jueves 12 de diciembre del 2024

La magia de los equipos chicos

Es como si los equipos grandes fueran tan superiores que casi cumplen el rol de selecciones y los hinchas de los clubes de sus ciudades tienen un fanatismo paralelo.

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Yo ya había escuchado que la Liga Española es futbolísticamente despareja. Barcelona, Real, Atlético y pará de contar. Es entre esos tres clubes que se reparten todos los títulos. Ya lo sabía, pero mi viaje a Vitoria para bancar al Deportivo Alavés me llevó a comprobarlo. Fue la mismísima Liga que me invitó a vivir esta experiencia, a través de ESPN.

Además de recorrer la ciudad, conocer el estadio de una punta a la otra, mirar el entrenamiento y hasta tener la posibilidad de entrevistar jugadores y sacarme selfies con ellos, la clave era Alavés-Real Madrid.

Mi primer contacto al llegar a la zona del estadio fue con un hombre y su hijo, de unos 5 o 6 años, los dos de pies a cabeza con los colores del equipo local. Se ve que algo percibí en el pibito porque hice una pregunta muy obvia que finalmente no lo fue:

–¿Quién querés que gane?

–El Real Madrid.

Un rato después escuché una conversación entre dos fotógrafos:

–¿De qué equipo sos?

–Del Eibar.

–¿Pero del Eibar y el Madrid o del Eibar y el Barcelona?

Es como si los equipos grandes fueran tan, pero tan superiores, que casi cumplen el rol de selecciones y todos, además de ser hinchas de los clubes de sus ciudades, tienen un fanatismo paralelo. ¡Pero compiten en la misma Liga! ¡Juegan en contra! ¿Tiene sentido?

Durante el partido me sorprendió que casi no vi banderas ni camisetas del Real Madrid. Es cierto que hacía frío y quizás fue porque simplemente estaban debajo de los buzos y camperas, pero sin duda las tribunas eran puro azul. Eso sí: cuando metió el gol el equipo de Zidane, se escucharon más gritos que las identificaciones blancas que se podían ver. Hinchas más tibios. Hinchas que aprovechan una vez que lo tienen cerquita a su equipo fácil de querer, y lo van a ver.

Nada de barra ni de cantos merengues. Cero. Casi nadie se viene de Madrid a Vitoria para ver un partido de estos. Mandan a los jugadores a poner el presente, meter unos golcitos y, con apellidos célebres y famosos, sumarle glamour a esta pequeña ciudad del País Vasco.

Los mismos jugadores saben que sacarle 3 puntos al Real es una hazaña. Casi ninguno responde “el sábado ganamos”; dicen en cambio “vamos a dejar todo” o “estamos entrenando para dar lo mejor”. Desde ese lugar de desventaja fue que me enganché con el Alavés. La calidez de los que trabajan ahí, para empezar. La comodidad a la hora de hacer una entrevista o pedir que te regalen una bufanda. Y después, la onda de la hinchada.

O de los “aficionados”, como dicen acá. La “barra” estaba ubicada detrás de uno de los arcos, pero no era popular sin asientos, sino una platea. De todas formas, quienes estaban en ese sector no se sentaron en ningún momento. Ni tampoco dejaron de cantar.

En cuanto a la teoría de que en las canchas de todo el mundo cantan canciones argentinas, no queda más que confirmarla. Me encanta, obvio, es como un egocentrismo nacionalista extraño, similar al que se da cuando nombran nuestro país en una peli. Una que sonaba era, por ejemplo, “movete, chiquita movete”. De otras realmente no pude identificar la canción original porque ya son tan de cancha que no me doy cuenta y hasta capaz sean temas directamente pensados para ese contexto y sin autor ni intérprete.

Se imaginarán una hinchada prolija y poco alborotada. Es así. Hasta me pareció un exceso de consignas: todos los temas tenían un momento claro de aplausos a distintos ritmos que se respetaba sin excepción, o giraban las manos de una manera particular, o levantaban sus bufandas (son para eso, porque no abrigan nada). Todo perfectamente coreografiado. Mi performance preferida fue cuando, a lo Freddie Mercury en el Live Aid con “EO”, de atrás de un arco coreaban algo y de atrás del otro lo repetían un segundo después.

Disfruté mucho del partido, sobre todo porque me imaginé cómo me hubiera mojado si hubiese estado en Argentina. Llovía mucho, pero los asientos estaban techados. Me llegué a enojar, también, porque para ese entonces ya me había hecho hincha del Alavés y se ve que los árbitros siempre tiran para los grandes. Al menos eso se respiraba en las tribunas del Mendizorroza. ¿Para qué tenés el VAR, mi rey? Pero ese es otro tema.

Con lluvia, con un arbitraje algo dudoso, empatando o perdiendo (porque nunca fuimos ganando), la hinchada nunca dejó de cantar. Por eso confirmo que prefiero mil veces a los equipos chicos que a los grandes aunque ganen todo y tengan historia, mística, jugadores monstruosos e hitos. Por eso ahora soy de Sacachispas y del Alavés.

(*) Nota publicada en el diario PERFIL