viernes 29 de marzo del 2024

Las confesiones del Colo Luna desde Devoto

El asesino de Gonzalo Acro acusa a Jose María Aguilar, da detalles de la relación entra la barra de River con el kirchnerismo y de su vínculo con la 12.

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En el corazón del barrio porteño de Devoto se encuentra el único establecimiento penitenciario en funcionamiento dentro de la Ciudad de Buenos Aires. Allí conviven 1.700 internos, obligados a pasar sus días entre rejas por diferentes delitos, como violaciones, asesinatos, robos a blindados y tráfico de drogas. Dentro del pabellón de estudiantes está alojado Ariel Colo Luna, ex barra de River, condenado a prisión perpetua por el asesinato de Gonzalo Acro, uno de los líderes de Los Borrachos del Tablón, en agosto de 2007. Desde la biblioteca del penal, el cabecilla de La Banda de Palermo le confiesa a PERFIL que no siente temor al momento de revelar algunas cuestiones que ponen al descubierto a los más poderosos: “Quiero ver en la celda de al lado a dirigentes y funcionarios”, dice Luna, el ladrón de joyas que un día tomó por asalto una de las tribunas más políticas del país.

—¿Por qué mataste a Gonzalo Acro?

—Yo no lo maté. Fue un accidente, una riña en la que fuimos a hablar junto con Luciano Cabrera y pasaron algunas cosas que no tenían que haber pasado. Se produjo una discusión de cinco segundos que terminó muy mal. De todas formas, quiero aclarar que Gonzalo no era ningún santo, de hecho estaba armado y sabía pelear. En su momento tuve que hacerme cargo de su muerte porque José María Aguilar y Mario Israel me habían dado cuatrocientos mil dólares para autoincriminarme. Es una locura pensar que Alan Schlenker pudo haberme mandado a matar a Gonzalo, ya que toda la vida fui delincuente y los delincuentes no tenemos patrón ni recibimos órdenes de nadie. En River la única persona que contrataba gente para mandar a matar era Aguilar. Desde Gonzalo para acá murieron siete personas por el entorno del ex presidente.

—Alan Schlenker y Adrián Rousseau eran los dueños de River; ¿por qué se pelearon?

—Todo comenzó por un vuelto importante del Mundial de Alemania en el que habían estado durante un mes en la casa de Martín Demichelis. Y por el reparto del dinero de la venta de algunos jugadores de aquella época. Ellos manejaron los pases de Gonzalo Higuaín, Fernando Belluschi, Maxi López y Diego Buonanotte. Hacían el trabajo sucio de apretar dirigentes y jugadores, y a cambio se quedaban con el diez o el veinte por ciento de cada operación. El directivo que se oponía a la venta encontraba el auto roto o la casa prendida fuego. Así de simple; el brazo armado de Aguilar se llamaba Adrián Rousseau. El recibía los cheques de River y se quedaba con lo que sobraba de los viajes de la barra al exterior. El club pagaba doscientos pasajes, viajaban sesenta barras y el resto iba todo a sus bolsillos. A mí no me la contó nadie. Yo de chiquito soy hincha de River y conozco bien sus manejos.

—Pero a pesar de declararte hincha de River, durante un tiempo paraste con la barra de Boca...

—Fui varias veces a la cancha de Boca porque tengo muchos amigos en la barra. De hecho cuando matan a los dos hinchas de River en 1994 yo paraba con la barra de El Abuelo. Soy amigo de Marcelo Aravena, capo de Lomas, y me invitaba a compartir muchas cosas con ellos. La barra de Boca tiene mucho más códigos que la de River y no son traidores. Recuerdo que después de la muerte de Acro, cuando ya no podía ingresar a la cancha, el superclásico de 2007 lo presencié desde la tribuna de Boca y hasta tuve el privilegio de colgar una bandera en contra de Rousseau. La verdad, tengo una relación espectacular con Rafael Di Zeo y el resto de su gente. Si necesito algo, ellos vienen y me lo alcanzan. Me acercaron abogados, equipos de gimnasia, zapatillas y camisetas para los presos de Boca. En ocho años la hinchada de River no se acordó jamás de mí.

—¿Quién fue la persona que más daño le hizo a River?

—Si fuera un paciente en terapia intensiva, diría que Aguilar le hizo mala praxis y Pasarella lo terminó de matar. Lo fusiló, se robó todo, y lo que es peor, sin haber tenido necesidad. Yo salí a robar porque no me quedaba otra. Passarella lo hizo de ambicioso después de haber sido campeón del mundo. Por eso lo quiero ver sufriendo, acá en Devoto, al lado mío. El día que lo tenga enfrente, le escupo la cara. Se juntó con el gobierno más corrupto de la historia argentina y empezaron a revolear bolsos para todos lados.

—¿Te considerás un preso político?

—Sin dudas. El fiscal Campagnoli es un corrupto que hace lo que le conviene y va para donde sopla el viento. Por eso no me dejó declarar contra el sistema. Acá agarraron perejiles, protegieron a los peces gordos y todo terminó en el mismo lugar. No es casualidad que los pibes de La Banda de Palermo hayamos terminado en cana. Recuerdo que, una vuelta, Rousseau me llevó a Córdoba y Florida, y me mostró el edificio donde trabajaba con Gonzalo Acro, porque quería planificar un autorrobo. Resulta que ahí funcionaba una mesa de dinero clandestina que le pertenecía a Julio De Vido y Aníbal Fernández. ¿Quieren más? Yo en su momento por intermedio de Rousseau conseguí una portación de arma que me dieron en la confitería de River a través de un allegado a Meiszner, ex presidente de Quilmes. Acá todo tiene que ver con todo, por eso no creo en la Justicia. Volveré a creer el día que Aníbal Fernández termine preso. Vayan a preguntarle a Rousseau qué relación tenía con la constructora de Lázaro Báez, y cuál era el vínculo con Diego Rodríguez, hermano de la ex ministra de Seguridad, y a su vez con Máximo Kirchner. Hay cosas que no puedo contar porque son muy fuertes, pero hace un tiempo un narcotraficante nos contó a los internos que había trabajado con Stiuso en un depósito en el puerto de Rosario y que exportaba dieciocho toneladas de efedrina por mes con Berni y Aníbal Fernández. Después se terminaron peleando, pero al principio eran socios. De hecho Berni cortaba a Los Monos pero dejaba trabajar al resto de los grupos narcos.

—¿No tenés miedo de pasarla mal luego de contar todo esto?

—Yo ya estoy muerto con la perpetua que me dieron. Y la verdad, prefiero morir antes de estar encerrado. Si bien varias veces he podido salir a jugar a la pelota contra otros internos a la cancha de Morón y Lamadrid, la vida en la cárcel es muy jodida y el día a día es realmente feo. La diferencia con Rousseau es que yo tengo códigos y el día que él caiga, termina violado o ahorcado porque todo el mundo sabe que es un vigilante.

—¿Es cierto que te escapaste del país con un pasaporte falso que te dieron en el Senado?

—El kirchnerismo me sacó del medio con un documento falso de la Comunidad Europea. Me llevaron al primer piso del Senado, me tomaron la foto y me hicieron simular que ponía el dedo arriba de un plástico. En una hora tenía el pasaporte con la identidad falsa y los veinte mil euros que me dio un tal Roberto para irme del país.

—¿De qué manera sobreviviste en Europa?

—Robando joyerías. Si no me hubiera muerto de hambre a los cinco minutos. Pero quiero aclarar que jamás lastimé a nadie. Rompía vidrios con un martillo y de esa forma he logrado comprar varias propiedades. Algunas todavía las tengo y otras las tuve que vender para que pudiera comer mi familia.

Los gritos del penal de Devoto tapan el sonido de los pájaros de un barrio residencial en el que la libertad y el encierro confrontan de manera permanente. De este lado, el de la oscuridad, se encuentra Ariel Luna, quien tomó la determinación de contar su verdad.

(*) Esta nota fue publicada en el Diario PERFIL.