En la última década se disputaron dos Mundiales Sub 17 que ganaron los europeos (Suiza e Inglaterra) y de los otros dos jugados en este Siglo XXI, uno más fue a las vitrinas ‘de allá’ (Francia); Brasil resultó el único y último latinoamericano vencedor, en 2003, hace 15 años. Cuanto más jóvenes más se nos escapan los del ‘Viejo Mundo’. Nuestras escuelas fracasan.
En la última década se jugaron cuatro Mundiales Sub 20: tres los conquistó Europa y sólo uno los ‘de este lado’ del Atlántico (también Brasil, en 2011). Siendo que los cuatro anteriores de la actual centuria los habíamos ganado ‘los de aquí’: tres la Argentina y otro Brasil. Perdimos la hegemonía en juveniles. Nuestro triplete fue en el ‘ciclo Pekerman’ que incluyó a Messi, D’Alessandro, Agüero, Maxi Rodríguez, Gago y Cía. Lo abortamos en plena concepción.
En la última década los tres Mundiales principales de FIFA, los de Selecciones mayores, donde actúan las estrellas, los conquistaron –todos– los europeos (España, Alemania y Francia)… Los otros dos de inicio del corriente siglo, los repartimos: uno, Brasil 16 años atrás –2002– y el otro Italia en 2006, el año en que nosotros, los más vivos del planeta, como ahora en Rusia, sólo aportamos el protagonista siempre más insultado de la fiesta, el referee: parece nuestro nuevo mejor papel en Mundiales. Antes era cosa de mexicanos, marroquíes y otros que jamás jugarían una Final. Ahora es patrimonio argento que no volverá a disputar Finales.
En la última década, si contabilizamos todos los Mundiales, sumados los nueve disputados en las tres categorías, Europa acumuló ocho títulos y América entera –Sur, Central, Caribe y Norte– apenas una conquista. Sí, 8 a 1: avasalladora diferencia… Si ampliamos el periodo y vamos al inicio del siglo, la victoria mundialista europea es más estrecha: 10 a 7. Hasta hace poco, entonces, estábamos mejor, más equilibrados, éramos menos malos que hoy, aunque empeorando para no perder el mal hábito.
En la última década, si incluimos esa moderna mezcla de amateurs y profesionales que requieren los Juegos Olímpicos, los empatamos porque nuestro continente –vaya a saber uno por cual motivo– venció las tres Olimpíadas disputadas en tal ciclo (Argentina, México y Brasil). Y, aun tambaleantes como estamos, si nos remitimos a lo que se lleva vivido del actual siglo, los superamos gracias al triunfo de Argentina en 2004: 11 a 10. Hasta allí, si la cuestión sólo engloba a la centuria, estadísticamente estamos bien.
En la última década, entonces, es donde se pierde el equilibrio secular. Ellos crecen y ‘nosotros’ nos desbarrancamos. El 'nosotros’ incluye a todo el continente, no sólo a la ‘nueva y gloriosa nación’ que canta el himno de Don Alejandro Vicente López y Planes. La corte ya no tiene bobos, eso que tan porteñamente definía en los setenta el ‘Toto’ Juan Carlos Lorenzo: “Por cada gil que avivás hay cuatro vivos menos...”. En una acelerada nos ultrapasaron.
La última década, así presentada, parece el demonio. Pero no lo es, sólo personifica al cartero del zar. No tiene la culpa, apenas nos trae las malas noticias en forma de resultados, nos informa de lo pésimo que hicimos las cosas en los veinte o treinta años anteriores, a nivel país sin dudas, deportivamente en general, y –claro– en el fútbol nuestro de cada día. Las cuentas, como casi siempre ocurre, se pagan al final. Y es lo que estamos pagando ahora con los últimos papelones, aunque históricamente nunca nos hayan faltado empezando por Suecia 1958: sólo que ahora se repiten con llamativa asiduidad y alarmante contundencia. ¡Hasta Bolivia nos mete seis en plena Eliminatoria!
Hasta aquí estamos hablando de Europa vs. América en Selecciones Nacionales, sin embargo, el estudio que leí por estos días, autoría del periodista brasileño Bruno Rodrigues, incluye también las finales mundiales interclubes. Y allí nos destrozan. Europa –en clubes y sólo interclubes– nos gana 13 a 4 en esta centuria y 9 a 1 en la última década, el tramo de nuestro descarrilamiento apocalíptico. Humillante en ambos casos. Corinthians, de Brasil, es el único vencedor en estos diez años más recientes, a quien se le suman San Pablo e Inter de Porto Alegre y Boca (2003) en el desparejo balance de los 18 calendarios transcurridos en el siglo.
Así, y en caso que reuniésemos títulos mundiales de selecciones y clubes la cuenta es muy europea, angustiosamente europea: perdemos 24 a 14. Ultrajante. Pero no parece justo mezclar a clubes con selecciones, porque aquellos –los clubes– triunfan con pocos jugadores nativos en sus alineaciones y muy reforzados con cracks ‘de aquí’; en cambio, las selecciones son más genuinas, aun cuando Inglaterra y Francia, entre las vencedoras, sean tan impuras como el agua del Riachuelo, no por aportes sudamericanos (aunque alguna vez hubo un Trezeguet campeón) y sí por el ‘secuestro’, uso y abuso de estrellas de sangre africana.
Acogiéndonos al beneficio de la duda, si dejamos de lado a los clubes y nos remitimos sólo a las selecciones, igualmente está claro que lustro a lustro vamos perdiendo eficiencia aun cuando, paradojalmente, estemos matando nuestras raíces, las de la habilidad y la picardía, para –justamente– conseguir ‘insuficiente eficiencia’ corriendo, fortaleciéndonos muscularmente, preparándonos más para el forcejeo cuerpo a cuerpo que para meter un chanfle o ensayar una pisada… Así, está a la vista, nos quedamos sin el pan de hoy y sin la torta del ayer. Tampoco construimos futuro. Entrenamos para favorecer a los europeos.
Una vez más somos los mismos vivos de siempre, ya muertos-vivos, que vamos a ninguna parte. Somos eximios ‘burriotas’, mezcla rara de burros e idiotas, identidad que encarnamos como nadie más personifica en esta Tierra… Y como ventajeramente queremos estar un paso al frente, ‘quemamos’ la largada. Imaginamos que las avivadas sustituirán lo que no hicimos por tener y creemos que copiando a los europeos seremos europeos. Nunca lo seremos como ellos nunca serán nosotros. La diferencia es que ellos no quieren serlo.
El mismo estudio comparativo, publicado en Folha de São Paulo, da cuenta de un trabajo que en Uruguay se está ejecutando mejor que en todos los demás países al oeste de Greenwich. El club Nacional, en 2014, contrató a Pierre Sarratia (56, en Montevideo desde 2011 cuando se casó con una uruguaya), para hacer en sus divisiones inferiores lo que hizo por 30 años en su patria, Francia: preparar promesas para el futuro. Los últimos jóvenes que él preparó son los que el otro día, en Rusia, se consagraron campeones del mundo. Dicho sea de paso él también fue quien entrenó al mismísimo Didier Deschamps cuando este tenía 12 años…
Monsieur Sarratia participó, inclusive, de la creación del centro de entrenamientos INFC (Instituto Nacional de Fútbol Clairefontaine), en 1988, diez años antes de que por primera vez los ‘Blue’ levantasen la Copa de la FIFA goleando 3 a 0 a Brasil en la Final y enseguida ser bicampeones de Europa. Kylian Mbappé es el fruto más reciente de este señor que hoy mejora las bases ‘charrúas’, esas donde aún se juega el fútbol tradicional y aunque los hinchas pidan resultados, él habla de proyectos.
Por quererse a sí mismos, por no despreciar a la historia del balompié oriental ni a su perfil de juego y por respetar los orígenes que nosotros olvidamos, a los uruguayos les surgen zagueros como Giménez y Godín para reemplazar a Diego Lugano y les brotan laterales como Laxalt y Saracchi que injustamente no fue al Mundial. Y tienen arqueros de sobra que a nosotros nos faltan. Además de goleadores como Suárez y Cavani.
Uruguay es diferente. Allí ‘hay algo’. Además de profundo amor por la ‘celeste’ y no a los ‘verdes’ como ocurre con nuestros jugadores… que valen por su calidad técnica y erróneamente se justifiquen corriendo, por ese perverso síntoma de época que es la entrega física, ‘dejarlo todo en la cancha’, recibiendo más tarjetas amarillas los delanteros que los defensores y cosas así. El mundo del revés.
Claro que se puede europeizar, pero como un entretejido, al estilo del vasco-francés Sarratia, sin perder la esencia distintiva, sin radicalizar en el opuesto, sin apagar la única luz propia, sin dilapidar la destreza que definió por antonomasia a ‘la nuestra’, sin descuartizar los manuales del rizoma criollo, sin tener que desembarcar en una Copa del Mundo y no contar con un único lateral legítimo y de excelencia para convocar, como nos pasó en Rusia, más allá del concupiscente Sampaoli. No es por acaso que el diminuto Uruguay llega más lejos que Argentina y por momentos se equipara al gigante territorial sudamericano, Brasil, con una población casi 60 veces menor.
Para quien no sabe, Clairefontaine, a 50 km de París, es algo así como La Masía del Barcelona, lo que pretendió ser La Candela de Boca en los sesenta, cuando el genial Alberto J. Armando presidía al club de la Ribera; pero murió Armando y se murió La Candela, aquella Candela… Clairefontaine, en cambio vive. Y manufactura calidad. Es el Centro Técnico Nacional Fernand Sastre, principal palco de entrenamiento de alta performance francés (hay otro semejante en Vichy, inaugurado en 1990).
Clairefontaine fue copiado por muchos otros países europeos, como la propia Inglaterra con las 130 hectáreas de su soberbio St. Georges Park en Burton-upon-Trent, Staffordshire (abierto en 2012 a mitad de camino entre Londres y Manchester), cuyos primeros ‘productos’ hicieron un excelente papel en el reciente Mundial: cuartos, además de ser campeones el año pasado en los Mundiales Sub 17 y Sub 20. En Alemania hay varios de estos centros aunque se destaca el Borussia-Park, como en España el Ertheo catalán/valenciano o el mejor de todo el planeta, el Aspire de Qatar.
Nosotros, parece, alquilamos algo parecido, más o menos bueno, ahora, en esta gestión Tapia, en Marbella, Sur de España. Una idea que debió haberse concretado hace treinta años, aunque mejor tarde que nunca. De todos modos y hasta el momento lo único visible son las críticas al proyecto. Nada que parezca razonable será bienvenido en la Argentina de los energúmenos y los ‘burriotas’. Como todo suena a ‘negociado’, como nos falta credibilidad y comprobada honradez anteponemos las suspicacias a los proyectos, la duda al progreso, el quilombo al avance. Y así estamos, ladera abajo para continuar la historia perdedora que tan bien costuramos año tras año, Mundial tras Mundial, década tras década. ¡Viva la Argentina, abajo los argentinos!
No sé si el Marbella Football Center es el adecuado, también desconozco cuánto se pagará realmente –más allá de lo que dice el agente Toffoni, que será gratuito: bien sabemos que en esta vida nada lo es– y tampoco sé cómo se lo aprovechará (supongo que si hubiese sido en Madrid o Barcelona hubiera sido logísticamente mejor…) pero el camino puede comenzar por allí. Eso es lo que debemos copiar, la infraestructura, la disciplina, el profesionalismo de los proyectos y no el biotipo (dicho sea de paso lo empeoramos: a cada Mundial la media de todas las selecciones crece un centímetro de estatura… La nuestra se reduce un centímetro).
Tampoco debemos copiar el modo de correr europeo, no es atletismo, ni la manera de transpirar, no estamos en una mina de carbón; caros argentos ‘burriotas’ esto es fútbol. Conservemos el don que la madre naturaleza y el sincretismo inmigrante nos otorgaron, cuidemos el arte que creció solito en nuestros pies, como crecen las flores silvestres y no imitemos lo inimitable. Que el espejo de la vida, por una vez, nos devuelva una imagen que no nos avergüence internacionalmente.
Nosotros, en vez de valorizar a nuestro Pierre Sarratia, un tal José Pekerman, enseguida le dimos la Selección Mayor, lo llamamos al fracaso del 2006 y lo abandonamos. Siquiera conseguimos percibir que Pekerman no es lo mejor para equipos adultos, pero si es el mejor de todos (o era, hoy no lo sé) para las selecciones juveniles. Queremos inventar sobre lo ya inventado y la embarramos. ‘Burriotas’ al por mayor no hacemos una bien. Ahora queremos traerlo nuevamente a la Argentina, como manager… Sí, puede ser. Es una desempolvada idea que Grondona ya tuvo cuando lo contrató al inflado Bielsa para la Selección que fracasaría en Corea- Japón 2002.
Para la mediocridad que decora a la escena nacional, Pekerman no está del todo mal. Aunque, sospecho, el tiempo de Pekerman ya pasó, ‘ya fue’ tanto para los jóvenes, de quienes se alejó en tiempo y edad, como para los adultos: en Colombia obtuvo un aceptable resultado porque los cracks ‘cafeteros’ hoy por hoy son lo mejor de nuestro campeonato. Tienen más clase, actualmente, que los argentinos; están menos europeizados en el sentido nefasto de la palabra. No obstante, Pekerman no aprovechó todo ese capital en Rusia. Erró en algunas convocatorias, cambió tarde y mal en los partidos y no extrajo todo el jugo que podía exprimir de ese elenco. Los colombianos no lo aman unánimemente (como los peruanos idolatran a Gareca) y no les falta razón: de modo especial la prensa ‘parce’ crítica a su representante Pascual Lezcano y el no haber ganado nada en seis años de trabajo. Ojo: Gareca tampoco es Gardel; su mención no es una propuesta.
Más allá de un nombre u otro, volvamos al principio: Europa, además, tiene a su favor a la UEFA y nosotros, de contrapeso, a la CONMEBOL. Aquella apoya y esta, cuando no desfalca, se envuelve en algún escándalo. La Confederación Sudamericana, realmente, no hace nada útil mientras la europea reinvierte en Federaciones que lo requieren. Como la de Islandia, país al que le construyó más de 100 canchas calefaccionadas (para contrarrestar sus gélidos inviernos) y la integró al proyecto ‘Hat-Trick’ donde invirtió más de dos mil millones y medio de euros, en 20 años, para mejorar la calidad del futbol continental. El programa incluye la fascinante ‘Plataforma para el Intercambio de Conocimiento e Información’ –KISS en inglés– alimentado por todas las 54 Federaciones (reciben premios anuales por sus proyectos y ejecuciones).
Cual otras naciones menores que, como Uruguay, desmitifican el valor de la escala, la agraciada Islandia ya mostró sus frutos: nos empató y jugó de igual a igual pese a tener una población equivalente a la suma exacta de los habitantes de González Catán y Berazategui, o sólo dos tercios de los soldados que EE.UU. había desembarcado hace exactos 50 años en Vietnam. Increíble lo de estos vikingos. Y sin tener a Messi, que aunque no lo pareció estaba de nuestro lado frente a un equipo dirigido por el dentista de Reikiavik, la ciudad capital.
El exitoso y anónimo Pierre Sarratia tiene un consejo para los argentinos y los brasileños si no queremos que Europa continúe abochornándonos más y más: “Tengan paciencia, paciencia, paciencia… –repite–. Nosotros, franceses, no tenemos sus jugadores que surgen de la nada, no somos un pueblo deportivo y por eso tenemos que formarlos, formarlos y formarlos”. ¿Paciencia? La histeria nacional no se permite paciencia y en el fútbol menos aún. Si el consejo es correcto estamos en el horno. Si el secreto es la paciencia, que no se compra en farmacias ni supermercados y la rechaza nuestra perenne y peripatética omnipotencia, se acabó todo. Que es lo que yo creo: los ‘burriotas’ lo conseguimos, se acabó todo, nunca más ganaremos nada. Una pena. Sin el pan y sin la torta. ¡Viva la Argentina, abajo los argentinos!