jueves 25 de abril del 2024
Fútbol y DDHH

Día de la Memoria: un grito de gol, un acto de resistencia

Ser fanático de Racing y festejar un gol de Independiente dentro de una unidad penitenciaria. Eso ocurrió en enero del '78, cuando el Rojo le ganó la final del torneo Nacional a Talleres, equipo que durante la dictadura tenía un estrecho vínculo con el genocida Luciano Benjamín Menéndez.

En el pabellón No 10 de la Unidad Penitenciaria 1 de San Martín, en Córdoba, hay ciento cincuenta presos políticos, todos militantes populares. El 24 de marzo de 1976 quedan incomunicados. La situación es insostenible: están hacinados en un pabellón de máxima seguridad destinado a criminales peligrosos e irrecuperables, no pueden recibir visitas ni correspondencia, tampoco leer, escuchar la radio o salir al patio.

En medio de este hermetismo, la única manera que tienen los presos políticos de enterarse de algo de lo que ocurre en el exterior es a través de los presos comunes que están en los otros pabellones. El fútbol tiene acá una presencia determinante: una radio o un televisor a todo volumen, los gritos de festejo o las maldiciones lanzadas a la nada confirman qué equipo acaba de convertir un gol.

En enero de 1978 en las celdas de aislamiento intuyen que algo importante va a ocurrir. Hay mucho movimiento y ansiedad del lado de los guardias. Los presos políticos se van enterando a cuentagotas: Talleres, favorito del genocida Luciano Benjamín Menéndez, juega una final contra Independiente. La historia es demoledora. Lo suficiente como para tomar partido sin que importen demasiado los colores.

Una vez que el Bocha culmina su obra maestra, la cárcel de San Martín es una reproducción a escala de la cancha. Los que anhelaban que perdiera el equipo de Menéndez están eufóricos. Alguno se anima a recorrer los pasillos a los gritos mientras revolea una remera. Otro, orgulloso de su ocurrencia, canta: “Los rojos les ganaron a los milicos, los rojos les ganaron a los milicos”.

Carlos Hairabedian, juez de instrucción y fanático de Racing, hace dos meses que está detenido en el pabellón de los presos políticos y con la poca información que recibe reconstruye el cuadro de situación: Talleres llegó a la final del torneo Nacional, juega contra Independiente, Talleres es el equipo de Menéndez, allá empataron uno a uno, Talleres va a salir campeón nomás, definen en Barrio Jardín, parece que están preparando los festejos. Esto es demasiado. Hasta para un hincha de Racing.

Los presos políticos consiguen una radio para escuchar el partido. Ahí, en el pasillo del pabellón, amontonados encima de un aparato que apenas se escucha, la noche del 25 de enero están pendientes de lo que ocurre en La Boutique de Villa Jardín. Los detenidos que son hinchas de Talleres celebran los dos goles y las expulsiones de los tres jugadores de Independiente, y se lamentan, incrédulos, en el final.

Una vez que el Bocha culmina su obra maestra, la cárcel de San Martín es una reproducción a escala de la cancha. Los que anhelaban que perdiera el equipo de Menéndez están eufóricos. Alguno se anima a recorrer los pasillos a los gritos mientras revolea una remera. Otro, orgulloso de su ocurrencia, canta: “Los rojos les ganaron a los milicos, los rojos les ganaron a los milicos”.

"Sabía de algunos amistosos que Talleres había jugado con un equipo del Tercer Cuerpo y además notaba el entusiasmo que tenían los guardias en la cárcel. Antes del partido lo comenté con algunos compañeros que estaban detenidos y ellos coincidían. Después se hicieron investigaciones que revelaron el estrecho vínculo que había entre Menéndez y Talleres."

Hairabedian celebra la derrota de Talleres/Menéndez sin remordimiento. Que el campeón sea Independiente es un accidente. No hay traición ni infidelidad. No en este caso. El abogado lo sabe: el enemigo no usa camiseta roja, usa uniforme verde oliva.

Cuando Hairabedian escucha en la voz de José María Muñoz “dio para Bertoni, dio para Bochini, da para Bertoni, queda solo, tira Bochini, gol, gol, gol goooooooool de Independiente…” el universo de sus pasiones se reconfigura. En ese cuerpo enteramente racinguista se formó una grieta por donde se colaron dos hombres bien rojos. Más de cuarenta años después, lo reconoce sin culpa: “Bochini y Bertoni son mis héroes privados”.

—¿Cómo sabía que Talleres era el equipo favorito de Menéndez?

—En ese momento era una intuición, una sospecha. Sabía de algunos amistosos que Talleres había jugado con un equipo del Tercer Cuerpo y además notaba el entusiasmo que tenían los guardias en la cárcel. Antes del partido lo comenté con algunos compañeros que estaban detenidos y ellos coincidían. Después se hicieron investigaciones que revelaron el estrecho vínculo que había entre Menéndez y el club.

—¿Se arrepintió alguna vez de haber hinchado por Independiente en esa final?

—Jamás. Al contrario, te diría. Años después, cuando me enteré de que al árbitro lo habían comprado, valoré la hazaña aún más. Con ese partido sentí muchísima satisfacción. Lo considero un acto de resistencia. Hasta el día de hoy es la máxima reivindicación que me dio el fútbol.

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