jueves 05 de diciembre del 2024
Opinión

River y Boca: el amor propio, la vergüenza ajena

Se despidieron de la Libertadores en la misma instancia, pero no de la misma manera. Y eso es determinante. Dignidad de un lado, bochorno del otro.

El mejor Argentinos Juniors de la historia fue el del ‘85. Ese año se quedó con la Copa Libertadores ante América de Cali, pero el partido decisivo del Bicho fue anterior: la semifinal con Independiente. Aquella noche de miércoles en Avellaneda hubo un concierto de fútbol, una exhibición descomunal: el Bichi Borghi jugó, según él mismo reconoció, el mejor partido de su carrera, a Bochini le salieron todas, el Checho Batista fue el dueño de la cancha y a Marangoni lo aplaudieron aunque Vidallé le había atajado un penal sobre la hora.

Lo notable de esa semifinal fue lo que provocó después: a pesar de que Independiente quedó eliminado, con la bronca que provoca semejante frustración, los hinchas se retiraron de la Doble Visera cantando “olelé, olalá, si este no es el fútbol, el fútbol dónde está”. No era la única vez que el Rojo se quedaba afuera de una copa, pero sin dudas fue la más digna. Y los que estuvieron aquella noche en la cancha lo entendieron de esa manera.

Esta semana también hubo semifinales de Copa Libertadores, y por esas cosas del destino Boca y River compartieron el mismo escenario: los dos fueron eliminados, los dos ante equipos brasileños. Las estadísticas señalan ahora y señalarán de aquí a la eternidad que quedaron mano a mano. Pero eso es sólo una percepción: nunca estuvieron tan distantes. Terminaron en la misma instancia, pero no de la misma manera. Y eso es lo que cuenta.

A los jugadores de River daban ganas de palmearles el hombro por admiración, a los de Boca, para consolarlos. Esta es la relevancia que tienen las formas, aunque los fundamentalistas del resultado las desestimen.

River, aún con la bronca por la intervención del VAR que le anuló un gol y un penal, se despidió con dignidad. Fue al frente, arrinconó a Palmeiras, tuvo personalidad, se impuso. Lo de Boca, en cambio, fue bochornoso: nunca reaccionó, no tuvo espíritu, se suicidó con una idea de juego austera y hasta pareció resignado ante lo inevitable. A los jugadores de River daban ganas de palmearles el hombro por admiración, a los de Boca, para consolarlos. Esta es la relevancia que tienen las formas, aunque los fundamentalistas del resultado las desestimen. Hay maneras de ganar y maneras de perder. Y no es un tema secundario. Si no, que lo digan los hinchas. Esta semana ser de River no fue lo mismo que ser de Boca. El martes fue el día del orgullo, el miércoles, de la vergüenza.

Que una eliminación fue bien distinta a la otra también se evidenció en los efectos posteriores que produjo. En River repartieron elogios hasta para los alcanzapelotas y sostuvieron a Marcelo Gallardo en el pedestal al que lo subieron hace más de seis años, mientras que en Boca empezaron a criticar a Miguel Angel Russo, cuestionaron a Riquelme y, lo peor, aparecieron desmemoriados que añoraban la presidencia de Daniel Angelici. Daños colaterales severos.

Va otra vez: los dos equipos quedaron eliminados, pero el resultado no es la única variable. Que la evaluación matemática quede como refugio de los que desprecian el fútbol. Aquellos que respetan la pelota recordarán al River que sacó pecho en Brasil y se les dibujará una sonrisa.

Si los partidos se hubieran jugado con hinchas, sí hubieran habilitado las tribunas visitantes, seguramente los hinchas de River se hubieran retirado del Allianz Parque cantando, como aquella vez, “olelé, olalá, si este no es el fútbol, el fútbol dónde está”.

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