martes 23 de abril del 2024

Deporte y COVID-19: el egoísmo de los atletas antivacunas

A lo largo de la pandemia, el deporte de alto rendimiento ha sido un micro mundo perfecto para evaluar a la COVID-19. Conformado por una población de bajo riesgo y sometida a testeos constantes y regulares, ha servido como banco de pruebas.

Teorías emergentes fueron observadas, evaluadas y corroboradas primero en deportistas de elite. Entre los aprendizajes provistos, podríamos citar las diferencias encontradas en el nivel de contagio en lugares cerrados versus el juego al aire libre. Otro ejemplo, fácil de mostrar, es la detección de una mayor preponderancia del virus por dejar secuelas a nivel cardíaco.

Ahora, en una nueva etapa de estudio sobre el SARS-Cov2 y en la búsqueda de la mejor forma de ponerle coto al virus, nuevamente la población de deportistas de alto rendimiento brinda, sin saberlo, información útil para la construcción de nuevo conocimiento. Lo que está bajo escrutinio, actualmente, es la relación entre las vacunas y la prevención provista.

Como un gráfico de tres vértices, entra en juego aquí la articulación entre las autoridades jurisdiccionales que controlan las condiciones sanitarias generales, las autoridades deportivas que son quienes gestionan el funcionamiento propio de la actividad y los protagonistas que son quienes la llevan a cabo. La vacunación es una potestad del individuo que el empleador no puede imponer, pero el Estado puede exigir para realizar determinadas actividades. La problemática con los antivacunas que se está presentando en la NBA y otras ligas profesionales, tanto de Estados Unidos como en Europa, es una situación para ponerle el ojo.

La principal figura de la NBA y estrella de Los Ángeles Lakers, LeBron James, confirmó hace unos días que finalmente había cumplido con la solicitud de la Liga y se había vacunado. “Soy escéptico acerca de la vacuna, pero después de hacer mi investigación, sentí que era más adecuado hacerlo solo para mí, sino también por mis compañeros, pero de ahí a abogar que otras personas lo hagan no es mi trabajo.”

La aclaración de LeBron está en consonancia con la discusión entre la NBA, que no puede exigir directamente que los basquetbolistas se vacunen, pero lo intenta por distintos medios y el gremio de jugadores que no está dispuesto a ceder esa potestad. Kyrie Irving, un basquetbolista tan brillante como controversial, es una de las cabezas del movimiento y vicepresidente del gremio. De origen australiano pero naturalizado norteamericano es un “terraplanista declarado”, capaz de desconectarse del mundo por días sin responder llamados, despilfarrar millones de dólares en multas, discutir acaloradamente en las redes sociales con los que piensan distinto y sostener la descabellada teoría de que existe un “plan satánico para manejar a los negros a través de internet”. Kyrie no es el único, pero si uno de los más visibles, y su negativa tiene un sostén conceptual.

Se ha corroborado que las vacunas existentes son efectivas para prevenir la muerte y la enfermedad grave por COVID-19, pero ninguna es infalible para prevenir la infección. Justamente fue el mundo del deporte donde se pudo probar in situ, al tener atletas vacunados y testeados periódicamente, se pudo corroborar que los regímenes monodosis (Johnson) son menos efectivos (66%) que los de dos dosis (90%) como protección.

Por lo tanto, se cual fuere la vacuna, hubo casos de deportistas positivos vacunados y casi en su totalidad asintomáticos. Este justamente es uno de los argumentos que sostienen los deportistas antivacunas para negarse: si igual voy a dar positivo, me voy a tener que aislar y no voy a poder jugar, ¿qué sentido tiene que me vacune?

Por su parte, la NBA está imponiendo condiciones férreas y sanciones económicas a quienes decidan no vacunarse. No porque esté preocupado por la salud sino porque hay estados norteamericanos que no permiten el ingreso sin vacunación completa y si los basquetbolistas estelares no compiten, se afecta el negocio. Es la lucha que se viene, de acá a mediados de octubre, que arranca la competencia.

En la Argentina, la situación es diferente. Todavía no hay vacunas disponibles para inocular al cien por ciento de la población, pero seguramente en un periodo corto lo habrá y puede llegar a presentarse un problema. A nivel deportivo, recién se está empezando a trabajar en acercar la vacunación a través de las federaciones. La Asociación del Fútbol Argentino (AFA) fue pionera en la población adulta joven de futbolistas, pero todavía no ha precisado que pasará con las categorías juveniles que semanalmente compiten y viajan, sometiéndose al igual que los mayores, a hisopados precompetitivos.

Por el momento, no hay datos fehacientes publicados. Se mencionó hace unos días un estudio de la comisión médica de la Liga Profesional sobre resultados en Primera División y Reserva: con una disminución en la incidencia de casos pese a que supuestamente el porcentaje de vacunación de futbolistas es bajo (33% tiene una dosis y solamente el 8% posee el esquema completo). Otras fuentes consultadas sostienen empíricamente y por lo que conocen de los clubes, que esa información no está actualizada y el porcentaje de vacunados en Primera División está subvaluado. Lo que todos asumen y nadie discute es que con el correr de la competencia se han ido reduciendo los casos positivos, asemejando la curva epidemiológica nacional.

Entre la vacunación y el deporte se puede trazar un paralelismo. Conceptualmente, vacunarse no es solo cuidarse, también es jugar en equipo. En un partido, si atacan por el costado de tu compañero y lo ves más desprotegido de lo que estás vos, nunca dudarías en ir a cubrirle la espalda. Sabés que es un beneficio para el equipo. Lo mismo es vacunarse siendo una persona joven, saludable y poco vulnerable al virus. Tu decisión cubre al más vulnerable y sirve para que todos juntos ganemos.

Como pasa en el juego, pasa en la vida, hay personas más egoístas que otras. Tenelo en mente, va a llegar el momento en que tengas que tomar partido.

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