lunes 25 de noviembre del 2024

El Gigante Asiático que compra todo lo que desea

Detrás del pase de Tevez y la oferta por Messi, existe una política de Estado destinada a convertir el país en potencia . La obsesion de Xi Jinping.

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El símbolo de la relación entre China y el fútbol puede sintetizarse en esa foto que se viralizó en octubre de 2015, cuando Xi Jinping llegó al estadio del Manchester City y aceptó sacarse una selfie con el Kun Agüero y el primer ministro británico, David Cameron. De repente, el presidente de una de las dos máximas potencias económicas del mundo estaba ahí, reducido a esa imagen de hincha cholulo, convirtiendo el smartphone de Agüero en una usina de publicidades perfectas. Porque el gobierno de Xi Jinping lo sabe: no hay mejor manera de masificar el fútbol en su país que acercando a las estrellas que los chinos ven por televisión y que, hasta no hace mucho, parecían inalcanzables.

La oferta del Shanghai Shenhua para llevarse a Carlos Tevez –como a tantos otros jugadores que están poblando la Superliga china, a la que también se sumaría Oscar Romero, el enganche de Racing– no podría entenderse sin ese contexto. Incluso ayer, el diario Sport, de Cataluña, aseguró que el Hebei Fortune –el club en el que juega Ezequiel Lavezzi– prepara una suculenta propuesta para seducir al más difícil de todos los futbolistas del mundo, al ídolo que parece anclado a un solo lugar, predestinado a una sola camiseta: Lionel Messi.

Xi Jinping ya lo dijo, y lo dice cada vez que puede: quiere que China organice un Mundial en los próximos años, y que la selección tenga el nivel suficiente como para ganarlo. La selección está lejos de clasificar al Mundial de Rusia, pero todo el aparato estatal está puesto en mejorar a futuro: desde la implementación del fútbol como materia en escuelas y la promoción de juegos o realities de tevé orientados a estimular el interés por la pelota, hasta convenios con países “futboleros” para que los clubes empiecen a construir una estructura de inferiores que permita moldear nuevos talentos.

“La voluntad del gobierno chino es reforzar su imagen internacional. Esto es lo que en relaciones internacionales se llama “poder blando” para distinguirlo de los poderes duros, como el militar y el económico. China, como potencia en ascenso, puede fortalecer –a través de logros futbolísticos– el orgullo nacional de su población y proyectar la imagen de país ganador”, le explica a PERFIL Jorge Malena, director de la carrera Estudios sobre China Contemporánea, de la Universidad del Salvador.

Pero el gobierno de Xi Jinping, que ayudó y ayuda a consolidar esta hipérbole futbolera, ahora también pide prudencia. El Diario del Pueblo, órgano del Partido Comunista Chino, advirtió ayer que los clubes deben controlar sus gastos en el próximo mercado de pases, que se inicia el primero de enero. Los 1.100 millones de euros invertidos en 2016 “superan en mucho el valor aportado a la liga”, con riesgo de crear una “burbuja” especulativa. La ecuación que hacen es fácil: los sueldos obscenos de tantas estrellas no tienen relación con el lento crecimiento de la venta de entradas y los productos que derivan del fútbol negocio.

La paradoja es que, en algunos casos, el Estado le está pidiendo control al propio Estado. Porque algunos clubes de esta Superliga tienen como accionistas principales a compañías estatales. Es el caso de Beijing Guoan, que es respaldado económicamente por el Citic Group, una compañía estatal de inversión. Sin embargo, los clubes más exitosos, al menos en lo deportivo, son los financiados por megaempresas privadas. El último campeón, Guangzhou Evergrande, que es dirigido por el brasileño Luiz Felipe Scolari y tiene al colombiano Jackson Martínez como una de sus principales figuras, está compuesto financieramente por el Evergrande Group (60%), una de las mayores empresas de construcción de China, y Alibaba (40%), la compañía de comercio electrónico más grande del mundo. El subcampeón, Jiangsu Suning, es propiedad del Suning Commerce Group, uno de los mayores minoristas privados de China.

Sin fórmulas mágicas. Flavio Roca, el subcoordinador general de las inferiores de San Lorenzo, fue uno de los cinco entrenadores argentinos que viajaron a Beijing como parte de un convenio entre los ministerios de Educación de esa ciudad y de Buenos Aires. La misión era capacitar a entrenadores y dirigentes chinos para que entusiasmaran a las próximas generaciones de un país que le viene diciendo al mundo, desde hace unos años, que es capaz de todo.

El fútbol es una de esas tareas imposibles que se propone revertir: en una sociedad acostumbrada a los deportes individuales, romper esa hegemonía puede demorar más de lo imaginado. “Todo esto viene por el presidente. Pero al fútbol no le pueden encontrar la fórmula, no pueden aprender a jugarlo a nivel internacional: tenés que explicarles que esto no es dos más dos, sino un proyecto a largo plazo”, cuenta Roca. Sin embargo, después de semanas de intercambio, sentencia, acaso como para ilustrar el metodismo y la disciplina del gobierno y de la sociedad en esa suerte de comunismo mercantil o capitalismo rojo: “Yo me fui con una sensación: si se lo proponen, ellos lo logran”. Será cuestión de esperar unos años, tal vez unas décadas, para comprobarlo.

Amenaza para el mundo. La potencia financiera de los clubes chinos representa “una amenaza” para la Premier League, estimó ayer el entrenador del Chelsea, Antonio Conte, en respuesta a las consultas sobre el futuro del jugador brasileño Oscar, deseado por el Shanghai SIPG. “El mercado chino es una amenaza para todos los equipos del mundo. No sólo para el Chelsea”, dijo el técnico italiano. “No sé mucho cómo está el tema, pero debemos esperar”, continuó Conte sobre la situación del volante ofensivo brasileño.

Según la prensa británica, el Shanghai SIPG estaría dispuesto a pagar 60 millones de libras (71,5 millones de euros) para contratar a Oscar en enero. Para Conte, los clubes chinos pueden tener mucho dinero, pero la calidad sigue estando en Inglaterra. “Creo que esta liga es fantástica y poder jugar en ella es una gran oportunidad, un gran honor”.

(*) Esta nota fue publicada en el Diario PERFIL.