Justo cuando River y otros patean el tablero en la AFA pidiendo la renuncia de Julio Grondona, se cumplen hoy 80 años de un hecho que no sólo marcó el quiebre acaso más claro y profundo en la historia del fútbol argentino, sino que además representó el establecimiento de un nuevo orden en lo referente a su manejo y organización.
Fue concretamente el 18 de mayo de 1931 en horas de la noche que 18 clubes (Boca, Huracán, Racing, San Lorenzo, Estudiantes y Gimnasia de La Plata, River, Independiente, Platense, Vélez, Chacarita, Quilmes, Lanús, Tigre, Atlanta, Ferro, Talleres de Escalada y Argentinos Juniors) crearon la Liga Argentina de Football, que los agruparía hasta ser creada en 1934 la actual AFA.
Ese alumbramiento de un nuevo ente rector del fútbol argentino, en el que los clubes grandes estarían ya acompañados por aquellos contra los que realmente consideraban negocio jugar y no por otros muy chicos a los que también venían enfrentando, trajo consigo una consecuencia que a menudo se destaca como la única importante de todo esto: la llegada del profesionalismo.
En realidad, sin embargo, la adopción de un régimen profesional -es decir, en el que los clubes ya estarían obligados a pagarles un sueldo por sus servicios a los jugadores- fue un hecho menor en comparación al cambio de mando que experimentaría el fútbol argentino con este tercer y último cisma de su historia, al que bien puede calificarse como "El Golpe de los Grandes".
Para entonces, al fin y al cabo, era un secreto a voces que prácticamente todos los futbolistas de Primera cobraban sumas que, si bien variaban mucho según el caso y eran percibidas en negro, hacían que no fuera realmente su objetivo primordial la implantación de un régimen profesional o que se los reconociera como trabajadores.
Lo que sí querían y reclamaron los jugadores en 1931 al punto de hacer la huelga que desencadenó el cisma era el pase libre; es decir, poder quedarse con su ficha y negociarla al mejor postor sin tener que jugar uno o dos años en reserva según el caso antes de cambiar de casaca en Primera, como debían hacerlo desde 1929 en virtud de una muy polémica "Ley Candado".
Esa era sólo una de las reglamentaciones que protegían y beneficiaban a los clubes más humildes de acuerdo con el espíritu imperante a la hora de tomar decisiones en la Asociación Amateurs Argentina de Football, en virtud del laudo que en 1926 había dictado para crearla y solucionar el anterior cisma del fútbol argentino el entonces presidente de la Nación, Marcelo T. de Alvear.
Por esa resolución, que daba un voto para cada uno a 20 clubes en la Asamblea de la Asociación, los grandes quedaban en minoría ante los chicos a la hora de resolver cuestiones como el modo de repartir las recaudaciones o cómo hacer más competitivo el campeonato de Primera, para lo que pretendían bajar considerablemente el número de ¡36! equipos que lo jugaban.
En febrero de 1931, precisamente, un proyecto de Independiente definiría como "cooperativismo absurdo" al reparto equitativo que se hacía de lo ingresado en boleterías entre clubes ya muy convocantes y otros en franca extinción, que al enfrentar a un grande no llevaban ni un diez por ciento del público pero en el momento de hacer caja cobraban igual.
Claramente, la tesitura imperante en la Asociación era que los grandes debían cooperar ejerciendo una función casi benéfica con aquellos clubes muy poco convocantes, no sólo inyectándoles dinero sino también conviviendo con ellos en un campeonato amateur o que no obligara a esas instituciones humildes a gastos importantes para mantener su plantel.
Pero no sólo los grandes estaban descontentos con esa forma de frenar el negocio que el fútbol ya representaba. Como quedó dicho, también los jugadores plantearon su disconformidad con ello, mediante una huelga y una manifestación frente a la Casa Rosada que, más que a ellos, les dio la posibilidad de salirse con las suyas a los clubes más poderosos.
En ese sentido, fue clave la intervención de José Guerrico, intendente de Buenos Aires del gobierno de facto que regía el país desde 1930, quien reunió a los presidentes de los clubes en su despacho y les dijo que la huelga y la implantación del profesionalismo constituían "un solo problema".
Una vez vencida la resistencia de los chicos a aceptar un régimen profesional, sin embargo, surgió otro problema: definir qué clubes jugarían el campeonato de Primera cuyos participantes tendrían que atenerse a esa nueva modalidad. Por supuesto, los grandes dijeron que sólo algunos estaban en condiciones de afrontarlo, y propusieron el descenso de varios equipos a la Primera "B".
Fue entonces que aquellos clubes menos poderosos que gobernaban la Asociación terminaron de cavarse la fosa diciendo que aceptaban el certamen profesional que se intentaba implementar, pero que allí debían ir "todos o ninguno". Porque eso fue la gota que colmó el vaso para que 18 clubes formalizaran su separación de aquel ente como lo hicieron hace exactamente 80 años.
Sin freno para desplegar sus potencialidades económicas y con supremacía política además de deportiva, los grandes fueron desde entonces amos y señores del fútbol argentino. Y por eso fue tan importante aquel lejano 1931. Porque, más allá del profesionalismo, otro nuevo orden comenzó a regir. Y aunque con el tiempo la historia volvería a cambiar, ya nada sería como antes.