Me preguntaron cómo vivía, me preguntaron
'Sobreviviendo' dije, 'sobreviviendo' (…)
Hace tiempo no río como hace tiempo,
y eso que yo reía como un jilguero (…)
hoy que quiero reírme y apenas si puedo,
ya no tengo la risa como un jilguero (…)
ando por este mundo sobreviviendo.
‘Sobreviviendo’, Victor Heredia.
Sólo tres días atrás, frente a los últimos escombros de esperanza argentina en el Mundial de Putin, cuando la realidad desmoronaba sobre el futuro de la insensata Selección de Sampaoli, escribí en este mismo espacio: “el once nacional ya demostró, en otros carnavales, que sobrevive mejor de lo que vive. Somos eternos sobrevivientes (…) ¿Por qué no una vez más? Entonces, todo puede pasar (…) la Argentina tiene tantas probabilidades de clasificar segundo como de volver a ser humillada en cancha (…) el destino nos ofrece una nueva chance que no supimos conquistar con nuestros empeines, apareció solita y sola como un medio milagro que aguarda la otra mitad (…) Lo mejor que puede hacer Sampaoli es (…) dejar que Mascherano forme el equipo (…) Y rezar para que Messi tenga una tarde inspirada. Y que el improvisado DT Mascherano ponga a Armani en el arco, impida que Otamendi pegue por pegar y ubique a Di Maria en la posición correcta (…) Así, tal vez, tengamos la chance de pasar a octavos de final (…) En tanto, y por si acaso (…) no hará mal rogar a San Expedito, el santo de las causas urgentes, para que interceda por nosotros. Todo vale en estas horas. Amén”.
Bien, así fue. Sobrevivimos una vez más, aunque eso no significa que haya mucha más vida. El pronóstico sigue siendo reservado… Efectivamente fuimos segundos, el milagro se completó. Mascherano –los rumores indican que junto a otros caciques– destronó a Sampaoli y le formó el equipo. No el que debió jugar, el de los mejores, sino el de los ‘amigos de Messi & Cía.’ que esta vez, al menos, actuó con más personalidad del que había amargado a 44 millones de argentinos y alegrado a mil millones de hinchas en el resto del mundo (consiguió lo único que en este momento interesaba, la clasificación a octavos de final). Armani dio seguridad en el arco, Otamendi no pegó por pegar, Di María no corrigió su posición, pero tampoco se enclaustró en el último centímetro del sector izquierdo del campo y Messi se inspiró en ráfagas, especialmente en el primer tiempo donde festejó su primer gol en la Copa 2018 y el primero de sus 31 años recién cumplidos. Y San Expedito atendió a las oraciones vernáculas más de lo imaginado sin importarse con el destino de la falleciente Nigeria (quinta vez que cae en Mundiales ante la Argentina y siempre por un solo gol de diferencia…).
Pero, atención, argentinos y argentinas, no supongan que la gloria nos espera a orillas del Volga. Al menos no así, como estamos y siendo quienes somos en cancha. ¡No! La fase de Grupos no puede entusiasmar a nadie y el llorado logro de este martes 26 inhibe de envalentonar a cualquiera. Que el pigmeo ufano que habita nuestra alma jactanciosa y envanecida no emerja camino al Obelisco como tantas veces se anticipó en vano. La clasificación, conquistada de modo tan desgarrado, sin ninguna consistencia, con el gol más improbable que el fútbol pueda ofrecer, por su autor, Marcos Rojo, un jugador que no podría ser escalado ni en sueños maléficos, abandonado por las virtudes mínimas, el peor de todos, no construye futuro, sólo ilusiona inocentes. Futbolísticamente amarra incertezas, edifica dudas, solidifica cuestionamientos.
Niños, jóvenes y adultos, seguimos con las manos vacías aunque creamos haber conseguido algo. Un triunfo volátil como el obtenido ante la impersonal Nigeria no se guarda al aire libre. Se evapora con la misma velocidad y casualidad con que llegó a nosotros. Todavía somos más Meza que Messi. Los problemas no están resueltos. La calidad definitiva no se compra. No brota por generación espontánea. Seguimos mal. Ese es nuestro cuadro de situación. No exaltemos una épica circunstancial ni hagamos del orgullo argentino una lección para la posteridad. No transformemos a Marcos Rojo en crack ni amemos a Messi más que Antonela Roccuzzo. No riamos sobre nuestras lágrimas. Por favor. No nos desestabilicemos más de lo que se desestabilizó el país con el incongruente paro general del día anterior. Diría, con humildad, que hasta ahora lo máximo que hizo esta Selección, de verdad, fue desmentir a Aquiles, al gato ruso que había pronosticado el triunfo de las ‘Súper Águilas’ nigerianas. Y punto.
Claro que en el deporte una victoria, a veces, cambia los cursos, resucita moribundos, modifica la historia, despierta gigantes adormecidos, reinicia procesos, inventa héroes, carga baterías, abre puertas y muestra nuevos itinerarios. Lo vimos y vivimos infinitas veces aquí y allá. En clubes y Selecciones. Pero, atrás de ese primer logro y para que el milagro no se estacione en eso, en milagro, tiene que existir alguna firmeza, cierta densidad, elementos macizos, nombres cíclopes. La Selección, con o sin Sampaoli, este plantel que él eligió a su libre y desmadrado albedrío, no reúne esos colosos ni tales atributos. Su resistencia es mínima. Está atada con alambres y muy expuesta a vientos que pueden derribarla como a un castillo de naipes en un abrir y cerrar de ojos.
No alcanza con cuatro puntales para una gran campaña. Messi creció, pero aún no es el Messi del Barcelona o de la noche de Ecuador. Mascherano está entregando lo que ya no tiene. Di María continua lejos del Di María que ya hizo jugar a todos, incluyendo a Messi. Banega es muy irregular, difícilmente repita lo que hizo en el primer tiempo ante Nigeria. Otamendi parece mejor de lo que es porque los que tiene a su lado son llamativamente imperfectos, pero no es Perfumo. Y Armani, que tampoco es Fillol, no va a poder contra todos, posiblemente siquiera pueda detener a los franceses el sábado. Y no hay mucho más… Tampoco es suficiente con haber colocado a Sampaoli en la heladera. Con este equipo cualquier tempestad puede transformarse en tragedia. Aún tenemos hora marcada en la agenda del drama: sábado 30 de junio. Continuamos tan descompensados como Maradona pos-partido. Que las ambulancias estén prontas en el estadio de Kazán. No faltarán emergencias…
Está bien que los jugadores, con su sangre caliente y las pulsaciones en el techo, nunca dejen de creer, jamás bajen los brazos. Pero usted, aunque se emociona con el celeste y blanco, no entra al campo de juego. Así, no se deje atropellar por el tren del triunfalismo barato. Pare, mire y reflexione… Yo sé que usted cree que somos más de lo que somos. Yo sé que usted está convencido del famoso ‘ahora sí’. Yo sé que usted piensa que soy ‘un contra’. Yo sé que usted está viviendo un sueño de sueños y no quiere despertar. Yo sé que usted imagina que la historia de Sabella, que con poco se cargó un subcampeonato Mundial, puede repetirse. Lo sé. Pero, mi amigo o enemigo, no se engañe. Así, como no merecemos estar en este Mundial porque en las Eliminatorias fuimos caprichosamente mediocres e insistentemente inoperantes, tampoco merecemos ir más lejos de lo que ya estamos yendo en esta Rusia a la que sólo sorprendemos con el nuestro sobre actuado patriotismo de nuestra hinchada (cabal muestra de patrioterismo de ocasión, de fin de temporada).
Posiblemente, ante Nigeria, haya cantado por última vez el jilguero de Victor Heredia. Francia tiene más nombres que equipo, no mostró nada que asuste o preocupe en ninguno de los tres partidos que disputó hasta hoy, aunque esté invicta. La mayoría de sus cracks sufre ‘el síndrome de Agüero e Higuain’, que no son científicos ni descubridores de nada más que un miedo escénico, aquel que tan bien describía Valdano -¿recuerda?-, que aparece a la hora de salir al gran escenario para vivir el papel protagónico de la principal obra que presenta el fútbol nacional, el de su Selección: tiemblan, pierden su talento, ven debilitada su impronta, no entienden el texto que se les contrapone y rinden el diez por ciento de lo que generan en sus clubes. Esta Francia no es invencible, pero difícilmente la derrote esta Argentina.
Seguir en carrera con lo que jugamos hasta aquí, con lo poco que ofrecimos de arte y técnica, individual y conjuntamente, es una dádiva de la Diosa Fortuna que nos puso en el camino piedras para alertarnos pero no tan grandes como para que tropecemos en ellas…
El verdadero Mundial, el de los escollos difíciles de salvar, comienza ahora. La antesala al infierno terminó. Ahora nos recibirá en persona el diablo de cada rival y deberemos luchar contra nuestros propios demonios. Que son los peores. Sépalo. Hasta hoy sobrevivimos. Pero… ¿Hasta cuándo?
(*) Autor de ‘Archivo sin Final’ (Selección Argentina), en español; ‘Gloria Roubada’ (los fraudes en los Mundiales) y ‘Penta’ (Brasil 2002) en portugués, entre otros.