jueves 28 de marzo del 2024

Un fantasma recorre Europa

Cada vez hay más casos de racismo y discriminación. Jugadores extranjeros o negros son insultados hasta por sus propios hinchas. Un fenómeno que atraviesa a la mayoría de los clubes europeos.

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"Mi hijo no es futbolista por culpa del racismo –dijo el 18 de diciembre Yaya Touré–. Es algo que me duele todo el tiempo". Cuatro días después, en el estadio del Tottenham sonaban ruidos de primate cada vez que intervenía Antonio Rüdiger, defensor alemán del Chelsea con madre de Sierra Leona. Al día siguiente, la Asociación de Jugadores exigióla creación de un grupo multipartidario para terminar con la xenofobia. Se habían hartado.

La confesión del marfileño y la decisión de los protagonistas coronan al menos una decena de episodios de ataques humillantes contra jugadores de ascendencia africana en los últimos dos meses. La xenofobia parece tener vía libre dentro de los estadios, acaso como la continuidad de lo que pasa afuera.

El laborismo inglés viene de hacer su peor elección desde 1935; la izquierda alemana, la segunda peor desde 1949; las de Francia, Italia, Holanda, las más bajas de su historia. Los liderazgos de derecha seducen con facilismos que apelan a los instintos más básicos, con vía libre en el anonimato de la hinchada.

La ola fascista recrudeció en los últimos dos meses. El 3 de noviembre, cuando promediaba el segundo tiempo de Hellas Verona - Brescia, el italiano Mario Balotelli (hijo de inmigrantes ghaneses) tiró la pelota contra una facción de la hinchada local, famosa por sus simpatías supremacistas.

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Se había hartado de los ruidos ofensivos. Como en un calco del oprobio, una semana después el brasileño Taisonsoportó la misma humillación, esta vez de los hinchas del Dinamo de Kiev (Ucrania). El jugador del Shakhtar Donetsk sufrió un castigo adicional: la tarjeta roja tras patear la pelota hacia donde estaban los agresores.

La xenofobia cruzó países, ligas y divisiones. En apenas dos días de noviembre (el 15 y el 11), Alexander Isak –sueco de origen eritreo– y Ahmad Mendes –holandés de ascendencia guineana– también sufrieron insultos por tener otro color de piel. El primer episodio fue en el partido entre Rumania y Suecia por las eliminatorias de la Euro 2020. El segundo, en un choque de la segunda holandesa.

De a poco, los futbolistas empezaron a levantar la voz. El 22 de noviembre Eniola Aluko, inglesa de origen nigeriano, dijo que abandonaba la Juventus porque el racismo era parte de la cultura, dentro y fuera del Calcio. “En el aeropuerto de Turín me trataban como a Pablo Escobar”, contó la delantera, que también es abogada.

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Cinco días después, una de las figuras del Inter, Romelu Lukaku, hizo un gol (después anulado por el VAR) en su visita al Slavia Praga. Harto de los insultos, evitó la celebración. Pero habló al día siguiente: “La UEFA tiene que hacer algo. Los que se portaron mal conmigo representan un ejemplo negativo para los niños”.

Como una confirmación amarga de que el problema excede las canchas, el 5 de diciembre el diario italiano Corriere dello Sport cavó su propia fosa con una tapa que titulaba “Black Friday” sobre las fotos de Lukaku y el inglés Chris Smalling, figura de la Roma, para promocionar el clásico contra Inter. El repudio fue global.

Seis días después, un hincha del Lyon francés saltó al césped para mostrar una bandera con la imagen de un burro y el nombre del brasileño Marcelo Guedes. Su compañero Memphis Depay, de ascendencia ghanesa, salió disparado a quitársela y activó una gresca generalizada.

El episodio más llamativo se dio en una secuencia que alteró los términos de las semanas previas. El 15 de diciembre los hinchas del Rayo Vallecano (célebres por su anti-fascismo) hostigaron a Roman Zozulya, ucraniano del Albacete, con el grito de “puto nazi”. No le perdonaban el militarismo ni las simpatías de derecha. Después de la primera suspensión por insultos contra un futbolista en la historia de España, los jugadores pidieron evitar “situaciones que alejan al club de la esencia del fútbol”.

¿Pero cuál es la esencia del fútbol para un nazi? Nicolai López, integrante de Hinchadas Antifascistas Argentina, recuerda que “en Europa este deporte siempre fue una trinchera de disputa entre sectores reaccionarios” como el National Front británico, el Amanecer Dorado griego o la Lega Nord italiana. Aunque la xenofobia se disimula bajo la exaltación del sentir nacional, los últimos casos hablan de un conflicto demasiado arraigado.

En Argentina, en cambio, las hinchadas “nunca fueron un grupo parapolicial que perseguía migrantes y afrodescendientes”, recuerda López, colombiano instalado acá desde hace ocho años. “Sí se repite, como un mantra excusado en el ‘folclore del aguante’, la violencia verbal y simbólica”. Es un racismo a veces subrepticio, a veces vociferado: la naturalización del “puto” o del “negro de mierda”; la acusación a la hinchada de Boca de ser de Bolivia y Paraguay. Lógicas que, muy de a poco, empiezan a debilitarse.

Con antecedentes en la Coordinadora de Hinchas que luchó contra las sociedades anónimas y pidió por el regreso de los visitantes, el antifascismo futbolero suma seguidores en Buenos Aires, Córdoba (Belgrano y Talleres), San Juan (Desamparados), Tucumán (San Martín), Rosario (Central y Newell’s), Santa Fe (Colón) y La Plata (Gimnasia y Estudiantes). Todavía con clara mayoría masculina, los hinchas exigen un fútbol sin misoginia ni discriminación. Al menos por estas pampas, al menos para algunos, llegó la hora de la deconstrucción.

Racismo en Villa Crespo. Aunque el racismo en las canchas locales no es asunto de Estado, a veces se encienden las alarmas. El 4 de diciembre la Federación Argentina de Centros Comunitarios Macabeos (Faccma) suspendió la final del torneo que jugarían al día siguiente Náutico Hacoaj y Cissab en el estadio de All Boys. “No queremos rusos en la cancha”, rezaba la amenaza de la barra del anfitrión. Era un capítulo más de la guerra de los de Floresta contra Atlanta, el cuadro de Villa Crespo que alguna vez se acostumbró a ser recibido con lluvias de jabones por las hinchadas rivales.

Dentro y fuera de las canchas, el antisemitismo sigue siendo tabú en Argentina, el único país que tuvo un pogrom fuera de Rusia (en la Semana Trágica de 1919). Convencidos de que la peor opinión es el silencio, en Faccma denunciaron la amenazas: “Como señala el tradicional saludo macabeo que nos caracteriza, seamos fuertes y valientes para seguir promoviendo el encuentro y el respeto mutuo por sobre la discriminación”.

Multa y suspension del estadio. La segunda parte del partido entre el Rayo Vallecano y el Albacete, suspendido el 15 de diciembre por “cánticos e insultos reiterados” contra el jugador ucraniano del Albacete Roman Zozulya, al que se le llamó “nazi”, se disputará a puertas cerradas, según resolvió ayer el Comité de Competición de la Federación Española de Fútbol.

Además, el Comité de Competición impuso al Rayo Vallecano una multa de 18.000 euros y acordó la clausura de las dos tribunas desde donde partieron los insultos por dos partidos. Dirigentes del Rayo Vallecano consideran “injusta” y una “atrocidad” la multa de 18.000 euros, la clausura parcial del estadio de Vallecas y que se dispute a puerta cerrada el segundo tiempo ante Albacete.

“El tema de fondo no solo a nivel deportivo sino social nos parece muy preocupante. El Rayo quiere manifestar su desacuerdo con la resolución de Competición porque la considera completamente injusta. Porque el Rayo es una víctima, y está siendo castigado y multado”, dijo el presidente del club franjirrojo, Raúl Martín Presa, en rueda de prensa en su ciudad deportiva.

(*) Nota publicada en el diario PERFIL.