martes 07 de mayo del 2024

El doping en River y la farsa periodística

El papel que jugaron los medios en un sensible tema que conmovió al Millonario. La era en que los hechos valen menos que las creencias.

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Ya lo sabemos: vivimos en la era de la posverdad. En esta extraña era en la que los hechos valen menos que las creencias. Pero en algún momento de la historia deberíamos dejar de llamar posverdad a la mentira. Porque la posverdad, en definitiva, es eso: no hacerse cargo de que mentimos todo el tiempo. Es definir, con un eufemismo, de forma linda y hasta académica (oh, posverdad, que bien suena) que somos falsos, truchos y desleales: que tiramos datos al aire, que dejamos de chequear hace rato, que ni se nos ocurre decir no sé, que repetimos y repetimos, y que ya somos parte, aunque ni siquiera nos demos cuenta, de los usos y costumbres de esa red cloacal que es Twitter.

No nos importa llegar bien: nos importa llegar primero. No sabemos muy bien a dónde, ni para qué, ni por qué. Pero primeros.

Y así, entonces, pasa lo que pasó el jueves: una ola incontenible de rumores, informaciones deformadas, conjeturas y suposiciones que diseñan un imaginario irreal e impreciso: el “doping masivo” en River.

Todo empezó con el caso de Lucas Martínez Quarta, que se conoció el miércoles. Hasta ahí, veníamos más  o menos bien. Pero el jueves, con el doping positivo de Camilo Mayada, la escena empezó a romperse, cada hora un poco más. La primera pifia fue con Sebastián Driussi, al que dieron como el tercer jugador que no había pasado el control antidopaje. El motivo se supo después, cuando la espuma bajó y algunos datos se dejaron ver con mayor claridad: como el delantero había sido uno de los sorteados en el partido contra Independiente de Medellín, de Colombia, y los resultados de ese encuentro aún no conocen, algunos cráneos estimaron que podría ser el tercero. Pero no.

Las conjeturas, en la era de la posverdad, son hipérboles. Casi como nuestro oficio: alguien nos hizo creer que somos más importantes de lo que verdaderamente somos. Y ahí estamos: cobrando mal, cada año peor, intentando contar una historia, conseguir un dato para entender el trasfondo de algo o de todo, mientras los memes, los tuitstar, los instagramer, las cargadas y las mentiras nos pasan por el costado a 300 kilómetros por hora.

Creamos una farsa –nuestra propia farsa– que a veces queda muy evidenciada. Y esta semana pasó eso. A los dos jugadores confirmados, y al otro conjeturado, se les sumaron cuatro: portales de noticias, radios y periodistas de tevé decían, con cara de serios y hasta de preocupados (¡preocupados!), que Jonatan Maidana, Leonardo Ponzio, Ignacio Fernández y Lucas Alario iban a integrar la lista negra. “Una lista que Conmebol informará cerca de la medianoche”. “Una lista que ya llegó a la AFA”.

Pero resulta que ninguno de esos cuatro futbolistas había participado de los controles antidoping en alguno de los seis partidos de River en el grupo de la Libertadores. Nin-gu-no. No era demasiado difícil cotejar esa información: con hurgar un poco en Google bastaba.

Pero estábamos en trance. Como escuchando Pink Floyd, ensimismados, fuera del mundo: sólo compenetrados en tuitear algo ingenioso, en buscar rápido la foto de algún futbolista de River que parezca drogado, en escrolear la pantalla, o escribirles por whatsapp a nuestros amigos, o en gritarles a nuestros compañeros de trabajo que parece que son siete, y que hasta podrían ser ocho, y que es un escándalo, que si River sigue es porque está todo arreglado, que la Conmebol tendría que descalificarlo, que esto sólo pasa acá. Hasta que el trance terminó. Y los que eran ocho, siete o tres, al final fueron dos. Al menos hasta hoy sábado.

Después, por suerte, llegó Marcelo Gallardo y, en su conferencia de prensa, nos cruzó con mucha más sensatez de lo que lo hubiera hecho cualquiera de nosotros: “Escuchamos algunas barbaridades, cosas que no podemos manejar. Cada uno tiene que tratar de estar conectado con los suyos para llevar una comunicación sincera. Estamos acá para transmitir lo que sí tenemos como notificación oficial. Lamentablemente vivimos ésto, pero no podemos salir a tapar todas las voces que opinan desde un lugar tan liviano y hieren a tanta gente”. A esa altura, el daño ya estaba hecho.

(*) Redactor del Diario PERFIL.