La Asociación del Fútbol Argentino se debate entre obrar conforme a derecho, otorgándole el ascenso a Comunicaciones, o beneficiar a Deportivo Riestra. No hay término medio ni una tercera opción en este entuerto que se desató en la segunda final por el ascenso al Nacional B. Como no se puede cruzar dos veces el mismo río, no se puede continuar una misma final horas, días o meses después sin beneficiar a alguien. En este caso, fallando a favor del club infractor, que se ha caracterizado por utilizar artilugios similares cada vez que estuvo en esta instancia.
Es tal la habitualidad y la premeditación de Deportivo Riestra que los jugadores festejaron el ascenso como si ya lo hubiesen logrado, a pesar de que todavía faltaban cinco minutos y la interrupción era claramente su responsabilidad. Un absurdo que no debería ocurrir y que sólo la anuencia de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) puede permitirlo.
“El poder le gana a la humildad”, dijo Federico Barrionuevo, “entró un hincha y me pegó una piña en la cara”. Aunque pueda sorprender, la meteórica carrera ascendente desde la última categoría del fútbol argentino (Primera D), donde militaba en 2013 Deportivo Riestra, está cargada de anécdotas de este tipo. El abogado Víctor Stinfale, con amplios vínculos en la AFA y en la Justicia, es la cara visible del gerenciamiento responsable de esta transformación deportiva.
Faltaban apenas cinco minutos pero cinco minutos, en un desenlace final, son una eternidad: más teniendo en cuenta que un solo gol cambiaba la suerte de la serie (Comunicaciones ganó 1 a 0 el primer partido). Riestra estaba en la puerta de lograr el hito de ascender, por primera vez en su historia, al torneo argentino con mayor relevancia después de la primera división (Nacional B). Para un club de 86 años y con una tradición continuada en las últimas categorías de nuestro fútbol, este presente soñado sólo podía darse de la mano de un mecenas como Stinfale.
Los últimos minutos del partido eran infartantes. Riestra había logrado, en el primer tiempo, los dos goles que lo coronaban. En el segundo se dedicó a aguantar, mientras Comunicaciones buscaba denodadamente el gol “del empate”. Las atajadas de Carlos Morel, el arquero local, justificaban la victoria del equipo del Bajo hasta que repentinamente un intruso ingresó en el terreno quien, sin agredir a nadie ni tocar la pelota, procuró interrumpir el juego. Pasaron un par de segundos hasta que los jugadores y el árbitro Paulo Vigliano se percataron de su presencia. El joven no era un desconocido, era un futbolista de Riestra, que pese a estar vestido con la ropa deportiva del club, no ocupaba un lugar en el banco de suplentes. Una vez que logró su cometido y la pelota se detuvo, hinchas y allegados comenzaron a saltar organizadamente desde los distintos sectores del estadio para continuar la obra en un accionar que inicialmente podría aparentar una casualidad que nunca fue tal.
Las imágenes televisivas muestran como Leandro Freire no se contentó sólo con detener el juego sino que al ser increpado por la actitud, para defenderse, terminó agrediendo a uno de los futbolistas de Comunicaciones. El partido, como era esperable, fue suspendido por el árbitro y el Tribunal de Disciplina deberá dictaminar.
Es en este punto donde la AFA se debate entre obrar conforme a derecho o demostrar (como la mayoría sospecha) que nada ha cambiado de la época de Don Julio a la actualidad. El artículo 80 del Reglamento de Transgresiones y Penas es claro cuando dice que “el Tribunal de Disciplina podrá declarar perdido el partido al equipo del club responsable de invadir el campo de juego con una conducta agresiva, o con la intención de provocar la suspensión del partido o bien con el único propósito de obtener una ventaja deportiva”. Peor aún y para agravar la situación, en esta oportunidad, no es un hincha quien invade el terreno sino un allegado directo a la institución.
Los antecedentes muestran que esta misma práctica Deportivo Riestra la aplicó en 2013 y en 2014. Difícilmente, alguien pueda pensar que Freire haya tomado esa actitud sin ser apañado y, probablemente, instigado por la institución: en instancias como esas, donde los pelos se erizan y el corazón se detiene, un futbolista juvenil no puede siquiera elucubrar una acción individual del estilo. Los que hablaron públicamente en su defensa dijeron que ingresó a la cancha a festejar pensando que ya se había terminado el partido, lo cual incrementa el disgusto porque es una tomada de pelo para cualquier televidente y una burla para las instituciones que rigen al fútbol argentino. La AFA tiene dos caminos: el derecho o el bochorno. No hay opción intermedia.