jueves 25 de abril del 2024

Emanuel Ginóbili, ese viejo-joven de 38

(*Desde Washington). Un mano a Manu en EE.UU. con el mejor jugador argentino de la historia. “Ya no soy el mismo de antes, y no lo seré”, dice.

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El marcador indica 15 para los locales y 2 para los visitantes. La gente explota en la cancha de los Wizards de Washington que pasan por arriba a los Spurs de San Antonio. Moles de casi dos metros de músculos se fajan debajo de los aros, entre corridas hacia uno y otro lado. El ritmo es demencial. De pronto, piden minuto. Salta a la cancha para los Spurs un flaco desgarbado, con pelada nunca disimulada y un 20 en la espalda sobre la camiseta negra. Tiene 38 años. “Do you want discount for senior citizens?”, le gritan desde la tribuna, algo así como una broma sobre si quiere un descuento para jubilados.

Da indicaciones, ubica a sus compañeros. Sin jugadas fantásticas, con pases que en el fútbol se asociarían con Bochini o Riquelme, el juego empieza a cambiar. Lo nota cualquiera, incluso un periodista habituado a cubrir Economía que por primera vez pisa un parqué de la NBA. La bola gira rápido, los visitantes empiezan a descontar. Promediando el segundo cuarto, el 20 sale, su equipo gana por dos. Se va al banco con un triple, un doble y varias asistencias. Jugó diez minutos en esa mitad.

Emanuel Ginóbili está sentado entre Diego Maradona y Juan Manuel Fangio en el Olimpo del deporte argentino, donde también se sumará seguramente Lionel Messi. No hay dudas. Y si las hay, será cuestión de que el tiempo termine de corroborarlo. Fue el primer basquetbolista que cambió la perspectiva de este deporte en el país. Lleva trece años jugando en la NBA, una liga que hasta su irrupción, en 2002, parecía imposible para los argentinos. Y sigue vigente, aun cuando dominan estrellas de 22 o 23 años.

El partido siguió parejo, Manu completa 21 minutos y un par de jugadas mágicas. Se definió sobre el final, en favor de los Wizards, bien a lo NBA con un triple sobre la chicharra. El Verizon Center se viene abajo. Los Spurs de Ginóbili, Tony Parker y Tim Duncan, que acaban de convertirse en el trío más ganador de la historia de la temporada regular, se van al vestuario visitante.

Los veteranos, con Manu a la cabeza, están en calma. Los más jóvenes, como Kawhi Leonard, que falló tiros clave, están de muy mal humor, se ponen hielo en las rodillas y miran en el vestuario las planillas con todas las estadísticas. Cualquier aficionado del deporte que de golpe note que entró, sólo por ser periodista, invitado por el BBVA y DirectTV, por primera vez a un vestuario de la NBA donde además está Ginóbili, o sea Diego en el Napoli, no podrá creerlo. Porque allí los Tato Aguilera o Hernán Castillo de la NBA entran al vestuario después de cada partido, no mandan sólo whatsapp.

“Cuando empecé acá, los primeros cuatro o cinco partidos no lo podía creer”, dice Manu sobre la “invasión” de medios en los camarines, mientras se pone una media a rombos, rodeado de otros compañeros en toalla recién salidos de la ducha. “Así es la NBA”, redondea. Está tranquilo, al igual que Parker a unos metros. Es el quinto partido de la temporada, que en total tendrá 82 fechas antes de los playoffs. Falta mucho. Ginóbili puede estar jugando su última liga. Se siente bien, pero no se confía. Disfruta su vida de crack en la elite al borde de los 40.

Su rol, lo sabe, es ensamblar a la nueva generación de los Spurs que conduce Greg Popovich.

“Sé que no soy el mismo de antes, y no lo seré, y es normal –analiza–; estoy feliz con seguir siendo parte de la NBA, algo que no pasa muy seguido, y más en un equipo tan bueno como éste. La verdad es que cuando uno llega a cierta edad, la parte individual queda a un costado, y se busca el logro colectivo, disfrutar el día a día, y otro tipo de objetivo”. El bahiense, como el grueso de su generación, no vende humo. Responde con sinceridad. Hay poco casette, da la impresión. Dice que forma parte de lo que se llama “la segunda unidad” del equipo, el primer suplente para influir en los juegos. “Me siento respetado, querido y siendo útil todavía. Es un gran placer. No somos muchos con mi edad en la liga, y siento un gran placer haciéndolo”, asegura.

Su rol, lo sabe, es ensamblar a la nueva generación de los Spurs que conduce Greg Popovich, el técnico multicampeón con el que hace unos días bromeó sobre cuántos minutos debe jugar. “Imagino 20 de promedio, hace poco jugué 24 por cómo se dio el partido, pero no va a ocurrir muchas veces; ahora que el grupo se está formando, me necesita más porque tengo tantos años acá y sé bien el sistema, por lo que hago encajar todo un poco mejor. Pero cuando los nuevos estén más cómodos, ahí voy a tener menos minutos”, describe.

—No pareció que tuvieras 38 en el comienzo.

—Estoy satisfecho con mi rendimiento individual. Van pocos partidos. Vengo con el envión mental del descanso y esa frescura. Ahora es mucho más fácil. Cuando pasan cincuenta, sesenta partidos y estás mucho tiempo fuera de casa, yendo y viniendo a jugar... Lo máximo fuera de casa es en febrero, que son 12 días. Es el peor momento. Jugamos diez partidos de visitante en veinte días. Nos vamos siete, volvemos a casa cuatro, y nos vamos otros 12. Ese es el peor momento.

Su rendimiento actual, enseguida ilusiona a los que lo sueñan con la 5 de la Argentina en los Juegos Olímpicos de Río, en agosto. Ya se lo vio festejar en la primera fila la clasificación del Preolímpico de Costa Rica. Pero Manu prefiere no hacer comentarios, entiende todo: “Ahora, las cosas parecen color de rosa, pero cuando vayan más partidos..., prefiero no decir nada, porque cualquier cosa que diga va a ser un título”.

A los pocos minutos se subirá al avión rumbo a San Antonio, en Texas. Lo esperan su esposa y sus hijos: “Ahora tengo 2:45 de vuelo, y llego a casa. Mañana me levanto, llevo los chicos a la escuela, hago rehabilitación y estoy con ellos todo el día. Mañana es un día libre y ahora recién jugamos el sábado. Son los momentos que hay que aprovechar para recuperar, porque hay momentos en los que no hay ese tiempo, porque tenés que preparar el partido del día siguiente. Definitivamente es una liga difícil, por eso no hay tantos de 38 años (risas)... son todos de 23 o 24 años”. Sin embargo, Ginobili no le saca el cuerpo al desafío, por más que pueda ser el último año: “Somos un gran equipo y queremos salir campeones, así que apuntamos a cumplir ese objetivo”.

Ya no es un bicho raro

Cuando Ginóbili llegó a la NBA, podía sentirse un “bicho raro” dentro de la liga que siempre fue excluyente, hasta hace veinte años, para los norteamericanos. Hoy, es distinto: “La NBA ha cambiado. Hay latinos, europeos, africanos, asiáticos, de todo. Es global. Somos cien los nacidos fuera de Estados Unidos, sobre poco más de cuatrocientos jugadores. Hace veinte años era distinto”, asegura. A su lado se viste el gigante serbio Boban Marjanovic, que mide 2,20 m.

La lista de jugadores extranjeros se la reparten entre Canadá (12), Francia (10), Brasil (9), Australia (8), España y Croacia (4), Argentina, Alemania, Italia, Montenegro, Rusia, Serbia, Eslovenia y Turquía (3), Bosnia, Camerún, RD del Congo, Rep. Dominicana, Lituania y Suiza (2), Cabo Verde, Congo, Georgia, Grecia, Israel, Letonia, Nueva Zelanda, Nigeria, Polonia, Puerto Rico, Senegal, Sudán del Sur, Suecia, Túnez, Ucrania, islas Vírgenes y Venezuela (1).

Esta nota fue publicada en la Edición Impresa del Diario Perfil