
Periodista
Ya pasaron un par de meses del primer año del River de Gallardo versión II y la contabilidad sigue en un déficit cada vez más pronunciado. Que haya perdido 6 de los últimos 7 partidos es apenas una muestra del momento inédito que vive el DT más ganador de la historia del club. Las razones son más profundas y sirven para ir al hueso de este asunto.

La primera razón es que Gallardo era una solución, pero nada salió como estaba planeado. En todo este tiempo atravesado por dos torneos locales, dos Libertadores, un Mundial de Clubes y una final de copa nacional, los problemas se acumularon y se amontonaron como moscas, y la luz nunca estuvo al final del camino. Gallardo siempre pudo con todo en la primera gestión; ahora parece haberse quedado sin la varita mágica y sigue sin encontrarle la vuelta a sus propios intentos por torcer el rumbo.
La segunda razón tiene el nombre de los tres mercados de pases donde el equipo obtuvo lo que quiso. No fue casual que se hayan festejado las transferencias como goles. Los campeones del mundo, la vuelta de los hijos pródigos, los millones de dólares sin que le tiemble el pulso a nadie, la activación de cláusulas por jugadores del fútbol local y el visto bueno a todos los pedidos no consiguieron estar a la altura de las circunstancias. Por el contrario, con el paso del tiempo esas mismas figuras empezaron a perder brillo y quedaron envueltas en la misma desidia de todo.
Marcelo Gallardo puso límites para la decisión que la dirigencia de River no va a tomar por él
La tercera razón está vinculada al funcionamiento y al famoso lema de jugar con el sentido de representación. Eso nunca sucedió. Si Gallardo quisiera que sus jugadores visualicen partidos para sentir que pueden, debería irse a buscar rendimientos del año 2021. En esta gestión es casi imposible encontrar 2 o 3 partidos que sirvan como ejemplo. Algunos retazos de partidos no alcanzan para que Gallardo le muestre una película completa que ayude a la ilusión y a la esperanza. Eso mismo le pasa a los hinchas, a quienes el pasado les queda muy lejos y ante Sarmiento la paciencia se agotó.

Otra razón es que las veces que tuvo partidos claves, importantes, con dejo de final —esos mano a mano donde los equipos de Gallardo sacaban chapa—, en esas ocasiones el equipo defraudó. Con Mineiro en la Libertadores del 2024 y un partido ante Independiente Rivadavia que le hubiera dado chances en el torneo local de ese año. Pero bueno, era una gestión que había arrancado de golpe y necesitaba empezar de cero, y por eso la ilusión era el 2025. Nada cambió. Perdió una final con Talleres sin patear al arco, cayó de local con Platense por penales en un mano a mano, no le ganó a Monterrey y se vino rápido del Mundial de Clubes, casi queda eliminado por Libertad en la Libertadores de este año y solo estiró la agonía porque lo eliminó Palmeiras. Quizá el reciente triunfo ante Racing y los dos ante Boca dejan abierta una leve ventana.
Por último, otra razón es que cada intento y cada prueba de sistema táctico o de nombres que usó le duró un suspiro. Los jugadores se vienen poniendo y sacando del equipo casi con diferencia de una semana. Hay un dato muy elocuente de este último semestre: en 19 partidos usó 31 jugadores, y el que más jugó es uno que no se caracteriza por ser indiscutido: Miguel Borja. En el medio jugó 4-3-3, 4-4-2, 4-3-1-2 y 5-3-2, sin contar que en este año ya debutaron media docena de chicos de inferiores. Sin olvidar que a mediados del año hizo algo que nunca había hecho: separar del grupo a varios jugadores que no iban a tener continuidad.



