Nadie se puso nervioso y subió la voz cuando se enteró del alejamiento de Jorge Almirón como entrenador de Independiente.
La discreta campaña del equipo, que se ubica en el puesto número 16, a 12 puntos de los líderes San Lorenzo y Boca, sumada a la derrota en el clásico con Racing, dejaron al técnico a la intemperie.
Almirón, confeso hincha del Rojo, puso su cabeza en la bandeja para ofrecérsela a la dirigencia que encabeza Hugo Moyano, conocedor del mal momento y de que ya no tenía más fichas para jugar. La escasa reacción de un grupo de jugadores que tomaron el clásico como si fuera un partido más, ayudó al desenlace. Después llegaron los reproches radiales hacia ellos mismos porque les faltó más actitud.
Lo cierto es que Independiente hizo un buen torneo de Transición conducido por Almirón, un desconocido para el 90% de sus hinchas, que venía de armar buenos equipos en Godoy Cruz y en Defensa y Justicia. Amante del fútbol ofensivo, contó con un Federico Mancuello formidable y construyó una campaña que lo posicionó con muchas expectativas para el nuevo torneo largo.
Los rojos –después de la sufrida vuelta a la A tras ganarle el desempate por el tercer ascenso a Huracán- terminaron cuartos con 33 puntos, a ocho del campeón Racing y por encima de equipos fuertes como Boca y San Lorenzo. Mancuello hizo el 33% de los goles del equipo siendo mediocampista izquierdo o doble medio central, algo insólito. Sin embargo, no tuvo seguridad defensiva, 29 goles fueron muchos y debió cambiar permanentemente a los futbolistas titulares.
Avisados de la vocación ofensiva del técnico, los dirigentes encabezados por Hugo Moyano –que en esos días anunciaron un pasivo de casi 600 millones de pesos- salieron a reforzar la defensa. Llegaron los correctos laterales de Banfield, Toledo y Tagliafico. Se sumó el uruguayo Victorino y también fue contratado el incansable uruguayo Diego Martín Rodríguez, el motorcito del cuadro mendocino. Siguieron los pibes del club (Figal, Breintenbruch, Barrios) más el veterano Tula, pero apenas como suplentes.
De ganar o perder en el torneo de Transición (10 victorias, 6 derrotas, apenas 3 empates), todo cambió en el extenuante campeonato de treinta clubes. Independiente se transformó en más sólido en el fondo, pero sin la potencia ofensiva del certamen anterior y encima, con un Mancuello que no repitió su gran nivel y sumó en cuentagotas. La figura del equipo jugó 10 de los 13 partidos y anotó 3 goles, con un detalle curioso: en sus tres ausencias, el Rojo empató ante Unión, Godoy Cruz y Gimnasia. Encima, dos acciones infantiles le costaron dos tarjetas rojas seguidas, justo cuando fue designado para integrar la Selección Argentina.
En suma: el Independiente de Almirón pasó del todo o nada (ganar o perder), a ser un equipo que quiere atacar pero no golpea lo suficiente. Que se defiende un poco mejor, pero no termina de dar garantía de seguridad. Por esa razón empató el 55% de los partidos que jugó, con el agravante de haberlo hecho casi siempre en condición de local, donde apenas pudo vencer a la peor versión de Arsenal desde que llegó a Primera y empató con Sarmiento, Argentinos y Boca, además de Gimnasia, cayendo frente al rocoso e incómodo Belgrano.
Achicó los goles en contra, pero sacando a Mancuello, la única receta ofensiva parece apoyarse en lo que brinde el chico Albertengo, la joyita de Atlético de Rafaela que ya marcó siete tantos, aunque suene a poco. Con escasa colaboración del resto de los atacantes (Riaño, Lucero, el colombiano Valencia, Pizzini y Martín Benítez), la historia se reduce al ingenio y la capacidad de Albertengo para llegar al gol, casi siempre con asistencia de Pisano.
Almirón jamás entró en el corazón del hincha de Independiente. Cambios varias veces poco exitosos en los partidos, algunas declaraciones que molestaron, ideas que se expresaban que no tenían consecuencia en los partidos, un gesto hosco en varias situaciones y la exigencia desmesurada de la gente, que quiere títulos y pelear el campeonato como si fuera otro Independiente, fueron minando su fortaleza.
No da la sensación el Rojo de tener equipo para pelearles mano a mano ni a Boca ni a River ni a San Lorenzo, los tres más encumbrados. Anémico para convertir, con una defensa que alterna errores y aciertos, parecería que está para acompañar desde el segundo pelotón a quienes se disputen el título. Tantos cambios, tantas modificaciones tácticas, tanto nombre por nombre, pueden haber terminado confundiendo a todos.
Incluso a los hinchas, que piden a gritos un título, pese a que la realidad está mostrando un equipo muy irregular, sin líderes (salvo Mancuello) y con una línea de juego que no termina de afirmarse. Almirón tiene responsabilidad porque pidió varios futbolistas y se los trajeron, pero éstos rindieron por debajo de las expectativas. Como el equipo en general, si bien está claro que todos los que tienen el corazón rojo esperaban algo desmesurado para estos momentos que vive la institución, que hoy debería tener prioridades, como achicar su abultado pasivo y terminar las obras del hermoso estadio Libertadores de América.