jueves 28 de marzo del 2024

Francisco, Lio, Tata y el cielo argentino

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“La belleza de los actos se manifiesta en su ligereza y en la aparente facilidad de su ejecución; en cambio, los afanes y las dificultades superadas suscitan asombro ycorresponden a lo sublime”, Immanuel Kant (1724-1804); de ‘Observaciones sobre lo bello y lo sublime’ (1764)

Somos un pueblo elegido, o al menos eso creemos. Y esa certeza nuestra sirve de materia prima para los mejores chistes sobre argentinos que me contaron mientras viví en Madrid, hace unos años. Que un argentino se suicida trepando a su ego y arrojándose al vacío; que no hay mejor negocio que comprar a un argentino por lo que de verdad vale y venderlo por lo que él cree que vale; esas cosas.

Solo la necedad de un mundo insensible es capaz de ignorar nuestra virtud. Mitos y figuras, sobran. Gardel, el Che, Evita, Fangio, Monzón, Borges; lo que queda de Maradona; Máxima, reina argentina de Holanda aún sin su cuadro en La Haya; Messi, el dios del fútbol, y Francisco, el Papa argentino que seduce multitudes, sacude los cimientos de la Iglesia y le pide a los jóvenes que salgan a la calle a hacerse valer, “a hacer lío”.

Y si algo faltaba para inflamar más nuestro orgullo, el Barcelona, la catedral del fútbol, nombró a un argentino, Gerardo Martino, como su nuevo técnico. Cartón lleno.

El mundo, prudente, nos elige de a uno. Recuerdo otra chicana divertida: “Un argentino es cojonudo, dos también; más de tres ¡ya es asociación ilícita!”. Je. Ya no me causa tanta gracia. Más, en un año electoral. Repaso las listas de candidatos y –lo confieso con pudor– tengo la fantasía de que fueron armadas en una orgía donde, de pronto todo quedó a oscuras y al volver la luz, ¡oh sorpresa!; se formaron parejas asombrosas, insólitas, inimaginables. En fin; tal vez sea víctima de mi imaginación calenturienta. Ya me pasó, cuando creí que el Racing de Russo estaba para campeón.

Pero volvamos a Martino, nuestro héroe. Su equipo festejó su título de apuro, en Chaco, horas antes de jugar una eliminatoria por la Copa Argentina contra Talleres de Córdoba que, obvio, perdió entre festejos, el desahogo lógico de quienes se juntaron para evitar una catástrofe y al final, como el muchachito de la película, se quedaron con la chica más linda. El partido final en Rosario fue una fiesta. Tanto, que se lo ganaron los chicos de Argentinos, 1 a 0.

La pésima organización no es sólo patrimonio argentino. La Conmebol, para no ser menos, postergó la Libertadores para jugar la Copa Confederaciones y eso obligó a Martino y a los jugadores, cuyos contratos vencían en junio, a optar: irse y dejar desmantelado el equipo o prorrogarlos y jugarse, a cara o cruz. Todos se quedaron. También el Tata, que tenía todo arreglado para dirigir a la Real Sociedad. Ay.

Para colmo, cuatro días antes de la primera semifinal por la Copa debió jugar con los titulares una absurda finalísima contra Vélez por trofeo y cheque. Perdieron, y once contra diez. Con Mineiro fue 2-0 acá y 0-2 allá. Penales. Y chau final.

Eligió y perdió. Y harto de estar harto, cumplió su promesa. Se despidió de un fútbol “tramposo, histérico, ventajero”, donde “hay que trabajar sin pensar que algo puede cambiar” y “la estética se desprecia porque el resultado tapa todo”, como, desilusionado, lo definió hace un año, cuando el título era una quimera y zafar del descenso, la única obsesión. Pensaba irse a su casa, a descansar. Lo esperaba una sorpresa.

Quién diría: gracias a ese caos de fechas superpuestas, llegó la oferta soñada. Barcelona, nada menos. A veces la vida es increíblemente justa. Y todo es posible, hasta lo bueno.

Más de un catalán está nervioso. Temen que el Tata cambie su idea-madre, lo que les dio su identidad, el legado de Cruyff, que mucho no lo ayudó con su gélida frase: “¿Martino? No lo conozco”. ¿Qué pasa? Lo asocian con Bielsa. Porque fue su jugador y lo admira, claro. Tienen cosas en común –presión constante, juego por las bandas, planteos ofensivos– pero para nada son lo mismo.

Martino es más flexible. Su Paraguay, por ejemplo, era lo opuesto a Newell’s. Un equipo rocoso, de enorme despliegue, que ahogaba al rival y, vertical, buscaba a sus puntas que solían ser tres: Santa Cruz, Lucas Barrios y Cardozo o Haedo Valdez.

Newell's sí era puro Barça. Juego por abajo; el arquero Guzmán como líbero; la defensa plantada a cuarenta metros de su arco; dos laterales –Cáceres y Casco– que pasan al ataque; el 5 –Villalba o Mateo– que se mete entre los centrales Vergini y Heinze para defender con tres. Dos volantes –Bernardi y Pérez– que se reparten el medio y arriba dos extremos que rotan –Maxi y Figueroa– y Scocco, el punta ideal para confirmar la teoría de que “el 9 es el vacío”.

Priorizó la posesión, el toque, la triangulación, la búsqueda de espacios. Fue el equipo argentino que más lindo jugó en los últimos años. Ningún título más o menos podía opacar esa historia de amor por el club, la fidelidad por una idea. ¡Una idea! ¿Se acuerdan cuando discutíamos ideas, no frases hechas, obvias como letras de Arjona; o spots más o menos ingeniosos?

Tan Barça fue su Newell’s que lo llamaron para dirigir al original. Quizá haya influido la opinión de Jorge, el padre de Messi, que siempre lo idolatró. Pero viendo jugar a su equipo, la elección no parecía tan difícil. Parecía “made in La Masía”.

Perdió cuatro de sus últimos cinco partidos; Vélez le ganó una copa, Mineiro, otra. ¿Y? Nada. Esto va para los burócratas del éxito. Martino no fue elegido sólo por sus medallas. Fue campeón, sí; como tantos. Pero lo buscaron por cómo piensa. Por su convicción para defender un estilo y ganar respetándolo, no como se pueda.

Ojalá, con Messi, Neymar, Iniesta, Xavi y esos enanos geniales, sume más copas al abrumador paisaje del Museo del Camp Nou, su nueva casa.

Se lo merece, por ser bastante más que un buen entrenador.

(*) Esta nota fue publicada en la edición impresa del Diario Perfil.