Periodista
La pandemia pesa y la mente también. Carlos Tevez es el último ejemplo, acaso el más resonante, pero antes hubo otros: futbolistas que, al principio, no soportaron entrenar sin un horizonte de competencias o futbolistas que, como ahora, no soportan jugar sin hinchas en las tribunas. Algunos se retiran; otros prefieren alejarse, ir en busca de torneos menos exigentes y mejor pagos.
El fútbol no es ajeno a lo que sucede en los demás ámbitos de una sociedad a la que esta nueva normalidad le modificó rutinas, placeres y dinámicas. Diseñado y ejecutado más como espectáculo que como juego, el escenario del deporte más popular de todos trastocó sus bases: desde el año pasado nos acostumbramos a estadios vacíos, a falsos cantitos por sistemas de sonido y a jugadores que juegan sólo para la televisión y para entretenernos en medio del tedio y del confinamiento.
Pero a la vez, muchos de esos jugadores perdieron lo más sagrado: el sentimiento de idolatría que recibían de estadios repletos, la homologación periódica de un amor surgido desde las masas, que encontraban en ellos una referencia, una persona a emular. El fútbol según Freud.
El viernes por la tarde, Tevez se refirió a esa añoranza: “El pueblo de Boca es lo más lindo que hay. Les agradezco a ellos. Sin ellos, nada es igual. Los partidos no son iguales. Se extraña muchísimo. Se hizo todo muy normal en medio de la pandemia. Pero no es normal”.
Como sucedió con Lisandro López en Racing a principios de año, una de las explicaciones para entender la decisión de Tevez es esa: el contorno ausente, un nido vacío. Ídolos que salían a la cancha y no tenían a nadie a quien saludar, nadie que los ovacionara. Faltaba ahí un combustible para seguir, para buscar nuevos desafíos en el final de sus carreras.
“A los hinchas más que gracias no se me ocurre nada. Siempre fui de tratar de hablarles dentro de la cancha, creo que es la mejor forma que un jugador le puede hablar a los hinchas: dentro del campo, entregándose”, dijo Licha en enero. Sin gente en la tribuna, ese diálogo se había cortado, era imposible.
“La presencia del otro es fundante en la constitución del sujeto”, le dice a PERFIL el médico psicoanalista Ricardo Rubinstein. Y agrega: “La pandemia implica una restricción de presencia y de contacto. Esa privación tiene un fuerte efecto depresor: para los futbolistas, el ida y vuelta con la hinchada tiene un importante efecto motivacional. Para un jugador referente, con poco resto por su edad, esta falta de ida y vuelta repercute en lo físico y en lo mental, porque actúa sobre la imagen de sí mismo. Cuando su rendimiento baja por todos esos factores, a veces prefieren el retiro a poner en juego su prestigio”.
Con otras palabras, Tevez se refirió a esa carga psicológica que se traslada al cuerpo: “Miguel (por Russo) sabe que en los últimos diez o quince días no era el mismo Carlitos. Me costaba muchísimo ir a entrenar, enfocarme. Eso, si no estás bien en lo mental, en lo físico se te hace muy difícil”.
Javier Mascherano también podría entrar en esta categorización. Jugó apenas 11 partidos en Estudiantes de La Plata. Los últimos cuatro fueron sin público, ya en la nueva normalidad que instalaba la pandemia de Covid-19. Si bien no lo verbalizó, Masche había sugerido que la pandemia y los siete meses de inactividad lo habían corrido de su eje.
Con distintos discursos, Fernando Gago, Gastón Fernández y Gonzalo Rodríguez también comunicaron su retiro en este contexto de pandemia, que aceleró decisiones.
El psicoanalista Oscar Mangione, quien trabajó con varios planteles de Primera División, entre ellos el de Boca, encuentra un denominador común en todos: “Son jugadores que cumplieron sus objetivos, tanto económicos y deportivos. Están hechos. Juegan por el placer de seguir recibiendo el cariño del público, el prestigio. Como sucede con los músicos o los artistas, al jugar sin público pierden una gran motivación: la de la calidez y el cariño de la gente”. Algo que, muchas veces, puede significar el final de una etapa.