“¿Cuál es más digna acción del ánimo, sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta, u oponer los brazos a este torrente de calamidades, y darlas fin con atrevida resistencia? Morir es dormir. ¿No más? ¿Y por un sueño, diremos, las aflicciones se acabaron y los dolores sin número, patrimonio de nuestra débil naturaleza?... Este es un término que deberíamos solicitar con ansia. Morir es dormir... y tal vez soñar. Sí, y ved aquí el grande obstáculo, porque el considerar que sueños podrán ocurrir en el silencio del sepulcro, cuando hayamos abandonado este despojo mortal, es razón harto poderosa para detenernos. Esta es la consideración que hace nuestra infelicidad tan larga…”. Hamlet, acto tercero, escena primera; William Shakespeare.
El sueño continua. La pesadilla también. Nigeria oxigenó la esperanza argentina. Su victoria sobre Islandia era todo lo que la tétrica Selección de Sampaoli precisaba para amamantar su última fantasía rusa. Pero, claro, Nigeria puede –también– ser el verdugo impiedoso que nos despierte definitivamente de lo que hasta ahora es una horrísona pesadilla… A Nigeria le jugará en contra el éxtasis del reciente triunfo: los equipos africanos suelen relajar demasiado cuando la fortuna les sonríe. A la Argentina le jugará a favor su necesidad: el once nacional ya demostró, en otros carnavales, que sobrevive mejor de lo que vive. Somos eternos sobrevivientes. Nunca vivimos la vida, siempre la sobrevivimos. Además, conocemos el significado de la palabra injusticia gracias a la suerte que cayó más veces a nuestro favor que del lado contrario. Somos beneficiarios de esa injusticia que en el fútbol es moneda corriente y parte de su gracia. ¿Por qué no una vez más? Entonces, todo puede pasar este martes, a las tres de la tarde de nuestro huso horario, en San Petersburgo. La Argentina tiene tantas probabilidades de clasificar segundo como de volver a ser humillada en cancha. La página está en blanco. Hay que escribirla…
Los folios anteriores de este primer capítulo ruso están llenos de mofas; nos pitorrean, somos un chiste de redes sociales, cachondean con nosotros y nos toman, merecidamente, el pelo, estamos para la chacota. Sí, claro, se burlan de Argentina. Todos en todo el mundo. Y está bien; muy bien. Porque nosotros nos burlamos de todos todo el tiempo como buenos vivillos que nacimos. Pero, quizás, nos sea útil tomar el veneno que siempre suministramos. ¿No dicen que de las derrotas se aprende más que de las victorias? En gente normal sí, seguramente; en nosotros vaga la duda, no lo sé. Sólo sé que el destino nos ofrece una nueva chance que no supimos conquistar con nuestros empeines, apareció solita y sola como un medio milagro que aguarda la otra mitad para que el Vaticano del Papa Bergoglio lo reconozca como tal. En estas horas somos creyentes. Si no, somos fatuos.
Nos reíamos, de ignorantes que somos, de Islandia y nos reíamos sólo por desconocimiento, por no haber acompañado la Eurocopa de 2016 donde llegaron a Cuartos de Final tras eliminar a Inglaterra; por no verificar que en las Eliminatorias del Viejo Continente fueron primeros en su Grupo, dejando atrás a Croacia (entró en repechaje), a Ucrania, a Turquía… Sólo dejamos de reírnos y ser ‘piolas’ cuando nos arrinconaron contra su aurora boreal y nos empataron uno a uno. Allí, por primera vez, repensamos seriamente a Croacia, porque y aunque era verdad que habíamos ‘caído’ en el Grupo más fácil del Mundial, tampoco es que los demás participan para que nosotros nos divirtamos a sus costas. Y aquí estamos, temblando de miedos que nos abruman como fantasmas de primera infancia en noches de tormentas con cortes de luz y velas que proyectan sombras asustadoras…
Cuando terminó el Mundial 2014 escribí, aquí mismo, que Argentina nunca más ganaría nada importante a nivel de Selección y que cada vez les resultaría más difícil conquistar cualquier cosa a los países ‘tradicionales’, los que hasta hoy ganaron siempre. Como esperaba, no hubo empatía de casi nadie con ese comentario. Apenas y que yo sepa, entre los colegas, Fernando Niembro se asoció a esa idea. Alguien que lleva mucho tiempo en esto y tampoco dice lo que la gente quiere escuchar; así, en el fútbol, y para la infelicidad argenta, si se analizan las evoluciones de ‘los de abajo’ y las involuciones de ‘los de arriba’, el camino a recorrer lleva inexorablemente a ese destino de igualdad y sinsabores. Y aunque la calidad y el nivel se hayan puesto de bruces y equilibrado hacia abajo, lo cierto es que a cada década existe mayor paridad. Puede anunciarse con pompa y aquelarre que llegó el fin de la era de ‘los candidatos puestos con la mano’; ahora casi todos son candidatos y un día no tan lejano lo serán absolutamente todos. Viviremos de la historia, de aquí en adelante, si de alguna gloria queremos asociarnos.
Ya no se gana con la camiseta. Ni con técnica, y ese es uno de nuestros inconvenientes. Por estos tiempos se vence con otras aptitudes, que requieren menos del talento, del ingenio, de la individualidad y de los amagues desequilibrantes. Hoy vale el juego asociado aunque sea poco imaginativo como lo vemos en Rusia 2018, se imponen las fuerzas conjuntas, los espíritus hermanados; es hora de ser objetivos, precisos y, fundamentalmente, de transpirar. Correr mucho y sudar más. Estamos jugando a otra cosa. No se juega más aquel fútbol que disfrutábamos ayer, mucho antes del VAR. Para bien o para mal, nos guste o no, son otros vientos los que soplan y nuestro pampero aún no se enteró. Estamos llegando tarde a la cita, como siempre llegamos, pero, hay un gran conflicto: ya no podemos colarnos en la fila. Nuestra especialidad. Ahora, el último en llegar es el último de la fila. Nosotros ya estamos muy próximos de ese fondo de colectivo futbolero que con laureles supimos conseguir.
Los argentinos tenemos muchos problemas, infinitamente más de los que nos permitimos reconocer. Tantos que hoy ‘somos el problema’. En el fútbol y en casi todo sino ya en todo. El fútbol no es una isla, tarde o temprano las aguas bajan turbias también para sus riberas. Si nos detenemos nada más que en el fútbol y en particular en este Mundial, el primer ejercicio que tenemos que trabajar es psicológico: renegar de la creencia cuasi infanto-religiosa de que Messi es un Dios todopoderoso que puede resolver por él y por los demás siempre que la situación lo exija. Esa máxima es un sofisma, un engaño, un remedio lleno de contraindicaciones. Messi es el mejor de los nuestros (no del Mundo: coincido con Diego Simeone y ya –también- lo escribí aquí años atrás; Cristiano Ronaldo es superior, más completo técnica, física y mentalmente) pero Messi, aunque disparado sea nuestro mejor exponente, no es ninguna divinidad. Es un humano cargado de mochilas que a regañadientes estiba porque no tiene otra alternativa. Ser el mejor es, con suerte, apenas eso; no confiere dotes de deidad. Si así fuese el Brasil de Pelé y la Argentina de Maradona habrían ganado todo lo que disputaron y no sucedió, sólo ganaron algunos trofeos.
Pero Messi nos clasificó. Messi y sólo Messi la noche del 10 de octubre pasado. Argentina no merecía estar en esta Copa. Sólo Mascherano, Di Maria y Messi lo merecían; tres, son muy pocos acreedores para tamaño premio. Mas, Messi fue a Ecuador en la última y desesperada fecha y en agónica tentativa nos regaló la clasificación. No la supimos aprovechar. Ya ‘nos la creímos’ como siempre: aún no aprendimos que esa fórmula de soberbia y altivez no es el mejor camino para llegar a buen puerto, sólo lleva a un destino malquerido que sabemos transitar como nadie: el fracaso. Somos un país fracasado. ¿Por qué no lo sería nuestra Selección de fútbol?
No supimos aprovechar la clasificación que el mago del Barcelona sacó de su galera. Continuamos igual a todo el desprolijo proceso eliminatorio. Con más anomalías que regularidades. Seguimos por la vida sin arrepentimientos, como si hubiésemos hecho las cosas bien. Nos repetimos cambiando nombres, peleándonos en la AFA, en la calle, en cualquier estrado y entregándole el problema mayor a alguien menor, a alguien que no sabíamos si podía solucionar alguna cosa, mejorar algo, corregir lo existente. ¿Cuál era el mérito de Sampaoli? Un título de América con Chile, lo mismo que su sucesor en esa saga, otro compatriota sin pergaminos, Pizzi; en ambos casos fueron campeones sin méritos propios, pero como son nuestros connacionales los sobrevaloramos. Ambos recibieron a la mejor generación que Chile –eterno perdedor– ya parió en toda su historia, los dos heredaron una Selección armada, trabajada y pronta para dar el batacazo que dieron. No más que eso. No es poco, pero tampoco era suficiente. Omitimos que en cuentagotas destruyeron a ese Chile, le negaron el pasaporte a Rusia.
Haciendo honor a su argentinidad, Sampaoli y Pizzi se la creyeron (no es casualidad que Pizzi se haya ido antes que nadie de este Mundial). Sin trayectoria no hay evaluación posible, es lotería, donde se pierde bien más de lo que se gana, como en cualquier apuesta. Pasaron antes por este martirio Martino y Bauza. Martino, cuando tuvo un examen serio (Barcelona) fracasó al mejor estilo made-in-nosotros y Bauza sumaba y suma dos medallas, una Libertadores ganada en la altura de Quito y otra con San Lorenzo. Últimamente, nadie lo hizo mejor que Sabella que tampoco se lució, pero al menos, con obtuvo un subcampeonato mundial impensado, inmerecido, lleno de casualidades y tan fortuito que ni él mismo quiso seguir comandando ese Frankenstein. Fue sabio en su estrecha dimensión. ¡Aleluya!
La AFA, sin gobierno real como está, con candidatos de oposición que sólo ameritan rating televisivo, no percibió que Sampaoli dejaba pasar las señales que la inefable realidad nos enviaba. Alertas rojos llamativos como la goleada sufrida ante Nigeria –amistoso– que fue justificada porque ‘ese día no actuó Messi’; o la media docena que nos encajó España que relativizamos ‘porque ya no había tiempo para cambiar nada’. Otra falacia: siempre hay tiempo para cambiar como la mismísima España cambió a su entrenador Lopetegui por falta de ética profesional, a horas de iniciarse el Mundial. Nosotros, en cambio, ignoramos todo y dejamos que Sampaoli y su melenudo ayudante, una dupla casi ‘caricata’, rayana en lo bizarro, convocasen a quienes se les ocurrió, inventando pólvora en terreno minado. Jugamos con fuego y nos estamos quemando. Eso es Argentina. Siempre al límite del precipicio, pero del lado del vacío. Somos flébiles (léase lamentables). Nuestro sentimiento más puro si lo dejásemos aflorar sería el de la sempiterna vergüenza. Al menos, es el que me invade, cada vez más profundamente, desde el día en que empecé a entender algo de lo escaso que entiendo de esta tierra bendita.
Un dato para interpretar el descalabro de este proceso amorfo: cuando comenzaron las Eliminatorias la Argentina perdió en el Monumental 2 a 0 con un Ecuador que después se quedó afuera de todo. Ese mal presagio de esta, ahora tremebunda realidad que parece sobrepasar a propios y extraños, no fue una mera casualidad: en ese cotejo entraron en cancha para defender a la blanquiceleste ocho jugadores que hoy miran el Mundial por televisión: Romero, Roncaglia, Garay, Mas, Pastore, Correa, Lavezzi y Tevez y en el banco estuvieron otros ocho que tampoco están en la concentración de Bronnitsy, a saber: Zabaleta, Demichelis, Kranevitter, Funes Mori, Lamela, Casco, Gaitán y Marchesin. Está claro que no tenemos Selección, que no hay cracks, que no existe UN equipo. Cualquiera puede ser y no por como se decía antes que teníamos dos cracks para cada puesto. Ahora no hay ninguno…
Si comparamos esa desalentadora experiencia con el más firme candidato actual, Brasil, nos remitimos a esa misma primera fecha de Eliminatorias, donde el equipo ‘canarinho’ aun cuando también tenía otro técnico (Dunga) puso ante Chile a nueve titulares que hoy lo siguen siendo: sólo faltan dos de aquella oncena, Dani Alves lesionado una semana antes del cierre de la lista mundialista y Alex Sandro que aquella noche actuó como lateral izquierdo porque Marcelo y Filipe Luis estaban lesionados. Entre los suplentes de aquella jornada inaugural y los que ahora enfrentaron a Suiza y Costa Rica, las bajas sólo fueron cinco: Tardelli, Rodrigo Caio, Arthur, Jemerson y Jorge (serian cuatro si esa noche Douglas Costa también no hubiese estado lesionado). O sea, la base de Brasil –prácticamente– es la misma, hubo retoques pero no una mudanza del 70% como sufrió la Argentina.
Llegamos al Mundial sin disputar el ‘amistoso cábala’ (sí, también somos intérpretes absolutos del ridículo) porque palestinos e israelíes, una vez más, no se entendieron. Llegamos con un residuo insólito de 2014, Marcos Rojo, un jugador pifio que me hace pensar repetidamente porque desistí tan temprano; llegamos con un delantero de origen, Salvio, pensado para el lateral derecho (a este respecto Alfio Basile dijo: “Si en la Selección tenés 1500 jugadores para elegir y vas a poner a un volante que juegue de lateral hay algo que no está bien”); llegamos sin la revelación local, Lautaro Martínez y con una revelación que se enteró que lo era en el propio Mundial, Meza. Sí, llegamos llenos de dudas y desconfianzas, superados por los caprichos de Sampaoli. Y así, en Rusia y hasta ahora, shakespereanamente no resolvimos el famoso ‘ser o no ser’, no supimos ser quienes somos, nada más fuimos más Meza que Messi, una contrasentido que se transformó en el principal dilema a revertir. That is the question.
La lista de barbarismos sampaolianos es abultada. Se lesionó el arquero titular, Romero, y antes de que lo atienda la primera enfermera ya había sido substituido. La lesión de Romero, creo, fue la única ilusión que la vida, en este periodo, le concedió a Sampaoli. Él quería un arquero “que jugara con los pies” (sic)... Es grave porque los pies de Caballero fueron nuestra sentencia de primera instancia, pero por lo menos no quiso un zaguero que jugara con las manos… ¡Ah Sampaoli! Impresentable es lo más respetuoso que calificativamente se puede decir de este Quasimodo intelectual que mal dialoga con nuestros nebulosos policías ruteros y cual barrabrava insulta a los rivales. Para el arco, la presión popular le inscribió en la lista a Armani, pero él, a la hora de salir a la cancha, prefirió los pies cuadrados de Caballero, un buen muchacho, con mejor historia de vida que futbolística. Y, para la tal substitución y como tercer golero, llamó a uno de los peligros más latentes que pisan el planeta fútbol, el Kim Jong-un del arco: Nahuel Guzmán, un queridito de la prensa nativa que cree ser el nuevo René Higuita. Dios no permita que alguna vez ataje en la Selección…
Se lesionó Lanzini, que ya era un tanto cuestionable y bastante sorpresa, y llamó al último en el que podíamos pensar: Enzo Pérez que, en este semestre, participó de cuanto cambio el ‘Muñeco’ Gallardo ejecutó en River; nunca fue crack, pero jamás jugó tan mal como en la actualidad. Sampaoli no lo inscribió en la lista inicial de los 23 que registró en FIFA y, aun así, lo imaginó solución para el partido más importante del último lustro, ante la Republika Hrvatska: tuvo que reemplazarlo a los 68 minutos porque nunca encontró a cualquier croata en la poblada media-cancha del estadio de Nizhny Nóvgorod. Tal vez porque buscaba a Nikola Kalinic, el jugador que el técnico mandó de vuelta a Croacia por ‘falta de compromiso’ con su Selección (casi todos tienen gestos que admiramos, menos los nuestros…).
‘Eso’ es Sampaoli; cuesta decir ‘ese’ es Sampaoli. Tan desconcertante como improbable y mediocre de A a Z. Vulgar en el mejor de los casos. Cree ser la reencarnación de Bielsa, que creyó ser la síntesis de Menotti y Bilardo, el doctor que se auto-invocó legatario de Osvaldo Zubeldía y así llegamos aquí sin táctica ni estrategia, sin plan A, sin plan B, sin letras para montar el scrabble de nombres y apellidos que pueden volver a lastimar la última chance de pelear algo (porque el día que no esté Messi…). Zubeldia y los estrategas de otrora como Antonio Faldutti y, más reciente Timoteo Griguol, que nunca paladearon un Mundial deben estar perplejos.
Ahora bien, creer que todos nuestros males son culpa de este hasta ayer ignoto casildense, es obscurantismo, maldad pura aplicada a un técnico sin carisma y con matices de gnomo convulso. Su chance de dignificarse es renunciar. Y si así no lo hiciere en el próximo minuto, que la AFA lo demita y la patria lo demande… Lo mejor que puede hacer Sampaoli en favor de su equipo es no intervenir más, apartarse. Y la AFA de Tapia (dureza) dejar que Mascherano, quien más conoce a la Selección, el representante de mayor personalidad y prestigio, la única unanimidad nacional –en ese sentido es más que Messi, claro– se haga cargo como Fernando Hierro se hizo de España: forme el equipo, diga quienes tienen que salir a jugar la final del oprobio, que es el partido con Nigeria y san-se-acabó. Y rezar para que Messi tenga una tarde inspirada. Y que el improvisado DT Mascherano ponga a Armani en el arco, impida que Otamendi pegue por pegar y ubique a Di Maria en la posición correcta y no en un rincón de la punta izquierda como lo condenó el desastrado Sampaoli ante Islandia…
Mi equipo, 4-3-3 clásico, para enfrentar a la temeraria Nigeria es el que subsigue:
Armani; Mercado, Otamendi, Fazio y Tagliafico; Di Maria, Mascherano y Acuña; Messi, Dybala y Pavón.
Así, tal vez, tengamos la chance de pasar a Octavos de Final y demostrar frente a Francia (que con certeza ganará el Grupo C) que somos irregulares pero no los peores del mundo. Aún no lo somos, simplemente estamos reuniendo méritos… En tanto, y por si acaso Musa –el nigeriano que le metió los dos goles de nuestra sobrevida a Islandia– quiera ahora complicarnos, no hará mal rogar a San Expedito, el santo de las causas urgentes, para que interceda por nosotros. Todo vale en estas horas. Amén.
(*) Autor de ‘Archivo sin Final’ (Selección Argentina), en español; ‘Gloria Roubada’ (los fraudes en los Mundiales) y ‘Penta’ (Brasil 2002) en portugués, entre otros.