El papá de Alejandro Sabella se murió hace casi dos años. Fue el día anterior a que Estudiantes le ganara 3 a 0 el clásico a Gimnasia. Aquel 29 de agosto de 2009, los jugadores le dedicaron el triunfo a su entrenador. Cuando terminó el partido, Sabella miró al cielo. La omnipresencia futbolera de su padre la evidencia también para explicar un concepto clave de su idea: “El equilibrio”.
Didáctico, el entrenador de la Selección imagina: “Si yo hiciera una cancha chiquitita y jugara con mi papá al fútbol, ¿sabés cuándo él me podría hacer un gol? Cuando la pelota la tuviera yo. Porque si él lograra quitármela y tuviera el arco cerca, en cancha chica me podría hacer el gol. Pero si la tuviese él, nunca me podría hacer un gol. Porque es una persona grande y yo me le pondría adelante y nunca me llegaría. Entonces, en ese ida y vuelta de la dinámica del juego, vos tenés que avanzar si tenés los jugadores con capacidad, con dinámica, con desdoble. Si no, tenés que ser más rígido”.
—¿A qué querés que juegue la Selección?
—Me gusta un medio campo que controle el partido. Normalmente se controla el partido teniendo la pelota. Sin embargo, a veces se producen partidos que vos los controlás de una manera diferente. Le das la pelota al otro porque sabés que cuando la recuperás y salís rápido, lo vas a dañar. Eso pasa muchas veces en las finales de los partidos, cuando tenés el resultado a favor. En el caso del partido contra Chile, cuando arrancaron las Eliminatorias, nosotros medio que jugamos a contragolpear. No es lo que a mí más me gusta, pero yo pensé que si era un partido en el que íbamos a disputar la pelota, se iba a dar un ida y vuelta. Y Chile es un equipo acostumbrado a eso. El fútbol es uno de los deportes que menos lógica tiene, pero como entrenador querés que el partido vaya por carriles que pensaste previamente, querés seguridad.
—¿Argentina todavía no está para controlar los partidos?
—Lo que pasa es que nosotros tenemos jugadores muy explosivos y desequilibrantes arriba y estamos buscando solidez y control de pelota del medio hacia atrás.
—¿Y falta mucho para encontrar esas virtudes?
—Necesitamos más tiempo de trabajo. A veces podés lograr tener control de pelota, pero después te falta explosión adelante, porque te hacés repetitivo, muy pausado.
—No te obsesiona la posesión de la pelota.
—No me obsesiona, pero me gusta. Cuanto más tenés la pelota, menos la tiene el rival y más podés alimentar a los delanteros; nosotros tenemos grandes delanteros.
—¿Quién tiene más que Argentina?
—España, que es el campeón del mundo y tiene la base de jugadores de Barcelona y Real Madrid, y Alemania, que tiene jugadores jóvenes excelentes. Holanda está muy bien y Brasil, ni hablar. Hoy Argentina es una potencia que tiene que competir.
—¿La Selección tiene menos de lo que habitualmente se cree?
—Estamos en una etapa de recambio en algunas áreas. Y sí, nos faltan jugadores del medio hacia atrás que nos den solidez y control. Paralelamente, hay otras selecciones que mejoraron mucho. Vengo de la generación campeona moral. Forma parte de nuestro ser creernos más de lo que somos, que es un arma de doble filo: el lado bueno es que te da una personalidad avasallante, que te hace sentir fuerte ante el rival. Aunque tenemos un problema cultural que nos lleva a la idea de creer que hay cosas que la Selección argentina no puede hacer porque es un equipo grande. Pero primero tenés que mirar lo que tenés, no hay que ruborizarse.
Sabella gesticula y piensa; aprieta los ojos, en busca de estadísticas que refuercen sus conceptos. De pronto, encuentra el dato que necesita en la competencia que, quizás, lo catapultó a la Selección: “En las tres Copas Libertadores anteriores, cuando quedaron ocho equipos, quedó uno solo argentino; en 2009 y 2010, Estudiantes, y en 2011, Vélez. Un solo equipo argentino de ocho”, remarca. Y agrega sobre el contexto de Eliminatorias sudamericanas: “Uruguay está en un momento extraordinario; Chile, en uno de los mejores de su historia; Venezuela mejoró muchísimo. Todos tienen jugadores en todas partes del mundo”.
Entendiendo a Leo. Es el líder silencioso. El hombre que el mundo mira mientras él mira para abajo. Messi es el elegido por Sabella para que sea el capitán, ése que sí o sí tiene que mirar a sus compañeros a los ojos.
—¿La capitanía ayudó a que Messi se relacionara más con el grupo?
—Creo que la capitanía le ha hecho mejor. Cuando fui a Europa hablé del tema con él y con Javier (Mascherano, el entonces capitán). Les dije que lo charlaran entre ellos y después me dijeran qué decisión tomaban. El tiene ascendencia por ser crack, pero ahora empieza también a tenerla porque se da cuenta de que es el capitán y va creciendo la comunicación con sus compañeros. Es positivo porque se logró que creciera, que tomara más responsabilidades.
—¿Y a él cómo le hablás?
—Poco, poco, poco. A Messi hay que hablarle poco. Hay que respetarle que es una persona que habla poco.
—¿Te habla de fútbol?
—Poco. Lo único que te voy a decir es que en la primera charla que tuve con él, en agosto, le dije que el desafío mío era tener un equipo sólido, pero no dejarlo a él muy solo. Hablamos de fútbol pero poco, tampoco lo quiero atosigar con conceptos.
—¿Le das libertad para que se mueva por donde quiera?
—Sí. Para eso, tratamos de que lo alimenten. La duda es si tienen que hacerlo los delanteros o los volantes que lleguen desde atrás para darle opciones de juego.
—¿Y él qué prefiere?
—No te puedo contestar eso.
—¿Tu idea es adaptar el juego a Messi?
—Yo tengo que pensar cómo potenciar al mejor jugador del mundo. Lo puedo hacer con delanteros; si tiene un delantero que le pica, él puede asistirlo. Porque además de ser un goleador extraordinario, es un asistidor extraordinario. Que haya jugadores que se pongan en posición de gol le da a él dos posibilidades. La primera es que pueda dar un pase gol. Y la segunda es que le lleven la marca para que haga lo que solamente él puede hacer, esos slaloms en los que se gambetea a dos o tres. Una vez que recibe la pelota, si tiene poca gente arriba se le hace difícil, porque lo están esperando sólo a él. Y ese es el desafío que tengo yo. Pero ese hecho no me puede provocar que el equipo se me desnude. Para eso necesito jugadores que puedan pasar al ataque y que vuelvan rápido a posiciones de marca.
Dime con quién hablas. Ser técnico de la Selección arrastra el doble juego del estrés y la comodidad. Abismos de casi siete meses entre un partido y otro de Eliminatorias contrastan con el vértigo de las convocatorias, con ganar como obligación impuesta y con hacer que el equipo brille como el oro, aunque sólo algunos jugadores valgan tanto como para la comparación.
La casa es el “remanso” del entrenador de la Selección. Su mujer, muy futbolera, tampoco opina. “Con ella y mis hijos no hablo de fútbol”, revela quien mira un promedio de ocho partidos por semana. “Me ponen nerviosos si opinan. Cuando llego a mi casa no se habla de fútbol, que es mi trabajo. Eventualmente se puede hablar si se está mirando un partido”, concede.
—¿Se da naturalmente que no se hable del tema?
—Me parece que no. Yo no sé, de verdad, si mi mujer habló con mis hijos, pero es como un acuerdo tácito que tienen para no preguntarme ni decirme prácticamente nada de fútbol. Al contrario, es como que me contienen; la contención la hacen a partir del silencio.
—¿Hablás de fútbol con los entrenadores argentinos?
—El otro día estuve con Almeyda, pero es una tarea pendiente juntarme más con los entrenadores. Sería algo importante para enriquecerme y también porque quien mejor conoce a los jugadores de sus clubes es el técnico que trabaja con ellos en el día a día.
—¿Y por qué te estás debiendo esas charlas?
—Falta un poco el empujoncito y, además, tampoco es fácil en Argentina. Si voy a hablar con el Pelado (Almeyda) van a decir que es porque estuve en River; siempre van a encontrar algo. Pero en realidad, lo tendría que hacer igual.
—Con Pep Guardiola sí hablaste. ¿Qué detalle rescatás de esa charla?
—Me contó que cuando le preguntaban cómo jugaba el Barcelona, él respondía: “¿Y el rival cómo juega?” Porque si bien el Barcelona tiene una manera de jugar, él estudiaba al rival para ver cómo hacía para lastimarlo más; no para defenderse, para lastimarlo más. Pero pensaba en el rival. Acá, en cambio, parece que si pensás en el rival estás equivocado.
Esta nota fue publicada en la Edición Impresa del Diario Perfil