El Boca-River de este sábado es el partido más importante de la historia del fútbol argentino entre dos clubes. Nunca antes había llegado a una final de América dos instituciones nacionales, que (no cabe ninguna discusión), son las más importantes del deporte de este país. Nadie deja de hablar ni de pensar en ese partido. Ya no sé cuántas veces me interpelaron- sabiéndome equidistante de unos y otros-, para que los tranquilice con un “ganan ustedes”.
Pero… ¿Y a mí qué me importa? Si hace semanas que sólo pienso cómo va a hacer mi equipo para remontar en juego y en puntos en el maldito Nacional B, que deberíamos animar, y andamos penando por el fondo de la tabla. Sí, señores. Porque yo no soy ni de Boca, ni de River. Pertenezco a otra multitud. Yo soy de Chacarita y eso no me lo pudo cambiar nadie, nada, nunca.
Entonces, para mí, está claro. Si falté al cumpleaños de mi madre o de mi esposa para seguir a mi camiseta (por cierto, la más linda del mundo, dicho sin mi pasión por Roberto Fontanarrosa), ¿cómo voy a dejar de ver a Chaca por un Boca- River, por más final de no-sé-qué? No, amigos. El sábado juega Chaca, anuncian lluvia, y yo voy a estar ahí donde juegue mi equipo, sin ninguna especulación, ni ningún apuro. Eso sí, cuando vuelva a casa, con unos mates recién preparados, prenderé la tele y veré qué me ofrecen los muchachos de Gallardo y de los mellizos.
Y no soy el único. Porque más allá de mis ganas de ver, finalmente, explotar futbolísticamente a Elías Alderete y a Juani Álvarez Morinigo, sé que mis amigos esperan ver a su Ferro, All Boys, Atlanta Berazategui o Nueva Chicago, fanáticos de sus clubes, a quienes tampoco les importa un bledo otro equipo que el suyo, por más Copa Libertadores que se juegue.
“Pero entonces a vos te gusta más tu equipo que el fútbol…” intentan entender los tipos que creen que este deporte es sólo Boca Juniors o River Plate. Pues, claro que no. En mi ADN futbolero están los mejores goles de Gaslini y Renato Cesarini, de Campana y Busico, de Mario Rodríguez y Raúl Savoy, de Angel Marcos y García Cambón, de Nico Oroz y de Rodrigo Salinas. Y a eso voy a la cancha. A buscar eso, que no siempre encuentro, pero que aliento, ruego, reclamo y hasta mendigo. Que mi equipo, alguna vez, me dé ese Fútbol con mayúsculas, que sólo vemos por la televisión.