Johan Huizinga, un neerlandés que vivió en los Países Bajos, cuando todavía se denominaba Holanda, escribió un manifiesto llamado “Homo Ludens”. Considerado un texto fundacional, porque fue uno de los primeros manuscritos que, desde un ensamble filosófico y sociológico, mezcló al deporte, como juego y a la cultura.
El deporte para Huizinga era “un espacio de suspensión temporal de la vida social ordinaria” y ese espacio, tal y como lo conocíamos, se perdió por culpa del COVID-19. Hombres y mujeres debimos reformular nuestras áreas de esparcimiento. El juego al aire libre desapareció para todos, tanto para los profesionales que supieron transformarlo en un trabajo y ahora buscan maneras de mantenerse en forma, como para los amateurs que lo vivíamos como un escape o un divertimento y necesitamos realizarlo para cuidar nuestra salud.
El caos que generó el coronavirus puso en evidencia el rol del deporte como organizador de la vida en sociedad. El horario de gimnasio. El turno de Pilates. El partido del sábado. El descanso del domingo, sin perderse el partido de la fecha por televisión. Caemos en la cuenta que nuestra agenda y nuestra vida estuvo reglada por el deporte hasta puntos insospechados, como por ejemplo, cuando preferimos el viernes acostarnos temprano y comer bien, para sentirnos bien en el partido del día siguiente o dejamos de ir a un evento para ir a la cancha.
El aislamiento social y preventivo ha sido una disrupción de nuestra cotidianidad deportiva y pone en evidencia la importancia de una actividad por momentos menospreciada. Porque es menosprecio cuando madres y padres se preocupan porque sus hijos en la escuela aprendan a leer, escribir y hacer cálculos matemáticos complejos pero no se afectan si les quitan horas de educación física y transforman a sus hijes en “analfabetos motores”, que al tropezar por la calle no saben ni cómo poner las manos para evitar estrolarse contra el suelo.
En lo colectivo, la emergencia sanitaria también puso de manifiesto como los clubes de la Argentina, afortunadamente generosas sociedades civiles sin fines de lucro, han reformulado su función social y se transformaron en espacios abiertos a la comunidad. Inicialmente como espacios de aislamiento sanitario, cuasi como hospitales de campaña, pero también pueden desarrollar otras funciones de contención social. En el futuro, deberán ser acompañadas para paliar la crisis y ser compensadas.
En lo individual, para los deportefílicos -utilizando un término del sociólogo Pablo Alabarces-, el aislamiento pone en evidencia su ausencia. La reclusión nos conduce a la quietud y, por ende, al aburrimiento. A falta de fútbol, tenis, rugby, básquet, hockey o cualquier otro deporte que nos atrape se reflotan partidos históricos, se potencian competencias de videojuegos y los “lives” entre personalidades reconocidas de la actividad, donde surgen insólitos desafíos “challenge”. Como son, insólitamente entre futbolistas de élite, los desafíos por las redes para hacer jueguitos con un producto de primera necesidad como el papel higiénico.
El coronavirus llegó para quedarse y cambiar nuestra cotidianidad. Algunas cosas demoraran en retomar su curso normal y otras, tal vez, nunca vuelvan a ser como antes. La epidemia nos obliga a cuidarnos y a explorar otras posibilidades de vida activa. Especialmente con nuestros adultos mayores, quienes se comprobó que son la población más vulnerable y los primeros que deben aislarse. Sin poder tomar contacto con sus nietas y nietos, han de lidiar con la soledad. Pensemos que hoy en la Argentina, el 15% de nuestra población, cerca de 6 millones de personas, tiene 65 años de edad o más.
Pensando en quienes más lo necesitan, porque la actividad física es salud y estimula el sistema inmunológico, nacen campañas como la de #AbuMovete. Ellas y ellos, que perdieron sus caminatas por el parque y que no puede hacer jueguito con un papel higiénico ni practicar rutinas estrambóticas para subirlas a las redes, deben mantener la práctica regular de actividad física. Ojalá, en los próximos días, nuestra idea de deporte, se enfoque más en las abuelas y los abuelos, y no en los futbolistas que hacen jueguitos encerrados en su casa. Compartir y competir en familia, entre abuelas y abuelos, hijos e hijas, y nietas y nietos puede ser una forma efectiva de superar en conjunto la pandemia.