martes 16 de abril del 2024

Entre la fiesta, las medallas y el futuro

La buena actuación de la Argentina se explica con un programa que empezó en 2014. El recorte en el presupuesto plantea interrogantes.

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Antes de elaborar una conclusión de lo que pasó en los Juegos Olímpicos de la Juventud hay que hacer una aclaración necesaria, casi un asterisco obligatorio para continuar: más allá de la fiebre que generó el evento organizado en Buenos Aires, en el deporte –sobre todo en el deporte olímpico y juvenil– no hay que confundir lo promisorio con lo consagratorio, ni las medallas con el éxito.

Las y los deportistas de nuestro país que salieron en las tapas de diarios y fueron noticia a nivel nacional durante estos 12 días, ahora deberán continuar con una transición difícil hacia la alta competencia. Las 32 medallas obtenidas en estos Juegos son un número que puede engañar a muchos. Argentina terminó sexta en el medallero (con 11 oros, diez platas y 11 bronces), cuando nunca en la historia de los Juegos Olímpicos de mayores había finalizado dentro de los primeros diez puestos. Varios medios titularon que fue un medallero “histórico”, pero la realidad es que Buenos Aires 2018 apenas fue la tercera edición de estos Juegos de la Juventud; que a Argentina, por ser local, se le permitió tener una delegación mucho más numerosa que al resto; y que la mayoría de las potencias olímpicas –como Estados Unidos, China, Rusia o Alemania– no le asignaron importancia a este certamen.

Entonces, la pregunta que surge es si estos Juegos fueron el anticipo de una mejora sustancial para Tokio 2020. En principio, no. Pueden haber construido un cimiento, apenas un punto de partida, pero por ahora no más que eso. Lo que sí quedó evidenciado es que el Programa 2018 que había creado el Enard cuando Buenos Aires fue elegida como sede funcionó. El objetivo de ese programa era buscar en las 24 provincias a las chicas y chicos que nos iban a representar en los Juegos. El método fue un Censo Federativo, los Juegos Evita y una Evaluación Nacional de la aptitud física, una suerte de casting en colegios, centros y clubes. “Estos Juegos sirvieron para demostrar que con una planificación se puede hacer algo diferente. Dejan como legado eso: el hecho de saber que el programa sirvió antes y durante la competencia”, le dice a PERFIL Carlos Getzelevich, coordinador técnico deportivo del Enard. Un dato a valorar: el programa del Enard rompió la grieta política, porque empezó con el kirchnerismo, en 2014, y terminó con el macrismo, en 2018. Fue, acaso, una de las pocas políticas de Estado con continuidad entre uno y otro gobierno.

Ahora habrá que ver qué sucede en el futuro. Por lo pronto, como publicó este diario el mes pasado, la Secretaría de Deportes, en la que Diógenes de Urquiza acaba de suceder a Carlos MacAllister, sufrirá un ajuste brutal: en términos nominales, el presupuesto tendrá una rebaja del 9,6%. Eso sin contar la inflación. Los números tienen su correlato en hechos concretos: en gimnasia, por ejemplo, antes el Estado se hacía cargo de la preparación y viajes para el circuito mundial en las distintas capitales. Ahora, solo del Campeonato Mundial, que este año será en Doha, Qatar. Todos lo demás, los y las gimnastas se lo tienen que costear por su cuenta. Una muestra de que los Juegos de la Juventud quizás estén tapando algo menos escenográfico, menos visual, pero no por eso menos importante: el futuro.

(*) Esta nota fue publicada en el Diario PERFIL.