Los Pumas ganaron su primer partido en un Rugby Championship. Sí, créalo. Ganaron después de perder 16 veces y empatar una. ¡Por fin! Los jugadores y el actual cuerpo técnico lo merecían. Y está bien que lo hayan festejado locamente como en fútbol festejó Venezuela en 2011, en Puerto La Cruz, su único triunfo sobre Argentina (jugaron veinte veces y Argentina, excepto esa, las ganó todas; la mitad con goleadas hasta de 11 a 0). Pero no es más que eso, no es más que una victoria aislada que debe analizarse con mucha cautela para evitar futuros desengaños amorosos (la relación de su hinchada es tan pavorosamente ciega como femeninamente pasional) y, claro, evitar ovaladas desilusiones deportivas.
Muchas madres primerizas, cuando su bebé queda un segundo en pie, exclaman, irracionalmente eufóricas, “¡el nene camina!”. Y corren al teléfono para contarles a los abuelos que su nieto camina. Pero el bebé todavía no camina, apenas se irguió por primera vez y enseguida cae, vuelve al suelo para seguir gateando. La mamá se confunde y es natural que lo haga, el pediatra no. Es el mismo caso con estos Pumas. Aún ‘no son’, están lejos de ‘caminar’ fuera del corralito. Y mucho más de andar sin tropiezos por la avenida de los vencedores.
La prensa, esta vez no tanto, pero los hinchas de ese ‘raro mundo confundidito’ que es el del rugby, especialmente el universo menor de los fans más fans de los Pumas, cree que ahora ‘ya está’, que ‘somos lo que siempre dijimos que éramos: unos fenómenos’. No. Nada de fenómenos. Aún son bebés: no caminan ni hablan. Gatean y balbucean. Podemos seguir comprando pañales de entrenamiento que no serán un desperdicio.
Se ganó en Mendoza (donde curiosamente también se había cosechado el único empate por la Championship, ante Sudáfrica, en 2012) en –dato muy relevante– la última fecha de un torneo que ya estaba definido, no sólo el título acaparado por Nueva Zelanda la semana antes, sino que también ya estaba definida la ‘otra disputa interna’ que plantea esta competencia, que es la lucha por el segundo puesto entre Springboks y Wallabies. Ya no existía tal duelo porque, ese mismo sábado, cuatro horas antes (error de fixture), Sudáfrica había derrotado a los relajados y aún festejantes All Blacks, asegurándose esa segunda colocación. Así las cosas los únicos que salieron a la cancha con alguna motivación fueron los Pumas.
Para Australia este partido no significaba nada; ni jugaban o se jugaban nada, ni siquiera el orgullo, la defensa del invicto contra la Argentina porque, de hecho, de los ‘tres más grandes’, la Argentina sólo los había derrotado a los australianos (cuatro veces a lo largo de medio siglo de historia): 1979, 1983, 1987 y 1997. Sí, antes se le ganaba cada cuatro años, después cada diez y ahora cada 17, por eso no engullo eso de que “juntamos experiencia, estamos aprendiendo, perder nos sirve”; y eso que ‘antes’ éramos amateurs enfrentando a profesionales y ahora somos profesionales como ellos... En fin; que siga el corso.
Mi columna anterior, en su penúltimo párrafo, decía exactamente esto: “la semana próxima Argentina recibe al rival menos fuerte, Australia, en su última y gran chance de conocer el sabor de una victoria”. Es decir, hasta para mí era evidente que era el sábado o no era nunca. Por ello, está claro que, en este caso en particular de los Pumas, un triunfo no cambia su historia perdedora ni modifica el último puesto del Championship.
De todos modos, nada de esto desmerece la victoria de los Pumas del sábado, además legítima y con un poco de heroicidad (prudencia, amigos) porque comenzaron muy mal, 14 a 0 abajo, y supieron darlo vuelta. Nada mancha este triunfo en particular, pero nada debe hacernos creer que ya ‘hay equipo’ para repetir el bronce del 2007 en el próximo mundial de Inglaterra, en 2015, como escuché por ahí veinticuatro horas después del 21 a 17. No se pueden confundir las cosas. Los Pumas volvieron a terminar últimos, como siempre, y si a Australia el partido del sábado, en el Malvinas Argentinas de la capital mendocina, le hubiese servido para algo, el resultado probablemente hubiese sido otro. No seamos inocentes que es lo único que no somos los argentinos. Menos aún los ‘argentos’.
Nada desmerece el triunfo pero lo mismo que lo enaltece, como haber jugado con la formación más local entre todas las presentadas en esta edición del Championship, es lo que la limita. Por ejemplo, por la inclusión –¿demagógica?; igual jugó muy bien– del mendocino Rodrigo Báez y la ausencia de uno de sus dos mejores exponentes, el profesionalísimo Fernández Lobbe (fue papá y se fue a su casa… no, no fue a ningún barrio porteño, se fue a Francia donde vive con su familia y no porque trabaje en una boulangerie del Quartier Latin parisino, sino porque juega para el club Toulon por un buen contrato).
Eso mismo que enaltece la victoria –decía– muestra que no se necesitaba ‘de toda la fuerza’ para ganarle a un poco animado rival que de bueno sólo puso su camiseta amarilla en la cancha, pero mostró poco juego colectivo y mínimo entusiasmo general. No voy a hablar del fácil penal que Bernard Foley reventó en el palo, ni del TMO que no pudo confirmar un try del australiano Kuridrani –cambiaba todo–, ni de los dos australianos expulsados por tarjetas amarillas por diez minutos cada uno (Phipps y Hooper, nada menos) en el segundo tiempo, cuando Argentina aprovechó para dar vuelta el resultado. Ignoro todo eso y me alegro del triunfo Puma.
Si yo hubiese jugado el partido lo hubiera conmemorado más que Agustín Creevy y cualquiera de sus capitaneados. La noche del sábado; pero el domingo ‘ya no me la creería’. Si fuese uno ‘de esos’ fan de los Pumas me hubiese alegrado, claro, y mucho, aunque tampoco ‘la creería’ más allá de ese momento de festejo que acompaña la hora siguiente al pitazo final. Como periodista, entonces, ‘no puedo creerla’ ni un instante, debo analizar la línea de tiempo inmediato y ver que estos Pumas son bastante inferiores a los de 2007.
Este equipo terminó último en los tres Championship, sólo venció este partido de despedida y sin motivación para sus adversarios y aunque tuvo al goleador del torneo (Nicolás Sánchez) y algún otro punto alto, no está cerca de sus rivales y también está lejos de los Pumas de siete años atrás.
Ya conozco, anticipadamente, las respuestas irreflexivas que aparecerán debajo de este texto; las conozco no sólo porque leí las de los otros textos en los que criticaba a ‘la identidad Puma’, especialmente en sus derrotas, por lo que es fácil imaginar las ‘expresiones’ de ahora, tras ganar este bendito y solitario partido, sino y también las intuyo porque llevo cincuenta años escuchando a ‘la gente del rugby’ desde su sospechada presunción social a su supuesta y manifiesta pretensión de que es ‘un juego diferente’ e incomparable a cualquier otro. Paparruchadas sólo oídas de este lado del Rio de La Plata.
Sólo quiero recordarle a esa hinchada trucha (de visitante no va ni a la esquina) que el mundo del deporte está lleno de ‘días históricos’ como se bautizó rápidamente a este sábado triunfal y sin análisis. Y efectivamente son días históricos porque no sólo se salen de la tendencia anterior, también lo son porque después no modificaron ni modifican la curva siguiente. No vuelven a ganar. No cambian el futuro. Son días que no se repiten. Se vence un día y never more.
Recuerdo la jornada en que la selección de básquet de Brasil batió a los Estados Unidos 120 a 115 en su propia casa, en la Market Square Arena de Indianápolis, en la final del Panamericano de 1987. Los brasileños, que tenían un gran equipo (aquel de Oscar y Marcel) creían que ‘ahora sí’. Y ya se fue un cuarto de siglo largo sin que se repita ese momento. Recuerdo también la tarde de 1976 en la que Quilmes le ganó a Boca 1 a 0 en la Bombonera. Nunca más. Recuerdo aquel día del ’73 en el que All Boys le ganó a River 3 a 1 en el Monumental. Nunca más.
Falta menos de un año para el Mundial y si la participación de los Pumas en el Championship no solo sirve para acumular derrotas, sino –como dicen– es aprendizaje, está claro que Argentina debería terminar cuarta para poder decir que tantos fracasos sirvieron para algo, que fueron verdadera experiencia. Hasta el peor alumno, después de mucho repetir de grado, termina aprendiendo. Sería el caso. Si termina abajo del cuarto lugar sólo habrá servido para algo muy nuestro: nada.
La zona que le tocó (ya está todo sorteado) es la más fácil. No enfrentará en su Grupo C a ningún europeo (Georgia pertenece a Eurasia y, realmente es más asiática que europea). Tiene el rival más difícil, los All Blacks pero está en la zona más fácil. Así como no pasaría de la primera fase si la hubiesen incluido en el Grupo A (Inglaterra, Australia, Gales y Fiji) y hubiera tenido que pelearla bastante para clasificar si caía en los Grupos B y D, el sorteo le asegura el segundo puesto de la zona C. Perderá con Nueva Zelanda y derrotará a Georgia, Tonga y Namibia: tres países que NUNCA pasaron de la ronda inicial. Sí, nunca: si pasan ahora será porque Argentina se vuelve a casa rapidito.
De ese modo los Pumas enfrentarán a Francia en Cuartos de Final –no hay Octavos–, seguramente primera de la zona D (Irlanda deberá jugar mucho rugby si quiere ese primer puesto). A Francia ya se le ganó en su propio país y, en tierras inglesas –creo que nos quieren más a nosotros, aún con Malvinas en el medio, que a sus vecinos del Canal de la Mancha–, no debiese ser imposible. O sea: para ser cuarta Argentina debe ganar un ÚNICO partido bravo. ¿Es mucho pedir? No, es lo mínimo que puede pedirse al seleccionado que más experiencia juntó en la historia del deporte universal...
Ganándole a Francia estará entre los cuatro mejores y soñará con el bronce. Perdiendo con Francia, el quinto lugar lo dirimirán los resultados de todo el torneo por lo que, considerando que su zona es la más fácil, los resultados blanquicelestes deberán ser buenos. Los Pumas precisan ser cuartos para que nos devuelvan el aislado entusiasmo de 2007. No habrá evolución, tampoco involución, si clasifican quintos. Por abajo de eso será inútil defenderlos, considerando que son una de las diez selecciones realmente profesionales que hay en el planeta. Es resto tiene un par de jugadores rentados o ninguno –la mayoría–. Digamos las cosas como realmente son.
Además, menos de dos meses antes (entre el 18 de julio y el 8 de agosto próximos) se jugará un Championship reducido, de sólo tres partidos –sin revanchas–, justamente por causa del Mundial; torneo que será un termómetro fundamental y un preparatorio excepcional como nadie más tendrá. Por eso hay que exigirle a los Pumas el cuarto puesto y perdonarles el quinto. Menos que ello olerá a otro fracaso y no será más que polvo de olvido este triunfo del sábado, regado a vino mendocino que emborracha a quienes beben sin pensar en el después.
IN TEMPORE: Historia nueva, esta sí y de verdad, es la que comienza en Estudiantes de La Plata con la ‘Brujita’ Verón presidente, ganador por arrase de las elecciones ‘Pincharratas’ del sábado. Ojalá no pase lo que sucedió con Passarella en River o Babington en Huracán. Jugadores presidentes de clubes no es lo que más me entusiasma. No tanto, pero es más o menos como dirigentes jugando al fútbol (no se esfuercen en enviarme ejemplos bien sucedidos como el de Platini –hasta ahora– en la UEFA o Beckenbauer en su Bayern Munich). Igual Verón tiene crédito. Mucho crédito. Y, sinceramente, le deseo lo mejor aunque bien se sabe que los racinguistas, en La Plata, preferimos al ‘Lobo’.