–Sé lo que piensas –dijo Tweedledum –, pero no es como tú crees… ¡De ninguna manera!
–¡Al contrario! –continuó Tweedledee –; si así fue, así pudo ser; si así fuera, así podría ser; pero como no es, no es. Una simple cuestión de lógica”
Lewis Carroll (1832-1898); de ‘Alicia a través del espejo’ (1871), capítulo IV: Tweedledum y Tweedledee.
Los jugadores de Haití se amontonaban en su propia área como los chicos que rodean a los turistas en Puerto Príncipe y les piden un regalo: “¡Cadou, cadou!”. Los extranjeros eran Messi, Higuain, Agüero, Di María, gente que conocían por la tele. El regalo era la camiseta. La despedida de la Selección fue un cumpleaños familiar, todo muy tranquilo, como para que nadie salga lastimado.
Fue un ensayo, y como tal, dejó indicios. Tagliafico parece ser, finalmente, el jugador que Saint Paoli esperaba para ser lateral por izquierda, Mercado ocupará la otra banda y el reconvertido Salvio aparecerá por la zona si hay que atacar, y rezar. Otamendi-Fazio serán los centrales y al arco irán Willy Caballero o Armani, a cara o ceca.
Lo Celso, un apellido que nadie tenía, se encargará de enlazar con Messi y los puntas, y pese a tanta ida y vuelta, rumores y polémicas, todo indica que el 5 será Mascherano, como siempre. Messi tendrá a Agüero o Higuain adelante, a Di María por izquierda y una fila de candidatos para la otra banda: Lanzini, Pavón o Meza. El bueno de Acuña zafará del castigo de jugar de 3, y será alternativa como volante. Biglia o Banega, esperarán, o eso parece: Saint Paoli suele durar dos minutos, como el rock chabón que más le gusta.
No recuerdo un Mundial con menos entusiasmo previo; o al menos sin esa sobreactuación de la pasión en los medios, algo que se parece demasiado a la estupidez. No está tan mal. La falta de triunfalismo quizá alivie algo el peso en las espaldas que, en las finales, aniquiló el alma de los históricos de este grupo.
Los argentinos, agobiados por cuestiones de supervivencia, una angustia sitiada por deudas, vencimientos y sueldos que se esfuman, no parecen tan dispuestos a la identificación irracional, al derrape patriotero: balbucear la introducción del Himno al estilo tribunero o perder la voz gritando “con gloria morir”. Es que acá, lejos de Rusia, se juegan otros partidos bravos, decisivos, que obligarán a una doble concentración. Lo deportivo está muy bien, pero la patria y la vida son, claro, otra cosa.
Argentina jugó contra Israel antes de ganar el Mundial 86 y, por pura lógica bilardiana, el partido pasó a ser cábala. Se repitió en 1990. Basile, con la carga de un Maradona incontrolable, la sostuvo en 1994, y Passarella en 1998. Aquella superstición inofensiva se convirtió, hoy, en una bomba de tiempo.
¿Era vital para la AFA arriesgar tanto para cobrar casi dos millones de dólares, más gastos de estadía y el viaje a Rusia? No lo parece. Al técnico le parecía ridículo jugar en una fecha que interrumpía toda su planificación, pero calló en cuando supo que era una decisión tomada por el poder. Que, en este caso, parece seguir más allá de las viscosas fronteras del ex papado de Iulius XXXV.
Hace menos de un mes, el partido no tenía sede y todos pensaban en Haifa o Tel Aviv. No todos, bah. La ministra de Cultura y Deportes de Israel, Miri Regev, deslizó como al pasar: “No puede ser que el equipo argentino venga al país y no se quede en Jerusalén. Después de todo, Messi visitará el Muro de los Lamentos...”.
Con un asombroso sentido de la oportunidad que suena en armonía con la mayoría de las últimas decisiones tomadas en el país, la AFA firmó para que Messi & Compañía se exhiban en la ciudad donde se dirime, a sangre y fuego, el histórico conflicto por el tema palestino. El partido se hará el sábado 9 de junio, día en el que se celebran los setenta años de la creación del Estado de Israel.
Si visto desde aquí se hace difícil pensar que semejante decisión no fue política, imaginen lo que opina la Asociación de Fútbol de Palestina. Jibril Rajub, su presidente –y además miembro del Comité Central de Fatah– fue al hueso en una carta enviada a su par, Chiqui Wall de Moyano: “Argentina tiene miles de seguidores en el pueblo palestino y el mundo árabe. Sería una pena que esta relación histórica se perdiera por la decisión política de servir como herramienta para que Israel maquille sus graves violaciones del derecho internacional y los derechos humanos”.
Como si le faltaran más elementos simbólicos, la Selección jugará en el Teddy Stadium, donde es local el popular club Baitar. Una especie de Boca israelí con muchos hinchas y La Familia, su barra, un grupo xenófobo, violento y ultranacionalista. Su brutal oposición al fichaje de dos jugadores musulmanes puede verse en un documental de Netflix, llamado Forever pure.
La mayoría del conservador partido Likud es hincha del Beitar. Incluido el primer ministro Netanyahu, que en septiembre pasado compartió sonrisas con the president Maurice McCree en Buenos Aires, en medio de rumores sobre venta de armas, y del sofisticado software espía Pegasus, capaz de registrar conversaciones y mensajes de los teléfonos móviles, aunque estén apagados.
La frutilla de la torta la puso Eli Tabib, presidente del club, que decidió modificar su nombre en homenaje a Donald Trump, por haber mudado la Embajada americana a la ciudad, y de esa manera reconocerla como capital de Israel, pese a la votación contraria de la ONU. Ahora se llaman Baitar Trump Jerusalén.
Messi & Compañía llegarán el jueves 7, harán turismo oficial, caracolearán frente al equipo que juntó como pudo Alon Hazan, técnico de la Sub-19, y partirán a Rusia, a menos de siete días del debut.
Todo parece un disparate, o una locura insensata. Pero peor que todo eso es sentir este incómodo déjà vu. La espantosa sensación de viajar en un auto a 250 por hora, todo el tiempo, y con Stevie Wonder al volante.
Esta nota fue publicada en la Edición Impresa del Diario Perfil.