martes 23 de abril del 2024

Medallas manchadas de sangre

Hace 40 años, en los JJ.OO. de Munich, un grupo terrorista palestino dio un golpe comando en la villa y asesinó a once deportistas israelíes. Fotos. Galería de fotosGalería de fotos

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La noche del 5 de septiembre de 1972 era tranquila, algo calurosa. Hasta que a las 4.30 empezaron las 21 horas más dramáticas de la historia olímpica. En la oscuridad de la villa, sin policías a la vista, ocho hombres saltaron las vallas de contención ayudados por atletas estadounidenses que pensaron que eran trasnochadores como ellos y se dirigieron hacia el departamento 1 de Connollystrasse 31, el edificio donde dormía la delegación israelí. Eran terroristas palestinos de la organización Septiembre Negro. Ya se olía la muerte. El golpe comando se inició con dos asesinatos, los de Moshé Weinberg, entrenador del equipo de lucha, y Josehp Romano, pesista, y siguió con el secuestro de otros nueve israelíes. La razón de ser de esa acción era pedir la liberación de 234 prisioneros palestinos. Todo lo que se hizo en esas 21 horas para resolver la situación, fracasó. Los rehenes murieron, además de un policía alemán. Los únicos sobrevivientes: tres terroristas.

Oro y sangre. Los Juegos Olímpicos de Munich ‘72 tienen el recuerdo de las siete medallas de oro de Mark Spitz, pero también quedaron manchados de sangre. La Organización para la Liberación de Palestina le había pedido al COI que una delegación participara en los Juegos. La petición fue negada. “Participaremos en las olimpíadas a nuestra manera. Secuestremos rehenes (israelíes) para intercambiarlos por prisioneros en Israel”. Eso dijo Abu Iyad –uno de los líderes de la OLP– a Abu Daoud, cerebro del ataque, pero que no participó de la acción, una tarde en Roma, mientras tomaban un café. Comenzaba así a gestarse uno de los actos terroristas más recordados de la historia. Después de esa reunión, se eligieron a los ocho que llevarían a cabo el asalto y comenzaron los viajes a Munich para estudiar el terrero. Incluso uno de esos ocho trabajó en la organización de los Juegos.

Diez días antes del ataque, viajaron por última vez a Munich. Allí, Abu Iyad le entregó a Abu Daoud los fusiles Kalashnikov, que habían sido llevados de contrabando, para la operación. La noche del 5 de septiembre Daoud llevó a los atacantes a un restaurante en los alrededores de la estación de trenes de Munich. Cenaron y partieron a la villa olímpica en taxis, con sus armas en bolsos deportivos. “El plan era cortar las rejas para entrar. Pero cuando llegamos pudimos mezclarnos entre varios atletas estadounidenses ebrios que estaban escalando una valla. Teníamos órdenes estrictas de no matar a nadie, excepto en defensa propia, reveló Daoud en 2006, en una entrevista con la agencia Associated Press. El papel del cerebro del ataque se limitó a esperar que sus compañeros ingresaran en la villa, después huyó. La primera vez que Daoud admitió públicamente haber participado de la masacre de Munich fue en 1999, cuando publicó el libro Palestina: de Jerusalén a Munich. Murió en 2010, debido a un fallo renal, en Damasco.

"La facilidad que tuvo Septiembre Negro para entrar a la villa olímpica fue por culpa del pasado. Alemania se empeñó en borrar cualquier conexión con los Juegos de Berlín ‘36, los del nazismo. Había poca seguridad. Al llegar a Munich, todo parecía perfecto: las calles estaban llenas de color y había flores por todas partes; hasta los uniformes de los guardias eran alegres. Se notaba el esfuerzo que hacían para mostrarle al mundo que habían cambiado. Me sentía seguro en la Villa Olímpica, pese a que había pocos guardias. Bastaba decir que uno pertenecía a alguna delegación y podía entrar fácilmente", recordó Shaul Ladany, atleta israelí que pudo escapar del asalto, a la revista colombiana SoHo en julio pasado.

Las negociaciones fracasaron una y otra vez. Hasta llegar al desenlace conocido. La muerte de los once atletas israelíes, cinco secuestradores y un policía alemán fue vista, en vivo, por 900 millones de espectadores en más de 100 países.

Eso entorpeció el plan de rescate: los secuestradores seguían al instante los movimientos de la policía. Los planes por salvar la vida de los atletas estuvieron llenos de fallas. Uno de los apuntados fue Manfred Schreiber, jefe de la policía alemana. “Cuando llegamos, estaba oscuro. No lo podía creer, hubiésemos inundado el campo con luces. Pensamos que tenían más francotiradores o coches armados, pero no los tenían. Los alemanes fueron inútiles en todo sentido”, aseguró el día después de la masacre Zvi Zamir, jefe del Mossad, el servicio de inteligencia israelí. Los francotiradores, según versiones, no eran profesionales sino policías aficionados a la práctica de tiro.

Después de ese episodio, la primera ministra de Israel, Golda Meir, ordenó al Mossad lanzar la Operación Bayoneta (conocida, también, como Operación Ira de Dios) para buscar y eliminar a los tres terroristas palestinos y a cualquier integrante de Septiembre Negro que tuviera relación con la OLP. La misión tuvo relativo éxito. Adnan Al-Gashey, Mohammed Safady y Jamal Al-Gashey fueron los tres terroristas sobrevivientes y protagonistas de mil y una versiones sobre sus destinos. Los dos primeros se presume que murieron. Al-Gashey reapareció en 1999, cuando concedió una entrevista para el documental Un día de Septiembre. No se sabe si continúa con vida.

Documentos secretos. Los cuarenta años de la masacre de Munich no deben ser olvidados, por ese motivo Israel sacó a la luz, el miércoles pasado, 45 documentos secretos que incluyen protocolos de reuniones de urgencia en Israel, y telegramas. Los informes muestran cómo Israel pidió al gobierno alemán y al COI que suspendieran los juegos, pero según advertía en ese momento la embajada israelí en Bonn decidieron no hacerlo porque la televisión alemana no tenía una programación alternativa.

Otro documento, firmado por Zvi Zamir, jefe del Mossad, dice que los alemanes no hicieron el mínimo esfuerzo por salvar vidas, lo que querían era seguir con las Olimpíadas y terminar el asunto como sea.

En Londres casi no mencionaron la tragedia. Los recientes Juegos Olímpicos de Londres eran la oportunidad perfecta para el COI de homenajear, a cuarenta años de la masacre, a los atletas y entrenadores israelíes que murieron en Munich. Pero el COI, siempre atento a las cuestiones que puedan afectar su negocio, y sin intenciones de mencionar el peor episodio en la historia olímpica para no ofender a las naciones árabes, se negó a recordar a la masacre de Munich en la ceremonia inaugural. Apenas dedicaron un minuto de silencio, en un acto casi improvisado y tres días antes de la apertura. “Creemos que la ceremonia inaugural no es el lugar adecuado para recordar un incidente tan trágico”, había advertido Jacques Rogge, que en Munich ‘72 participó como regatista y no abandonó la competencia después de la tragedia. Recibió la dura respuesta de los familiares de las víctimas, con Ankie Spitzer (mujer de Andrei Spitzer, entrenador olímpico de esgrima) a la cabeza. “Le pedí a Rogge que tome una posición, que haga historia. Me dijo que está maniatado. Le dije: ‘Las manos y pies de mi marido estaban atadas cuando fue tomado como rehén y asesinado en las Olimpiadas’. Rogge no tiene el valor de tomar una posición clara. El COI se salió con la suya.”

(*) Nota publicada en la edición impresa del Diario PERFIL.