jueves 28 de marzo del 2024
Boxeo

Carlos Irusta, el periodista que le tiró un jab a Ali: "De chico quería ser técnico de boxeo"

Más de cincuenta años de carrera, toda una vida al lado del ring. Su infancia en el Luna Park, Locche, Monzón, Bonavena, el periodismo y la vida en este mano a mano con 442.

Carlos Irusta es periodista de boxeo desde que era un niño. Por entonces no lo sabía, acompañaba a su padre todos los sábados al gimnasio del Luna Park. Su padre era técnico y él lo veía trabajar. Así pasaba tardes enteras: mirando, escuchando, imaginando.

Uno de esos sábados, una imagen lo puso cara a cara con su destino de cronista. Para siempre. Frente a los vestuarios del mítico estadio vio pasar a un boxeador veterano que acababa de perder una pelea. Advirtió la tristeza y la soledad de la derrota. Se le ocurrió un cuento, un relato de ficción en el que aquel boxeador ganaba el combate. Lo publicó en un semanario. Le gustó ver su texto en letras de molde; nunca más dejó de escribir sobre boxeo.

Hoy es una referencia, acumula más de medio siglo de carrera. Trabaja en gráfica, radio y televisión. También en Youtube: los domingos a la noche se lo puede ver y escuchar en el streaming radial de Ring Side en el aire, junto a Juan Larena por Eco Medios. Hace lo que hizo toda la vida, lo mismo que hacía ese niño que iba con su padre al gimnasio del Luna Park. “La diferencia es que ahora me pagan”, dice Irusta.

¿A qué edad empezaste a ver boxeo?

A los diez años, por poner una edad. O sea, en 1958. Años después, sería el 63 o el 64, se me ocurre hacer ese cuento sobre una pelea que vi. Esa pelea es un misterio de la naturaleza. Peleó Manuel Manolo Álvarez, un tucumano que tuvo una gran campaña, que llegó a pelear con Nicolino Locche y que era un boxeador muy talentoso pero que ya estaba gastado. Peleó y perdió con Jorge Fernández. Yo andaba cerca de los vestuarios del Luna Park. En la esquina que da a Corrientes y Madero, debajo de la tribuna especial de Madero estaban los vestuarios, donde están ahora. El tipo pasó por ahí. Como había perdido, pasó solo, cabizbajo y meditabundo. Me chocó mucho eso... Pensé en un cuento en el que el veterano en vez de perder, ganaba. Lo escribí y lo publiqué en el semanario K.O Mundial, que dirigía Simón Bronenberg. Con los años, ahora que estaba empezando a escribir un libro de memorias y cosas así, busqué los registros de esa pelea. No sé qué pasó, la pelea está en una colección de revistas que es posterior al cuento. ¿Cómo pude haber escrito un cuento sobre una pelea que todavía no había ocurrido? No lo sé explicar. Yo estuve convencido de esto hasta hace muy poco, me acuerdo muy bien de la imagen de Manolo Álvarez, del momento en que pasó al lado mío, con la bata, transpirado. Nadie le daba pelota, cosa que me molestó mucho. Yo era chico, pero vivía el boxeo muy de cerca. Hay ciertos códigos boxísticos que los incorporé, ¿cómo te podría decir?, por osmosis. En el libro finalmente descarté la historia esta del cuento.

Carlos Irusta junto a Nicolino Locche

¿Qué recordás de esas tardes en el Luna Park con tu papá?

Recuerdo que era como si el gimnasio estuviera para mí solo. Imaginate el placer que era sentarme en el suelo, al lado del ring, mirar y escuchar. Observar todo. Yo soy hijo único. Mi papa entre semana trabajaba en lo que en ese momento era la Dirección General Impositiva, lo que hoy sería la AFIP. A las dos de la tarde entraba al gimnasio del Luna Park hasta las seis o siete. Yo ya tenía ocho años, por ahí. Los sábados al mediodía generalmente me llevaba al gimnasio, que era el día en que había algunas actividades, entrenaban los que estaban por pelear.

¿De chico querías ser boxeador?

En realidad quería ser técnico de boxeo, como mi papá. Me gustaba mucho analizar peleas. Yo soy un tipo que cuando ve una pelea se concentra mucho en qué le diría a un boxeador, qué le diría a otro. En el gimnasio aprendés todo eso. Vos estás viendo los entrenamientos y escuchás que un técnico dice 'bajá la cabeza', 'tapate de acá', 'correte para allá'. Estás haciendo un curso acelerado y no te das cuenta.

Irusta es lo que se dice un apasionado. Lleva el ensimismamiento de los apasionados, de los hombres que han hecho siempre lo mismo. Se nota cuando se pone a recordar. De repente es como si todo hubiera ocurrido ayer. Precisa fechas y lugares, nombres de boxeadores y colegas. Los recuerdos del boxeo se entreveran con los de su vida personal. Habla de la muerte de su madre y de Carlos Monzón, de su tío Agustín, célebre actor y cantante de tango, de un viaje a Venezuela que hizo para cubrir una pelea y en el que intentó reencontrarse con él pero no pudo. También de los ojos de José María Gatica: "Lo vi una vez en la puerta del Luna Park. Intenté acercarme pero mi papá me frenó. 'Dejalo, no está bien', me dijo. Me quedé con esa imagen. Recuerdo perfectamente que tenía una sonrisa extraviada y los ojos verdes, una cosa muy fuerte, ojos de tigre. Me quedaron grabados. Cuando murió lo velaron en la Federación de Box. Yo estudiaba en el Nacional Mariano Moreno, que está muy cerca. Fuimos con mis amigos y nos ubicamos a la popular para presenciar el velorio".

Carlos Irusta y Carlos Monzón

¿Al principio sentías rechazo por Nicolino Locche?

Es que era muy negativo, en el sentido de que era muy defensivo. Se recostaba en la soga y no hacía nada, no era un pegador, un Chino Maidana. No se parecía en nada a un boxeador. Era pelado y tenía ese nombre rarísimo. Ganaba sin convencer, gracias no a los golpes que él pegaba sino los que no pegaba el rival. Por eso al principio entre los que íbamos al Luna era un tipo muy resistido. No daba espectáculo. En el 63 (29 de junio) pelea contra el brasileño Sebastião Nascimento y le gana. Yo no sé si porque peleó con un brasileño o porque el público vio algo diferente en él pero empezaron a ovacionarlo. Se dio una especie de conversión sobre el concepto que teníamos de él. Como si a vos te gusta el tango y escuchás a Aníbal Troilo y después empezás a seguir a Astor Piazzolla. Al principio no entendíamos qué carajo era eso que él hacía. Después nos adaptamos al lenguaje corporal de Locche. Al día de hoy sigo siendo fanático de Nicolino, un boxeador extraordinario.

Volviendo al periodismo, ¿cómo pasás de escribir cuentos a escribir notas periodísticas?

Después de ese primer cuento debo haber escrito tres o cuatro más. Hasta que se me acabó la cuerda. Mi papá me sugirió que empezara a hacer reportajes a los técnicos del Luna Park. Me hice un cuestionario y empecé a hacer esas entrevistas que le llevaba a Gronenberg. K.O Mundial era semanal, necesitaba material constantemente. Muy poco tiempo después, te diría en el año 64, viene un conocido, Justo Mizrahi, y me ofrece hacer radio. Mizrahi trabajaba en un programa que se llamaba 'Quinta oral con todos los deportes', iba por Radio Porteña, hoy Radio Continental. La primera nota se la hice a mi papá, que por entonces era Secretario del Círculo de Directores Técnicos de Árbitros de Boxeo. Yo, a pesar de mi edad, era una especie de secretario de actas del círculo. Los lunes acompañaba a mi papá a la Federación de Box, donde se hacían las reuniones del consejo directivo del círculo. Tomaba nota de todo lo que se hablaba en esas reuniones y a esas notas mi papá las convertía en un libro de actas. Vivía aprendiendo sin darme cuenta.

Irusta trabajó en El Gráfico durante treinta y ocho años. Su primer acercamiento profesional a la revista fue gracias a Amílcar Brusa, entrenador de Carlos Monzón.

Un mediodía de 1970, posterior a la consagración de Monzón en Roma contra Nino Benvenuti, encontró a la célebre pareja almorzando en un restaurante frente al Luna Park. Se arrimó a la mesa a hacerle unas preguntas al flamante campeón mundial de los medianos. Brusa lo frenó en seco: "A esa pregunta ya se la hizo el periodista de Sport (revista mensual que publicaba editorial Atlántida)". Tras el lamento de Irusta, que por entonces tenía poco más que veinte años, Brusa le preguntó si le interesaría escribir para El Gráfico

"Brusa ya era un tipo influyente en el mundo del boxeo. 'Dejame que yo voy a hablar', me dijo. Fui, hablé con Julio César Pasquato, Juvenal, que era uno de los directores. Escribí una nota pero no pasó nada. En enero del 75, un promotor de boxeo hizo una pelea entre Raúl Loyola y Miguel Ángel Cuello en Córdoba. Invitó a varios personajes del boxeo. Estábamos comiendo después del festival, se me acerca Ernesto Cherquis Bialo y me sugiere que fuera a hacerle unas preguntas a Cuello, que había ganado la pelea. 'Y el domingo se viene por la redacción y se escribe algo', me dice Cherquis. Bueno, hice eso. Entrevisté a Cuello, fui a la redacción de El Gráfico y escribí la nota. Empecé oficialmente en marzo del 75. Tuve dos etapas en la revista", cuenta Irusta.

¿Siempre tuviste buena relación con Monzón?

Nunca fuimos amigos, pero siempre sentí que nos respetamos mutuamente. Vos te dabas cuenta enseguida si Monzón te apreciaba o no. Como mi papá eran santafesino y Brusa y Monzón también eran santafesinos... Mi papá y Monzón cumplían años el mismo día, el 7 de agosto... Son pavaditas que en su momento no te das cuenta pero van surgiendo como hilos conectores.

Carlos Irusta y Carlos Monzón

¿Dónde estabas el día que asesinó a Alicia Muñiz?

Estaba en la playa, veraneaba en San Bernardo. Yo me desconectaba un mes de todo, mi único contacto con el mundo era el diario, lo compraba para hacer el Palabras cruzadas en la playa, nada más. Era domingo, serían las diez y media once. Fui a la playa y me encontré con un vecino. Me dice, '¿viste lo que pasó?'. 'No', le digo. 'Monzón mató a la mujer'. Después me di cuenta de que lo primero que se dijo fue efectivamente lo que había sucedido. Quiero decir, en el momento en que mi vecino me contó eso no estaba confirmado que Monzón hubiera asesinado a Alicia Muñiz. Era algo que se estaba investigando. Pero el prejuicio que existía sobre Monzón llevó a decir de entrada que había sido un femicidio, figura que por entonces no existía. Enseguida se comprobó que sí, que la había matado. No quedan dudas.

¿Cómo la pasó Monzón en la cárcel?

Honestamente, no lo sé. A todos los informes a los que accedí dicen que no la pasó mal, que los otros presos lo respetaban mucho. Yo lo visité tres veces, pero no hablamos demasiado. Cuando presenté el libro en Mar del Plata (Monzón: La biografía definitiva, editorial Planeta) vino el tipo que era el jefe del servicio penitenciario de Batán cuando él estaba preso ahí. Ahora no recuerdo cómo se llama.

¿Qué tan importante fue Tito Lectoure para el boxeo argentino?

Lectoure fue, ante todo, un fanático de boxeo. Yo no creo en eso de que haya sido un boxeador frustrado por el simple hecho de que hiciera guantes. Amaba el boxeo. Un día me dijo una cosa que era muy cierta: ‘Yo puedo hacer boxeo como lo hago porque tengo el Luna Park. Si tuviera que alquilar para hacer un festival no ganaría plata’. Era un tipo que estaba casado con el boxeo y no necesitaba la plata porque la plata venía igual. Cuando se murió Lectoure se murió el Luna Park. A los 18, 20 años, estaba podrido de ver en las revistas de boxeo que los argentinos perdían afuera. Quiso cambiar ese estado de cosas, se lo tomó muy en serio, como una cuestión personal. En lugar de que los boxeadores argentinos fueran a hacer campaña afuera, hizo que hicieran campaña acá en el país. Vos fíjate que Floyd Mayweather, por citar un caso, no salió nunca de Estados Unidos. Antes los campeones salían, iban de visitante. Ismael Laguna vino a pelear a la Argentina contra Nicolino Locche siendo campeón del mundo.

Es decir, el ‘secreto’ de Lectoure fue hacer valer la localía

El boxeo tiene un secreto. Supongamos que vos sos promotor y tenés a un boxeador. O que sos el mánager. Para que ese boxeador crezca vos tenés que ponerle oponentes que pierdan, que no le ganen, pero que a su vez le enseñen a boxear. Si vos ponés a un oponente que a cada mano se va a la lona y pierde por nocaut en el primer round tu boxeador no aprende nada. Entonces el arte del fogueo es todo. Que tu boxeador no pierda, que vaya creciendo en el ranking, que se haga conocido pero que a la vez aprenda a boxear. Para formar una figura tenés que tener olfato, conocimiento, frialdad para reconocer los límites. En eso Lectoure era un tipo muy hábil. Por eso se lo critica tanto a Monzón, porque dicen que Lectoure le hizo la carrera.

¿Y vos qué opinás de ese prejuicio?

Que es un prejuicio tonto. Primero, yo no conozco a ningún promotor del mundo que si tiene un boxeador importante va a contratar a otro para que le gane. No lo hace nadie. Y segundo, si a mí me nombran a un boxeador al que Monzón no lo haya querido pelear, yo lo acepto. Pero Monzón peleó con todos. Fue una campaña muy bien llevada. Los que criticaban a Lectoure son aquellos a los que les hubiera gustado tener un campeón del mundo que hiciera catorce defensas del título y quedara en la historia con el récord de defensas.

Irusta se emociona al hablar de Muhammad Ali. Puede jactarse de haberle tirado un jab al mítico boxeador estadounidense. Fue en ocasión de los sesenta años de El Gráfico.

"Yo lo acompañé en los dos o tres días que estuvo en Buenos Aires. Hablaba poco, pero lo seguía a todos lados porque tenía que escribir la crónica de sus días en el país. Pero, claro, era tan grande, para colmo había venido medio resfriado. Le entregué un libro para que lo firmara pero no mucho más. El último día, El Gráfico organizó un gran desayuno para que todos le hiciéramos preguntas. Yo lo tenía al lado. Cuando me toca a mí le pregunto si creía que Sugar Ray Leonard iba a ser su heredero. Y él tipo me mira con mala cara. Se queda mirándome. Y me dice: ‘Dígame, ¿usted qué hace acá en esta revista?’. Le dije que era periodista especializado en boxeo. Me mira y me dice ‘No, usted no es periodista de boxeo’. Me dieron ganas de mandarlo al carajo. Además, no le había hecho una pregunta tonta. Era una pregunta más, pero no era una pregunta sin sentido. Cuando termina el desayuno se me acerca. Yo estaba re caliente. Me emociono cuando cuento esto porque tengo mucha admiración por él. Ali levanta la mano y me dice ‘tire un jab’. Le tiro uno y después le tiro otro. ‘¿Y?', le digo. '¿Soy periodista o no soy periodista de boxeo?'. ‘Sí, sos periodista de boxeo’, me dice. Me estaba jodiendo el hijo de puta. Era parte de las cosas que le gustaban hacer, joder a la gente. Justo estaba Oscar Mosteirin, uno de los fotógrafos de El Gráfico, y me sacó la foto. Alí era un buen tipo. Mirá, el último día, Osvaldo Orcasitas, alma mater de la revista, le llevó al hotel una valija con 200 mil dólares, el caché que le pagaron por venir. El tipo abrió la valija, retiró un fajo de billetes y se lo ofreció a Orcasitas. Osvaldo le explicó que no hacía falta, por supuesto que lo rechazó", recuerda.

¿Qué lugar ocupa Ringo Bonavena en la historia del boxeo argentino?

Fue el boxeador de peso pesado más importante del boxeo argentino después de Luis Ángel Firpo. Mucha gente lo ubica como el loco, el tipo que hacía bromas y cantaba 'Pío, pío'. Pero al ring se subía un tipo que boxeaba muy bien. Yo vuelvo a ver la pelea con Muhammad Ali y siento que fue injusta la derrota del modo en que se dio. Ali lo agarra no digo que de casualidad pero lo agarra justo. Bonavena se suelta recién en el quinto o sexto round. Le mete una mano izquierda cruzada a la cabeza que lo conmueve. No hablo de la caída, porque la caída fue un resbalón. Pienso que le pesó un poco pelear con Ali. Cuando se suelta y empieza a trabajar mete muy buenas manos. Lógicamente, Ali era mucho mejor boxeador. Además, Ali tenía la complicidad del árbitro. 

¿Con Ringo también te unía una buena relación?

Cuando empezó en el Luna no lo quería mucho, por decirlo de algún modo. Era muy fanfarrón, rompía mucho las bolas con que iba a matar a sus rivales, qué sé yo. Pero con el tiempo me fui dando cuenta de que era un tipo muy simpático, muy agradable. Yo me iba al vestuario y conversábamos. Yo soy fanático de los relojes y él me prestaba el Rolex de oro, que pesaba como dos kilos. Hablábamos de películas, de cualquier cosa. Teníamos muy buena relación. Él me decía Irusta. Ni Carlos, ni Carlitos. Irusta. Una vez estuvimos en Londres para una pelea y terminó durmiendo en la misma pieza que nosotros, en la embajada de la Argentina en Londres. Era un tipo muy ocurrente. 

¿Cuándo fue la última vez que lo viste?

Yo ya trabajaba en El Gráfico. En noviembre del 75 él pelea con Reinaldo Gorosito en el Luna Park. Eran amigos con Gorosito, se decía que podían llegar a hacer alguna cosa rara arriba del ring. Estaba esa sospecha. Pero salió una buena pelea. Ganó Bonavena, que terminó cortado. Al otro día lo fui a ver a la casa que él tenía en la calle República de la India. Le hice una nota y después nos fuimos en el Mercedes Benz a uno de los clásicos almuerzos con Doña Minga, en Parque Patricios.

¿Sentís nostalgia por el boxeo de antes?

Uno tiene que vivir el presente. El pasado es lindo para el recuerdo y nada más. Es cierto que hay un poco de nostalgia. Una revista como El Gráfico, por ejemplo, hoy no podría salir. Boxeadores como había antes, tampoco. Cambiaron los métodos de entrenamiento, los negocios, los medios de comunicación. La época de Bonavena, por ejemplo, era una época en la que para ver una pelea tenías que pagar la entrada e ir. Yo he ido a ver peleas de Locce y de Saldaño y estaba la sala, la planta baja digamos, apiñada. Uno encima del otro. La cantidad de gente que entraba ahí hoy no podría entrar por una cuestión de seguridad. Era una experiencia. El Luna Park fue mi casa. En esa época en el Luna le dabas la mano a Julio Cortázar, a Juan D'Arienzo, Aníbal Troilo, Palito Ortega u Omar Sharif, qué sé yo.

¿Con Cortázar llegaste a hablar de boxeo?

Lo vi una vez, debió haber sido en el 72, 73 porque todavía no trabajaba en El Gráfico. Creo que peleaban Castellini contra Doc Holliday. Yo era un cortazariano férreo. Él estaba sentado en la primera fila y me le fui al humo. En esa época hacía vestuarios y, claro, tenía que usar cable. El cable era largo, pero no llegaba hasta el ring side. No sé qué quilombo hice con el operador y pude llegar. Era temprano, me puse de rodillas porque obviamente no podía tapar a la gente. Me presenté y le dije si podíamos hacer una nota. Me dijo que no, que no iba a hacer declaraciones. Me fui bastante molesto. Para mí era ir a hacerle una nota a un tipo que admiraba. Además, ¿cuántas preguntas le podía llegar a hacer?

¿Qué tiene de bueno el boxeo de ahora?

Ganó en exposición, en universalismo. Cuando yo era chico, si el boxeador no era estadounidense podía ser inglés o mexicano o japonés, pero no mucho más. Después de la Cortina de Hierro aparecieron camadas buenas de otras nacionalidades. Además, hoy hay muchos canales. Por ejemplo DAZN, que es puramente streaming. Los espectáculos siguen siendo buenos, los boxeadores son atletas y ganan más dinero. Hay tantos títulos en juego que hay muchos boxeadores que pueden ser campeones del mundo.

¿Y el boxeo argentino?

Hoy por hoy, Brian Castaño tiene condiciones para erigirse como figura. Viene de hacer una gran pelea contra Jermell Charlo. Demostró que es un boxeador que tiene enormes condiciones. Ese es un caso de un boxeador muy bien llevado.

Leí por ahí que decís que Rocky Balboa es un boxeador más

Es uno de los nuestro, ja ja. No hay un boxeador que no se encienda cuando le ponen Eye of the Tiger. Rocky mueve más de lo que parece con gente que no tiene nada que ver con el boxeo, llevó el boxeo a otro nivel.

@merloalfredoo