La vida y la carrera futbolística de Javier Mascherano estuvo, está y estará marcada a fuego por su relación con la Selección Argentina, donde inició un largo camino en las juveniles y 19 años después se convirtió en el futbolista con más presencias en la historia.
Con cuatro mundiales, cinco Copas América, dos Juegos Olímpicos y la particularidad de haber debutado en la Selección Mayor con sólo 19 años y antes de hacer su presentación oficial en River, el jugador que vistió la camiseta argentina en 147 partidos hizo oficial su retiro envuelto en lágrimas que reflejan la tristeza por una nueva decepción de alguien que siente los colores como pocos.
Ese carácter especial que observó Marcelo Bielsa para darle un lugar en la Selección pese a su juventud, lo fue desarrollando y potenciando como un líder y un símbolo. Su llegada a Barcelona forjó su intensa amistad con Lionel Messi y juntos, uno por fútbol y el otro por personalidad, se transformaron en los dos grandes referentes en la última década de una generación excepcional que no logró traducir en títulos la magnitud de futbolistas que conformaron un plantel que se quedó tres veces en las puertas de la gloria.
Y justamente esa relación cercana a Messi lo convirtió en una especie de padrino o hermano de mayor del mejor jugador del mundo. Y por ejemplo cuando Jorge Sampaoli declara que es imposible enseñarle algo, Masche era unos de los pocos, quizá el único, que podía marcarle cuestiones futbolísticas a Leo.
Mascherano deja la Selección con cinco finales perdidas (Mundial 2014 y Copa América 2004, 2007, 2015 y 2016) pero también con la marca de ser uno de los dos únicos deportistas argentinos (el otro es el polista Juan Nelson) de toda la historia en subirse dos veces a lo más alto de un podio olímpico (medalla de oro en Atenas 2004 y Beijing 2008), aunque es un logro siempre minimizado en Argentina.
Para muchos exitistas con problemas de memoria, Mascherano es la cara de la derrota pero hace cuatro años, durante la Copa del Mundo de Brasil 2014 donde fue figura, su imagen se comparaba con la de los grandes próceres nacionales. Sin embargo, llegó a Rusia discutido aunque una vez más demostró su amor por la camiseta y otra vez dejó sangre, sudor y lágrimas sobre el campo de juego. Sin dudas, se va a extrañar al Jefecito que con el paso de los años se hizo hombre y se transformó en caudillo. Ese tipo de jugadores que no abundan en el fútbol argentino.
(*) Redactor de 442.