Todo lo que el dictador Benito Mussolini había previsto se cumplió. Armar un gran equipo, incentivar al público italiano para que concurra a los estadios, convencerlo de que la Patria y el gobierno del Duce estaban en juego ante el mundo, elegir árbitros corruptos para que dirigiesen los partidos donde actuaba Italia, atemorizar a jugadores rivales, presionar hasta el límite al plantel propio para que diera todo lo que podía dar, todo quedó resuelto cuando el venal juez sueco Iván Eklind dio por finalizado el tiempo suplementario que consagró a Italia vencedor de la segunda Copa del Mundo, el 10 de junio de 1934.
Atrás había quedado la durísima formación de Checoslovaquia, que llegó hasta el lance decisivo con su orden táctico y un par de jugadores de enorme calidad, como el puntero izquierdo Antonin Puc, el talentoso Oldrich Nejedly (figura del Sparta Praga y goleador del mundial) y el arquero Frantisek Planicka. Empatados en los noventa minutos, se necesitó del tiempo extra. A los 71m Puc hizo el gol checo entrando por la izquierda y metiendo la pelota entre el arquero Combi y el poste más cercano. Empató el argentino Raimundo Orsi nueve minutos después al girar y conectar un zurdazo cruzado. Fueron al suplementario.
Mussolini no se movía de su lugar en la tribuna, el técnico Vittorio Pozzo seguía el juego desde la línea de fondo del arco checo, en un costado. Todo se iba poniendo más difícil para los checos. Al final llegó el segundo gol italiano, que fue obra compartida entre Angelo Schiavio, cañonero del Bologna y el arquero checo, Planicka.
La historia señala que Schiavio había hecho poco en el partido, porque estaba bien marcado. Sin embargo, recibió un pase en la medialuna y sacó un remate que no tuvo demasiada potencia, pero se levantó al rozar en un rival y superó a Planicka, que no ofreció una respuesta aceptable. Con ese gol, Italia aguantó el esfuerzo final del visitante y pudo mantener la ventaja que le permitió ganar su primera Copa del Mundo.
Schiavio festejó con sus compañeros el triunfo, se sacó fotos con la Copa que tenía a la diosa griega de la victoria, Niké, representada y también tuvo que mostrarse con la Coppa del Duce, un trofeo que era varias veces más grande que la Copa del Mundo y que fue elaborado para satisfacer el fanatismo de Mussolini y la obsecuencia al extremo de sus colaboradores.
Tenía 28 años y llevaba más de doce años jugando para Bologna, el club de toda su vida. De hecho, sigue siendo todavía hoy el máximo goleador en la historia del equipo azulgrana. Ni bien regresó a su ciudad, Schiavio anunció que jamás volvería a vestir la camiseta de la selección italiana. Casi todos los que lo conocieron, aseguran que tomó esa decisión al entender que los checos y particularmente el arquero Planicka, se dejaron vencer por Italia para poder seguir con vida luego de la final que Mussolini quería ganar a toda costa.
Los futbolistas argentinos Luis Monti (subcampeón mundial en 1930), Enrique Guaita y Raimundo Orsi jugaron aquel campeonato y participaron del encuentro final. Al poco tiempo, Guaita y Orsi debieron abandonar Italia al ser obligados por el gobierno de Mussolini a enrolarse en el ejército italiano que había ocupado Libia y Etiopía. Ambos terminaron sus carreras en el fútbol argentino, en tanto que Luis Monti siguió viviendo en Italia donde se retiró en 1939, para iniciar su carrera como entrenador allí mismo.
Atrás habían quedado las vergonzosas actuaciones del juez belga Baert y del suizo Mercet, que perjudicaron notablemente a España, el único equipo que estaba en condiciones de ganarle a Italia. Hubo empate en un gol y un nuevo encuentro al día siguiente, donde por ejemplo el gran arquero español Ricardo Zamora y el vasco goleador Isidro Lángara (que jugaría para San Lorenzo entre 1939 y 1943) no pudieron participar debido a los golpes recibidos sin castigo.
Para Italia lo único que contaba era ganar la Copa del Mundo. Y así fue.