“Mirko se cargaba de presión cuando jugaba. Cuando estaba bien, era recontra feliz y se llevaba todo por delante. Ahora, cuando estaba mal, era la nada misma. Yo lo veía mientras entrenábamos juntos en San Lorenzo. Lo miraba y, enseguida, me daba cuenta de si estaba mal o estaba bien. Era terrible la diferencia. Se le notaba en la cara. No lo podía ocultar.”, cuenta Martín Saric sobre su hermano fallecido Mirko, en el próximo libro “No me corten el pie” que está por salir, publicado por Editorial Planeta.
Su historia, emblemática en el fútbol argentino por la enorme promesa que supo ser y su trágico final, es paradigma de una época. Un momento del deporte donde los protagonistas debían sobreponerse a todo. “No pain no gain”, decía el refrán. Sin dolor no hay ganancia.
Sangre, sudor y gloria o el ocaso. Ese era el mensaje que vendían los titulares y quien quisiera triunfar en el deporte debía indefectiblemente cumplirlo. Bajarse de esa montaña rusa, no estaba bien visto y en algunos casos, la tremenda carga física y emocional terminaba realmente muy mal. Tal vez, la decisión de Simone Biles y de otras colegas, sea un punto bisagra y marque un cambio de paradigma, que no será inmediato pero si real.
El equipo femenino de gimnasia de los Estados Unidos estaba en desventaja para el último día de competencia en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020. En los días previos, Biles había tenido un par de traspiés y aterrizajes fallidos en las rondas de clasificación. El equipo ruso entraba en la recta final en el primer lugar pero aún, para EEUU, había esperanzas. Perder era no relegar la hegemonía que sostenía desde hace diez años.
Cualquiera que haya seguido la gimnasia artística de la última década conoce lo que significa Biles para el deporte y la inmensa presión que ha soportado diariamente por ser la mejor gimnasta del Siglo XXI. Los interminables elogios recibido, por sus habilidades “sobrehumanas” y sus piruetas galácticas, empujan a la deshumanización de la persona. Ella no es normal, es extraterrestre.
El lunes, antes de la final por equipos, escribió en su Instagram: “Sé que lo olvido y hago que parezca que la presión no me afecta, pero maldita sea, ¡a veces es difícil jajaja! ¡Los Juegos Olímpicos no son una broma!”. La expectativa estaba, como ya lo ha hecho antes, en un desempeño perfecto que dé vuelta la serie. En ese contexto, se entiende el desconcierto generado por su decisión. La renuncia de Biles con una mirada arcaica, puede ser vista como un autogolpe de knock out o por el contrario, ser el puntapie de una liberación.
La historia Kerri Strug, gimnasta del equipo olímpico de Atlanta 1996, forzada a realizar un segundo salto con un tobillo lesionado (que la obligaba a un aterrizaje a un pie) para ganar el oro olímpico, es su contracara. Aquella acción la convirtió en mito, como un ejemplo de determinación atlética. Se retiró vitoreada por el público y en andas de su entrenador por Larry Nassar porque no podía apoyar el pie lastimado.
“Tenemos que proteger nuestras mentes y nuestros cuerpos, y no solo salir y hacer lo que el mundo quiere que hagamos”, dijo Biles en conferencia de prensa para justificar su salida de la competencia. La presión se había vuelto demasiado y citó como inspiración a Naomi Osaka, la campeona de tenis nipo-norteamericana que se retiró de dos Grand Slams en este año para priorizar su salud mental.
“Es saludable esta corriente que permite empezar a poner límites entre la expectativa que los demás tienen sobre nosotros y lo que uno siente y quiere. En el alto rendimiento nos preguntamos hasta donde podemos llevar el cuerpo y la mente. Dejar la vida y la salud ante una competencia es una decisión personal y muchas veces se alteran las prioridades. Como profesional de la salud me parece excelente. Veremos si estas decisiones puntuales llegan a convertirse realmente en un cambio de paradigma.”, afirma Romina Platarotti, quien fuera la gimnasta argentina más reconocida de la historia y actualmente trabaja como psicóloga del deporte.
Tanto Osaka, que es una de las deportistas mejor remuneradas de la historia, como Simone Biles, son mujeres emblemáticas del deporte de la nueva generación. Con sus decisiones y mensajes, están generando una transformación inconsciente. Ellas establecen sus términos y construyen sus propias narrativas, a través de las redes sociales. Algo que no pasaba con las atletas del siglo pasado, como Strug, que requerían de intermediarios. Primero fueron los periódicos y las grandes crónicas deportivas que han quedado en el recuerdo. Posteriormente, la televisión con sus imágenes y relatos inmortales.
Ese pasado no es el de los jóvenes de hoy que consumen cada vez menos lecturas y televisión. La redes hicieron que los deportistas se transformaran en sus propios canales. Sus redes sociales les brindan influencia y el equilibrio de poder entre los que construyen las historias se han emparejado. La relación entre las figuras públicas, los periodistas que cubren eventos y los multimedios dueños de los contenidos, entró en una nueva era. Osaka y Biles, son simplemente la punta del iceberg.