Pasaron 80 años, pero la memoria histórica del fútbol argentino tiene un lugar reservado para recordar el primer robo deportivo que se le hizo a un club que quería salir campeón y no tenía el poderío ni el dinero de los más grandes. Aquel 12 de marzo de 1933, Gimnasia y Esgrima La Plata inició su impensado camino al título, venciendo como visitante a Estudiantes, en la vieja y pequeña cancha de 1 y 57.
Aquel equipo era heredero del Gimnasia campeón de 1929, que venció en la final a Boca, cuando Francisco Varallo era su estrellita y con 19 años amenazaba con ser el grandioso goleador que fue, al punto que jugó el Mundial de 1930 y para 1931, en el primer campeonato profesional, ya vestía la camiseta boquense. Gimnasia reunió varios talentosos jugadores de experiencia y les sumó a varios chicos del club como Arturo “Torito” Naón, su máximo goleador histórico, todos conducidos por un caudillo de peso, figura luego en River y entrenador consagrado más adelante, el centrocampista marplatense José María Minella.
Desde el inicio, varias victorias seguidas de Gimnasia le dieron el rótulo de equipo revelación, quedando claro que Boca, San Lorenzo y River eran los equipos a vencer. En realidad, era Gimnasia contra los cinco grandes, como quedaría reflejado en la tabla final. En aquel arranque impresionante (5-2 a Boca, 7-1 a Talleres, 7-1 a Tigre, 5-1 a Chacarita de visita) el equipo era lujoso y contundente. El popular diario Crítica lo bautizó para siempre como “el tren expreso” porque no se detenía ante nada ni ante nadie.
Gimnasia ganó la primera rueda con dos puntos de ventaja y en la fecha 18ª presentó suplentes para enfrentar a Estudiantes en el Bosque. La historia lo recordará: fue el primer equipo fuera de los cinco grandes que ganó una primera rueda entre 1931 y 1966. El segundo y último sería Huracán, en 1939. Volviendo al clásico con los Pinchas, la razón fue la huelga de los titulares, ya que la dirigencia les había prometido un premio en dinero por ganar la primera rueda, pero nunca lo abonaron. Sí, pasó hace 80 años, como si fuera hoy. Hubo paro de futbolistas y fueron los jóvenes del Lobo quienes enfrentaron al clásico rival, al que vencieron por 1-0 con tanto de Delprete, a siete minutos del final.
Volvieron los titulares y si bien perdieron algunos puntos ante rivales más débiles como visitantes, de local hacían la diferencia. En aquel torneo de 1933, Gimnasia sumó 16 triunfos y un único empate, 1-1 con Racing Club. Cuando faltaban nueve jornadas para la finalización del torneo, Gimnasia visitó a Boca en su vieja cancha de madera. El partido se disputó el 24 de septiembre y el protagonista fue el árbitro De Dominicis: cuando el Lobo vencía por 2-1 en el segundo tiempo, cobró un penal inexistente para el local que convirtió Varallo y pocos minutos después, convalidó un tanto de Nardelli en clara posición adelantada. El partido terminó 3-2 y quedaba claro que los poderosos impedirían que Gimnasia ganase el torneo.
Dos fechas más tarde, Gimnasia llegó igualado en el primer lugar con Boca al viejo Gasómetro de la Avenida La Plata: San Lorenzo era el escolta y tenía un gran equipo. El árbitro designado fue Alberto Rojo Miró, quien no tuvo en cuenta para perjudicar al Expreso que el juez De Dominicis ya había sido expulsado de la Liga Argentina por su pésimo desempeño. En aquel encuentro fatídico, San Lorenzo vencía por 2-1 y Gimnasia arreciaba en el ataque buscando el empate. Sin embargo, invariablemente, cada acción ofensiva terminaba invalidada por fuera de juego o por falta de los delanteros. Encima, el zaguero azulgrana Fossa le cometió una violenta infracción al delantero Echevarrieta, que el juez no sancionó.
Dos minutos más tarde, un centro enviado al área visitante fue contenido por el arquero Herrera, que atrapó la pelota apoyando los pies sobre la línea, pero reteniendo el balón claramente delante de ella. Sin embargo, entre el juez y un asistente sancionaron gol y comenzó el bochorno final. Los jugadores de Gimnasia enloquecieron, el defensor Martín le pegó una patada al sinvergüenza de Rojo Miró y fue expulsado.
Con el partido 1-3 y un hombre menos, los jugadores del Expreso resolvieron sentarse en el campo de juego y apenas levantarse para sacar del medio de la cancha, cada vez que sus colegas de San Lorenzo convirtieran un gol. Así se llegó hasta el 7-1 en medio de la silbatina general hacia el juez Rojo Miró, quien atribulado y nervioso, finalizó el partido diez minutos antes de tiempo.
Al otro día, los diarios estallaron en críticas contra el árbitro y la conjura para evitar que el Lobo ganara el torneo. En las seis fechas finales, Gimnasia ganó tres partidos pero no le alcanzó y se ubicó cuarto, a cuatro puntos del campeón San Lorenzo. Para el recuerdo vale la pena leer lo que nos dijo Francisco Varallo, en 2007, cuando recordaba con enorme afecto su amor por Gimnasia y aquel campeonato de 1933 que ya lo tenía en Boca: “El Expreso era un gran equipo y debió haber salido campeón, pero usted sabe que a Boca y a River los ayudaban mucho, yo venía de Gimnasia y me daba cuenta. A veces uno no quiere hablar, fue una gran pena todo aquello.”
El Expreso de 1933 quedará en el recuerdo por ser el primero que quiso entreverarse en el profesionalismo con los grandes y al que no dejaron ganar el torneo. Su fútbol arrasador, su potencia ofensiva, fueron los mejores argumentos. Lo dirigía el húngaro Emérico Hirschl, que años más tarde se luciría en River Plate con mejores jugadores y, claro está, árbitros a disposición. A ochenta años, algo parece, sin embargo, haber cambiado en el fútbol argentino. Existen otras injusticias, pero no tan rotundas como la de 1933. Claro, era la Década Infame. También en el deporte más titular.