En el filme "El ciudadano", el personaje central –Charles Foster Kane– encarnado por Orson Welles, dice: “Si no hubiese sido tan rico, habría llegado a ser un gran hombre”. Si a buen entendedor bastan pocas palabras, esta columna podría terminar aquí. Esa frase ya dijo casi todo aquello que este autor quiere expresar; en realidad lo dijo en 1941, cuando se estrenó esa icónica película. Lionel Messi no había nacido. Y su papá, Jorge, destinatario de la frase de Welles, tampoco. Entonces, el Barcelona era ninguneado como toda Cataluña por "el generalísimo" Francisco Franco que había dividido a España como después la dividió el Real Madrid, último remanente del franquismo.
Los de aquí y los de allá... Pero el tiempo, que es como una mala búsqueda en Google, mezcla el ayer, el hoy y el mañana. Entrega dictadura, comunismo y democracia, juntas, como casados y solteros. Muestra buenos y malos, biblia y calefón, sabios e ignorantes, todos en la misma vidriera. También exhibe honestos y políticos sin distinción de especie. Siempre fue igual, con o sin internet, con o sin "Los Messi". La condición humana "es así". Lo único que cambió es el fútbol.
Y al fútbol, que ya fue lindo, lo cambió lo único que puede cambiarlo todo, generalmente para peor: el dinero, eso que compra la felicidad de los infelices. Es difícil para gente como uno, que aprieta la mano con fuerza y sentimiento, que paga colegios e impuestos con dificultad, que cree en el amor que da y recibe, que vota imaginando que algo va a cambiar, que lee a gente más inteligente que nosotros, que se apasiona por Racing, Vélez o Colón porque en algún lugar hay que depositar la pasión, ese río que desborda en las alegrías y nos ahoga en las tristezas...
En suma, es complicado entender a los inentendibles ricos, esos que ganan en un día lo que no podemos ahorrar en toda una existencia, los que no saben cuánto tienen en su cuenta bancaria y patrimonial. ¿Cómo meternos en la cabeza de ellos? Es pedirle a la hormiga que piense como el elefante. Suena a misión imposible. Por tanto, condenarlos, resulta inapropiado y no nos corresponde. Nada garantiza que en sus botas –o botines– no actuaríamos igual. O peor (la riqueza, como el poder, no nos cambia, solo muestra quienes somos...).
Los ricos no tienen amigos. Y deben cuidarse de su familia, que pronto se convierte en famiglia. Es una triste verdad. Así, la lealtad es algo ajeno, es cosa de otros, no de ellos. Los aduladores no son amigos. Amigos tenemos nosotros. Ellos tienen todo, menos amigos, que son principio y escuela de lealtad: los amigos y no el peronismo... Podría decirse, entonces, que los ricos no tienen nada de "verdadero valor" (nunca saben si sus parejas los aman por cómo son o por quienes son y buscan su dinero). Y si esa riqueza, por caso y acaso, llega fácil, como les llega a los super cracks actualmente, peor aún. Sin sacrificio, no hay conciencia. Se hace camino al andar, dijo Antonio Machado (Joan Manuel Serrat solo lo cantaba). Como los presos que solo se relacionan con otros presos, los ricos apenas se relacionan con otros ricos. Llevan una vida de lujos y de mierda aunque perfumen el ambiente con fragancias que los mortales comunes jamás oleremos. Están tan confundidos que cuando hacen caridad no saben si eso es solidaridad o marketing (un jugador que no voy a mencionar, en un hospital de niños, le preguntó al fotógrafo si tenía que reír o llorar para la foto...)
Imaginemos, entonces, a ese reino de la ignorancia y la irracionalidad que es el bendito fútbol, donde la vida de los jugadores –toda ella– es un gran vestuario aun cuando no están en el estadio. Donde la lesión de Fulano es la titularidad de Mengano. Donde los periodistas son algo así como espías soviéticos en tiempos de Guerra Fría y las envidias, pan caliente. Donde, aunque todos sean ricos, unos saben que otros ganan más y no siempre lo aceptan, entre otras cosas porque el reparto, a veces, es injusto. Especialmente cuando todos son igualmente goleados e igualmente eliminados de la Champions League por los alemanes. Dinero, envidia, soberbia, vanidad, presión, críticas. Héroes a la tarde y villanos a la noche. Me lo dijo una vez un sabio del fútbol, Osvaldo Juan Zubeldía: “Donde hay titulares y suplentes no hay equipo; nuestro trabajo de entrenadores es confundirlos, hacerles creer que todos son iguales”.
Pero Messi gana más que todos, dirán, ya no tiene a quien envidiar, está arriba del techo, en las nubes, en el cielo. En cierto modo sí, aunque convive con el fantasma de Cristiano Ronaldo, que juega mejor y hace más publicidades y, para afectar la bilis de Don Jorge, el papá, se transfiere de clubes gigantescos y billonarios a otros clubes gigantescos y billonarios (en el minuto en que firma cada cambio de equipo gana lo que Messi demora tres años para embolsar). Y suma más records y más promoción. Aunque aparentemente se tenga todo, siempre faltará algo. La ambición es ilimitada. Nadie lo tiene todo, ni los ricos aunque muchos pobres lo crean. Ni Messi ni Cristiano lo tienen todo. Y aquí quería llegar: digamos que Cristiano tiene lo mismo que tiene Messi. Menos... un papá como tiene Messi (al portugués se le murió joven pero nunca fue un padre presente). ¿Y eso es bueno o malo? En este caso creo que bueno para Cristiano. El papá, parasitario y ambicioso de Messi, a mis ojos, se parece al papá de Neymar que lo sacó del Barcelona haciéndole creer que, jugando allí, nunca ganaría el premio de "mejor jugador del mundo" (todo lo que quería era esa transferencia récord al París Saint Germain, fortuna catarí que le aseguraría una vida insegura, llena de guardaespaldas cuidando lo que jamás podrá gastar).
Diferentes de Cristiano, a Messi y a Neymar los espejan sus papás (como los chicos, los dos tienen papá; padres tienen los adultos y ellos solo parecen adultos pero siguen siendo chicos, de algún modo marionetas). Ninguno de los dos conoce su contabilidad, no saben todo lo que facturan y a ambos, de verdad, les gustaría jugar por jugar y si fuese por ellos mismos Messi jugaría en Newell’s y Neymar en el Santos. No pueden. Antes porque necesitaban construir su futuro y ahora porque son víctimas de sus progenitores. En cambio... Cristiano es él. No tiene un club de sus sueños, sueña con él mismo, con sus goles, sus bíceps, su peinado, su suceso, con ser el mejor de todos como lo es... Y aunque tenga empresario, él y solo él, maneja su carrera. ¿Qué es manejar una carrera? Tomar la decisión final. Ni Messi ni Neymar pueden tomarla aunque sus papis les hagan creer que sí, que se está haciendo su voluntad (un síndrome similar al de Alberto con Cristina y al de Macri con el FMI, son como reyes que reinan pero no mandan).
Como buenos títeres vivientes, Messi y Neymar están amarrados a lazos de sangre que difícilmente desatarán. Quienes a veces y solo a veces rompen tales cadenas atávicas tienen algo más que "piernas inteligentes", pocos como ellos pueden dejar el chupete de lado (teta siempre tendrán). No son estos cracks mediáticos, que imaginan que es normal y merecido el día a día que llevan, que creen que los diarios existen para retratarlos a ellos, jóvenes inmaduros que no advierten la distorsión que los abrazó por el absurdo gesto de patear una pelotita con más precisión que el resto de la humanidad. No viven la vida, viven "su" vida, la que les preparan y les dejan vivir. Cuando se retiren lo comprobarán, no sin dolor... Ya en el siglo XIX el sociólogo francés Emile Durkheim había descubierto que los ricos se suicidan más que los pobres “porque la pobreza protege del suicidio al crear cohesión social frente a la adversidad”: en cambio, los ricos están solos (aunque estén con sus costosos terapeutas).
Entonces, Messi, Lionel, el cara de nada, el que corre como un ciempiés y "se va" en pleno partido y enseguida se "enchufa" como si fuese una cafetera instantánea, no puede ser juzgado. Su carta documento tampoco (¿la habrá leído?). No es suya. Así como las palabras de Chirolita eran de "Mister Chasman". Tratarlo de ingrato, de insatisfecho, de huir como una rata porque el barco "hace agua", etc., etc., es inadecuado. Tiene inmunidad de fantoche en este divorcio por interés que parece haber sorprendido al omnipotente Barcelona, casi tanto como el Bayern Munich encajándole ocho goles, en 85 minutos, dos semanas atrás, en el portugués "Estadio da Luz" del club Benfica de Lisboa, el mismo donde jugaba el mozambiqueño Eusebio, tan crack como los actuales pero sin veleidades monetarias. Esos ocho goles abrieron la puerta de este infierno de ricos y curiosidad de pobres. Desataron este final sin amor, desmontaron este juego de Verdad-Consecuencia donde no se sabe si habrá ganadores y perdedores.
Si alguien debe ser sometido a un juicio moral o periodístico es Don Jorge, su rosarino papito, que en esta novela no es un simple matador por encargo, es el capo di tutti capi. Y si alguien debe ser reprochado por los fanáticos "culés" es Pep Guardiola, que ese sí es catalán y barcelonista de pura cepa, aunque también el dinero parece haberlo echado a perder. Él calentó la pava de este mate, porque quiere comprarlo a Messi-hijo, el productivo (nadie como Pep para saber que el paquete es uno solo, que viene completo y "con regalo") para conseguir lo que su millonaria realidad le niega: una Champions League con el equipo de los emiraties, el Manchester City inglés. Messi no es catalán –no imagino que haya aprendido la "lengua" local– y si antes le debía todo al club blau-grana, ahora no le debe nada, ya pagó su deuda con creces. El Barcelona no tiene nada para reprocharle, como la FIFA no tiene por qué intervenir aquí: este es un caso financiero y económico que escapa a la esfera deportiva. Messi no es traidor. Solo es un pobre hijo rico...
(*) Creador de la icónica revista Solo-Fútbol.