viernes 19 de abril del 2024

El caso Mara Gómez: Es la testosterona, stupid

El fútbol argentino tendrá a su primera jugadora trans y se abrió el debate. ¿Debe ser habilitada? Qué dice el Comité Olímpico Internacional.

En una mañana fría de octubre de 2003, los siete doctores que conformaban la Comisión Médica del Comité Olímpico Internacional (COI), encargada de velar por la salud de los deportistas, se juntaron en un pequeño pero lujoso hotel del centro de Estocolmo, Suecia. Aquella reunión fue la primera en la historia que tuvo como finalidad debatir y definir las guías de acción sobre cómo manejarse en el deporte competitivo con aquellos individuos disconformes con su género: atletas nacidos de un sexo que no reconocen como propio pero con el que estaban obligados a competir. El documento resultante, pionero en este campo, salió a la luz con el nombre de “Statement of the Stockholm consensus on sex reassignment in sports”.

Más de quince años después, una mañana calurosa de enero en Buenos Aires, el club Villa San Carlos anuncia su decisión de contratar a Mara Gómez para participar en el torneo femenino de Primera División organizado por la Asociación del Fútbol Argentino (AFA). En su afán por no perder la categoría, la institución de Berisso que marcha en el fondo de la tabla, busca sumar un refuerzo clave para conseguir la ansiada permanencia.

Todos los portales y periódicos replican la noticia sobre Mara Gómez, delantera de 22 años que viene de jugar en la Liga Amateur Platense con Defensores de Cambaceres y la liga amateur de Chascomús con el equipo de la UOCRA. Primera jugadora trans de la historia del fútbol argentino. Pero nadie reflexiona sobre los pormenores.

Antes del Consenso de Estocolmo, la situación de les deportistes “trans” ni siquiera era tema de discusión. La primeros planteos surgieron en algunas carreras y fue la Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo (IAAF), en un seminario de expertos en 1990, que a modo de receta general determinó un punto de quiebre: el cambio de sexo antes de la pubertad permitía competir sin excepciones, pero posterior a la pubertad debía ser evaluado individualmente por un comité de expertos competentes. Para ese entonces, el factor preponderante en la toma de decisiones era el perfil genético: los poseedores de cromosomas sexuales XY (masculinos) no podían competir contra los XX (femeninos).

A comienzos de siglo, mientras la problemática se debatía y el COI buscaba definir una postura con los atletas transexuales; la Dra. Renée Richards, a los setenta años de edad y a miles de kilómetros de distancia, continuaba ejerciendo la oftalmología en su consultorio neoyorquino de Park Avenue. Sus años como tenista profesional habían pasado al olvido pero permanecía y permanece en el recuerdo como una pionera. Antes de ser Renée Richards, el joven Richard Raskind había sido capitán y “primera raqueta” del equipo de tenis masculino de la Universidad de Yale: dueño de una zurda prodigiosa y reconocida en toda la costa este de los Estados Unidos.

Desde 1977, cuando le permitieron ingresar al incipiente círculo del tenis profesional femenino para disputar el US Open, Renée se convirtió en una de las animadoras del circuito en los Estados Unidos siendo dos veces semifinalista del US Open en dobles y dobles mixtos (con Ilie Nastase). En 1981, con 47 años de edad, Renée se retiró del tenis para dedicarse a la medicina, quedando en la historia del deporte como la primera atleta transexual.

Más allá de la carga cromosómica que ha separado históricamente a hombres de mujeres, es la testosterona, hormona sexual preponderantemente masculina, la vedette de la ecuación que atañe al deporte. A mayor nivel de testosterona, mayor potencia muscular. Por eso el hallazgo de dosis elevadas de testosterona y sus precursores o derivados en el organismo de un deportista es considerado un resultado adverso en el control antidoping.

El derecho de las deportistas transgéneros y la exigencia social de integrarlos en las competiciones enfrenta y vulnera gravemente el derecho de la mujer en el deporte. Porque aquellas deportistas que nacieron hombre, si se mantienen sus condiciones de base, parten con una ventaja enorme.

Inicialmente, para separar hombres de mujeres bastó con un control de rutina con verificación visual. Luego, fue necesario en un testeo superficial de cromosomas sexuales (XX y XY) y, posteriormente, se complejizó a niveles infinitesimales. La “teoría de los 10 nanogramos” (o de 10 nmol de testosterona/ L) se convirtió en proceso rector para definir hasta donde los atletas son mujeres y cuando “dejan de serlo”. El valor normal femenino ronda los 2 nanogramos y en una enfermedad como la poliquistosis ovárica puede elevarse hasta los 4,5 nanogramos.

El COI, para dar cuenta de la problemática, con la teoría de los 10 nanogramos, empezó a sentar posturas y límites. En un primer momento fue explícito también en la obligatoriedad de someterse a una operación de reasignación de género, junto al dosaje constantemente bajo de testosterona, para competir así de manera justa y en una relativa igualdad con las otras mujeres. Progresivamente se fue flexibilizando el tema de la cirugía pero no así el del dosaje.

Llegado

a este punto tengo un par de preguntas retóricas:

¿Villa

San Carlos tiene los exámenes de testosterona de los últimos doce

meses de Mara Gómez?

¿Quién

se encargará de monitorear a Mara Gómez de aquí en adelante?

¿Quién se hará cargo del costo de los estudios

para monitorear a Mara Gómez?

Para defender los derechos de las otras mujeres futbolistas, hasta tanto no estén respondidas esas preguntas, Mara Gómez no debería competir. De lo contrario, no se extrañen que dentro de un par de años, los equipos del futbol femenino profesional argentino, estén conformados por once mujeres trans por lado. Porque al fin de cuentas, en este contexto y como mínimo, Bill Clinton diría: “Es la testosterona, stupid”.