lunes 09 de diciembre del 2024
Opinión

La vuelta a Boedo: todos somos hinchas de San Lorenzo

Si San Lorenzo está a un paso de regresar a su lugar en el mundo fue porque un grupo de hinchas se planteó lo imposible. Y lo logró.

Entre los muchos males que arrastramos los hinchas de fútbol, el más bizarro de todos es que sentimos un protagonismo que no tenemos ni por casualidad. Nos convencieron o nos convencimos de que nuestro rol es determinante. Los hinchas, desde los escalones de la popular o sentados en la comodidad de una platea, ganamos o perdemos los partidos; así, en plural. Si hasta les exigimos a los jugadores que sean como nosotros, como los hinchas. Esa pasión inexplicable nos lleva a argumentar, por ejemplo, que un equipo –que nunca es el nuestro– jamás podrá salir de la mala porque lleva poca gente a la cancha. Eso dicen, eso decimos. La presencia masiva y el apoyo incondicional como garantía de triunfo.

Cualquiera que haya estado en el Camp Nou en algún partido de los últimos 15 años se habrá dado cuenta de que el Barcelona dio exhibición y ganó todo ante 90 mil personas que apenas exhiben una mueca de agrado cuando la pelota entra al área rival después de 15 pases consecutivos. Pero los gallegos son amargos, dirá alguien para sostener lo insostenible.

Los hinchas no ganamos partidos, es cierto, pero hay hinchas que lograron mucho más que tres puntos de local. Muchísimo más. Esta semana la Legislatura porteña aprobó en primera lectura la Ley de Rezonificación del predio de avenida La Plata al 1700, y de esta manera dio un paso decisivo para que San Lorenzo pueda volver a construir su estadio donde estuvo el Viejo Gasómetro. Queda una instancia más, que los legisladores resolverán en febrero o marzo, pero lo razonable es que la ley se apruebe.

La vuelta a Boedo es de la gente de San Lorenzo, pero debería ser de todos. ¡Cómo no bancarlos! ¡Cómo no admirar a ese grupo de locos que apostó a lo imposible! ¡Cómo no envidiar a esos hinchas que de verdad lograron cambiar la historia!

Los hinchas cuervos están como locos porque quedaron a un paso de subir la última barrera para el regreso a Boedo, si inflan el pecho de orgullo, si sienten que por una vez dejaron de ser actores de reparto, tiene que ver únicamente con ellos. Cuando el proyecto arrancó, hace veinte años, era una utopía. ¿Rajar a Carrefour? Una locura. ¿Juntar plata para comprar los terrenos? Impracticable. ¿Que los legisladores voten a favor de la gente? Un sueño. Pero todo eso ocurrió.

Y ocurrió porque un delirante se obsesionó. Creyó que era posible y allá fue. Adolfo Res impulsó la iniciativa y empezó a juntar voluntades. Fueron cientos, después miles, los que también creyeron, los que apostaron a recuperar su identidad. Y ahí no hubo dirigentes. Los dirigentes se sumaron después, cuando la ola azulgrana ganó la calle y demostró que el reclamo colectivo era tan genuino como imparable.

¿Cómo era eso de que los hinchas no son protagonistas? Nada, pavadas.

La vuelta a Boedo es de la gente de San Lorenzo, pero debería ser de todos. ¡Cómo no bancarlos! ¡Cómo no admirar a ese grupo de locos que apostó a lo imposible! ¡Cómo no envidiar a esos hinchas que de verdad lograron cambiar la historia!

No soy cuervo, no tengo una relación afectiva con el club ni un vínculo barrial. Tampoco entra en la categoría “equipos que te caen simpáticos”. Pero si esta semana alguien me preguntara de qué cuadro soy, me gustaría tener el valor para decir que soy hincha de San Lorenzo.

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