Muñeco desplazó al Pelado del sitial de entrenador más veces campeón.
Lee también: Gallardo, el más ganador en la historia de River
No es solo la cantidad de títulos –diez– sino su calidad: en cinco años, Gallardo devino en Napoleón a fuerza de una mística inédita, una corriente energética otrora inexistente en Núñez: transformó a River en un equipo copero, abonado a hazañas futbolísticas que su público ahora naturaliza.
El palmarés de Gallardo mete vértigo y despierta admiración incluso en los neutrales. Dos Libertadores, una Sudamericana, tres Recopas, una Suruga Bank, siete títulos internacionales cuando hasta 2014 River exhibía solo cinco trofeos de esta naturaleza. Además de los tres locales: dos Copa Argentina y una Supercopa.
Pero Gallardo no sería mito viviente –ni próxima estatua junto a la de Angelito Labruna– si no se hubiera convertido en bálsamo ante viejas heridas infligidas por los primos del barrio de La Boca. En estos años, el Muñeco conquistó territorio “enemigo” cada vez que la situación lo ameritaba: el Xeneize fue su víctima en la Sudamericana 14, las Libertadores 15 y 18, y la Supercopa 18.
Lee también: River acecha a Boca en la tabla histórica de títulos
La oda a Gallardo no tiene su punto final, aunque sin dudas su estrofa más inspirada ya se escribió el 9 de diciembre pasado. Al decir del periodista y fana de River Diego Iglesias: “La final de Madrid era la chance de empatar el descenso”. Y el Muñeco lo hizo.
¿Quién es este hombre-bronce, este Carlos Bianchi de la vereda de enfrente por el que los hinchas de Boca ruegan que cambie pronto de domicilio laboral y la mayoría de los futboleros argentinos lo quieren en Ezeiza entrenando a la Selección?
Antes que nada es un líder, aquel que por naturaleza –pero también por aprendizaje– conduce a sus seguidores por un camino de excelencia y de consecución de logros. Una fuente cercana a Gallardo consultada por PERFIL, que conoce su día a día en River, lo caracterizó como “un tipo muy exigente con todos, pero muy trabajador y con una gran claridad de conceptos”.
“No es una persona que tiene mucha comunicación, pero con los jugadores es muy equilibrado, es una persona que nunca habla de más ni de menos, sabe cuándo apretar, lo sabe por la mirada, mejoró muchísimo su estado de ánimo; antes variaba mucho en eso y generaba malestar en los jugadores”, agregó la fuente.
Gallardo nunca se conforma. Va por más. Incluso alguna cuenta pendiente, como ganar un torneo local, suele desvelarlo, como reveló a Diego Borinsky, autor de los libros Gallardo monumental y Gallardo recargado: “¿Dónde fuimos más efectivos? En los mano a mano. En el campeonato baja la tensión. No debería pasar, es una de las grandes broncas que me agarro: nosotros hemos ganado prestigio, pero también lo hemos perdido ante equipos muy inferiores al nuestro”.
Igualmente, ningún reproche recibe de los hinchas riverplatenses, faltaba más. Si el Pelado creyó que al irse campeón lo iban a extrañar, se equivocó de cabo a rabo.