Ya no es ningún secreto que, pese a seguir exportando jugadores a mansalva, el fútbol argentino viene padeciendo serios problemas para generar figuras de primer nivel en varios puestos. Y lo sucedido en la Copa América ha vuelto a demostrarlo. Pero esto es sólo la punta del ovillo para entender por qué la actual de Messi y compañía dista muchísimo de ser una generación dorada.
En efecto, más allá de la cantidad de futbolistas argentinos que triunfan en el exterior o de los desempeños deslumbrantes de algunos, que inducen a muchos a pensar que sólo por técnicos como Maradona o Batista es imposible ganar algo, para dimensionar correctamente a esta camada es necesario consignar parámetros que exceden las funciones y cualidades de esas figuras. Y, sobre todo, ubicarla dentro de un contexto histórico, comparándola con aquellas que sí merecen el rótulo de "doradas".
Por más que surgieran zagueros centrales o marcadores de punta de buena técnica que permitieran no tener que recurrir a Zanetti como número tres o a un Gaby Milito que tampoco podrá estar sin dudas en Brasil 2014, de hecho, la de hoy seguiría siendo una generación de barro más que de oro si continuara mostrando la misma falta de fuego sagrado a la hora de las grandes contiendas.
Ocurre que, a diferencia de lo que pasa en juveniles, donde su inexperiencia impide por lo general a los jugadores sacar a relucir más recursos que los estrictamente futbolísticos, en mayores el fútbol es un deporte que, como esta Copa América también demuestra, mucho tiene que ver con factores como la fortaleza mental y la capacidad de contar con caudillos o -diría Carlos Bianchi- líderes positivos.
Es allí donde, más aún que en la imposibilidad de contar con figuras de verdadera jerarquía en algunas posiciones, el fútbol argentino viene fracasando rotundamente, al no contar con referentes o modelos a quienes los más jóvenes puedan imitar y que a su vez les marquen a las estrellas en ciernes el límite de su verdadera realidad, evitando que la prensa, los intermediarios y hasta sus familias les llenen la cabeza o los hagan pensar en un pase al exterior mucho más que en rendir en su club.
En definitiva, para hablar de una generación de oro en cualquier deporte no sólo es necesario poner en la balanza las aptitudes técnicas de los jugadores en cuestión, sino también sus capacidades anímicas y el hambre de gloria que hayan mostrado tener para llevar el nombre de Argentina a lo más alto. Algo que la actual camada está muy lejos aún de evidenciar como aquellas tres que, aunando gran nivel de juego y temperamento, más títulos y prestigio dejaron al fútbol argentino.
La primera fue la de los años '20, que dio al fútbol el empujoncito que le faltaba para ser pasión de multitudes en el país al ganar los sudamericanos de 1921, 1925, 1927 y 1929, pero también gracias a inolvidables giras de clubes como la que Boca realizó por Europa en 1925. Época de figuras de indiscutible calidad como Gabino Sosa, el Payador de la Redonda, quien desde su Central Córdoba de Rosario venía a dar cátedra con la albiceleste. Pero también de hombres fuertes como Ramón Mutis o Luis Monti.
Tras cerrarse esa etapa con los subcampeonatos obtenidos en los Juegos Olímpicos del '28 y el Mundial del '30, la segunda generación de oro del fútbol argentino -según muchos la más brillante de todas- hizo su entrada en escena en 1937, ganando en Buenos Aires la Copa América con dos goles a Brasil de otro crack surgido de Central Córdoba: Vicente De La Mata, quien recién tras jugar esa final para la Selección con 19 años lo haría como un valor destacadísimo en Independiente por más de diez años.
Lamentablemente, la Segunda Guerra Mundial impidió que esa camada tuviera la oportunidad de demostrar su valía en la Copa del Mundo. Pero Argentina sí arrasó en los '40 en la Copa América y cada amistoso jugado ante sus vecinos del continente, estableciendo una total supremacía gracias a la indiscutible calidad y la personalidad de hombres como Moreno, Pedernera, Pontoni, Boyé, Perucca, Tucho Méndez o el gran zaguero central José Puente Roto -porque no lo pasaba nadie- Salomón.
La tercera y última generación dorada del fútbol argentino no sería otra que la que dio al país los títulos mundiales de 1978 y 1986. Y es que, mirando con detenimiento los planteles que hicieron posible esas coronaciones, es fácil concluir que sus integrantes fueron parte de una misma camada: la de los años '70, en los que casi todos esos jugadores debutaron en Primera.
Aparte de quienes hicieron posible esas dos coronaciones argentinas en el Mundial, por supuesto, aquella generación surgida ya a fines de los '60 aportó un sinfín de figuras más, dejando en claro otro requisito fundamental para que se pueda hablar de una generación de oro: la superabundancia de cracks en el campeonato local, que ya se había dado también en los años '20 y '40 al punto de contar varios clubes chicos con estrellas de primer nivel. Y que, claramente, muy lejos está da darse hoy en día.