martes 03 de diciembre del 2024
El velatorio de D10S

El último adiós a Diego Maradona

Cuatro horas en la cola, desconsuelo, cantitos, camisetas de todos los clubes. La despedida de Maradona provocó una montaña rusa de imágenes y sensaciones. Como ocurrió durante sus 60 años de vida.

He visto a Diego Maradona.

Lo he visto en las lágrimas de esa señora que apenas se puede sostener en el hombro de su hija, en el llanto desconsolado de ese muchacho con la camiseta de San Lorenzo que se apoya en las vallas y no lo puede creer, en el niño que está a upa de su padre y que en algún momento de su vida podrá decir “yo estuve”.

Lo he visto en el pasacalle que La Poderosa colgó al lado del Cabildo y que dice “sos la villa en carne viva”, en las banderas que pintan de celeste y blanco la interminable cola, en ese artista que dibuja a Diego cebollita con tizas de colores sobre el asfalto de Avenida de Mayo.

He visto a Maradona en las muchas camisetas de Boca que conviven con las escasas camisetas de River, en las de Independiente que comparten la espera rodeadas de camisetas de otros clubes, en cada uno de los escudos que marcan que hoy es posible una convivencia pacífica.

Lo he visto en el tipo que canta con voz ronca “Diego no se murió, Diego no se murió…”, en el adolescente que no se puede sumar porque las palabras se le traban la garganta, en la muchacha que hace silencio, escucha y levanta la vista al cielo.

Lo he visto en cada uno de los que esperó cuatro o cinco horas para entrar a la Casa Rosada, en la paciencia de todos los hinchas de Diego que vinieron a despedirlo, en el respeto religioso que sienten por el D10S que hace un día abandonó la Tierra.

He visto a Maradona en barbijos, gorros, banderas, remeras, tatuajes, posters y pañuelos, lo he visto en azul y amarillo, en celeste y blanco, en rojo y negro, lo he visto en camisetas originales carísimas y en réplicas de oferta.

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Lo he visto en ese muchacho que dice “Diego es pueblo”, en esa mujer que dice “nunca voy a aceptar que se nos fue”, en aquel señor que dice “nos quedamos solos”.

Lo he visto en esa piba con la camiseta del Bicho que nunca lo vio jugar pero lo extraña, en aquel bostero que seguro lo disfrutó en el ‘81 y lo extraña, en el tipo que sostiene la tapa del diario Popular con la postal de México 86 y como el resto también lo extraña.

He visto a Maradona en manteros que venden fotos, pins, remeras y barbijos, en el merchandising oportunista, en el chori que huele como olía en Fiorito.

Lo he visto en el silencio respetuoso, en la euforia repentina que arranca con “el que no salta es un inglés”, en el silencio respetuoso que otra vez vuelve a imponerse.

Lo he visto en miles de mensajes de WhatsApp, en las fotos que todo el mundo hace para atesorar este momento histórico, en la pantalla gigante que está sobre Plaza de Mayo y repite sus goles.

He visto a Maradona en un féretro. Está cubierto con las camisetas de Boca, Argentinos, Gimnasia y la Selección. Debajo, en el piso, hay otras camisetas, de todos los colores, de todos los clubes: son las ofrendas que le deja su gente. Lo he visto, también, en un pañuelo de Madres y en un pañuelo de Abuelas.

He visto la muerte de un inmortal, el fin de alguien que debía ser eterno. Y he visto también que se multiplicó, que dejó algo suyo en cada uno de los que fuimos a despedirlo este maldito jueves de noviembre.

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