Hay una manera de medir la importancia de Roger Federer en la historia del tenis más allá de lo evidente, de lo que se ve en un estadio, en tevé o en redes sociales cada semana, de sus veinte Grand Slams o de los 99 títulos que tiene en toda su carrera. La manera es observar entrenamientos de jóvenes que están aprendiendo a jugar al tenis, en Argentina y en cualquier parte del mundo. Hasta hace algunos años, los entrenadores que enseñaban y buscaban optimizar la técnica de sus alumnos y alumnas a través de la biomecánica –el estudio del movimiento humano– usaban como modelo figuras dibujadas. Desde hace un tiempo, esos dibujos se reemplazaron por imágenes y videos del suizo, que desde la fase inicial hasta la final reúne movimientos que los especialistas consideran “perfectos”.
Federer es el Van Gogh de un deporte que deja maltrechos a sus principales rivales y que lo tiene a él como protagonista a los 37 años, una edad en que la mayoría de los tenistas ya están retirados. La perfección de sus desplazamientos que citan como ejemplo entrenadores y estudiosos no es solo una cuestión estética: es, sobre todo, una cuestión de salud. El método para sobrevivir y perdurar en un ámbito de lesionados crónicos, como acaba de dejar en claro el viernes Andy Murray, que con 31 años anunció que en pocos meses dejará el circuito profesional. “Puedo jugar con límites. Pero los límites y el dolor al mismo tiempo no me permiten disfrutar de la competición ni de los entrenamientos. El dolor es realmente fuerte”, precisó el escocés, al que una lesión en la cadera lo está marginando del máximo nivel.
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A diferencia de Rafael Nadal, su histórico rival y el otro gran genio de la última década, Federer no tuvo lesiones importantes a lo largo de su carrera. Lo más destacable fue una operación de meniscos, en 2016, que lo alejó del circuito durante seis meses, y algunos problemas en la espalda que le impidieron jugar la final del Masters de Londres en 2014. Después, nada más. De hecho, es uno de los pocos tenistas de la ATP que pueden jactarse de no haber abandonado un partido cuando ya había comenzado. Y jugó muchos: 1.440 en total (1.180 ganados, 260 perdidos).
Roger tiene un historial de lesiones inverso al de Rafa. El español suple alguna mínima falla técnica con un esfuerzo colosal –en ese nivel, las “fallas” son detalles–, pero eso le fue dejando marcas en su cuerpo: las tendinitis crónicas en sus rodillas, la espalda, sus tobillos y los dolores abdominales son las espinas de su carrera. Solo en 2018 tuvo más lesiones que Federer en toda su carrera: el psoas-ilíaco le impidió seguir en el último Abierto de Australia; debió abandonar en las semifinales del US Open por un fuerte dolor en la rodilla. Y luego, otro problema abdominal le hizo perder el número 1 ante Novak Djokovic. El final del año, hace apenas dos meses, terminó de una manera previsible: Nadal no pudo jugar el Masters en Londres.
Federer, que mide cada participación justamente para equilibrar su físico y también para priorizar a su familia –“quiero estar seguro de que soy feliz por estar en la pista. Si juego mucho, el fuego se va. Por eso, para mí, la familia es mi prioridad y luego viene el resto”, dijo en 2017–, empezó este año con la certeza de que no será el último como tenista, al menos por lo que admitió en estos días.
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Su cambio de Nike a Uniqlo, a mediados de 2018, es también parte de las constantes gambetas que le propone Federer al cierre de su carrera. Mientras muchos medios, empresarios y organizadores de torneos especulan con su retiro, el suizo firma contratos a diez años por 300 millones de dólares. El antifinal. O el final patrocinado.
Porque, si bien él reconoce que está cerca, también reconoce que quiere seguir jugando. “Si el cuerpo me permite jugar, mi familia me permite jugar, si el éxito persiste, si soy feliz viajando, continuaré. Pero las cuatro cosas tienen que funcionar. Si alguna falla, será, tal vez, momento de parar”, detalla.
Su objetivo para este 2019 es impropio de su edad: volver al número uno del mundo. El último fin de semana levantó la Copa Hopman con su país y les ganó a las principales apariciones del circuito –el alemán Zverev, el griego Tsitsipas y el estadounidense Tiafoe– como para homologar su vigencia. Fue un buen modo de tomar envión para lo que empieza este lunes, el Abierto de Australia, que lo ganó en las últimas dos ediciones –2017 y 2018– y en otras cuatro oportunidades. En Melbourne, Federer intentará acercarse a su objetivo. En todo el mundo, los chicos y chicas que están aprendiendo a jugar al tenis lo mirarán para perfeccionar sus golpes. Y para soñar, algún día, ser como él.
Arranca el abierto de Australia
Roger Federer, vigente doble campeón, y Rafael Nadal, su histórico rival, son las principales atracciones de la primera jornada del Abierto de Australia, que comienza este domingo por la noche en Melbourne con la presencia de cinco argentinos (Diego Schwartzman, Leonardo Mayer, Guido Pella, Federico Delbonis y Guido Andreozzi) y sin Juan Martín del Potro.
Federer iniciará el camino hacia su séptimo título, un récord, ante el uzbeko Denis Istomin (99º). Nadal, ganador en Australia en 2009, jugará antes, frente al australiano James Duckworth, que se beneficia de una invitación (238º). También será muy seguida la primera ronda del escocés Andy Murray, que el jueves anunció que dejará el tenis a lo largo de la presente temporada debido a sus dolores en la cadera. Se enfrentará a un jugador en forma, el español Roberto Bautista (23º), que acaba de ganar en Doha.
Por el cuadro femenino, la vigente campeona, la danesa Caroline Wozniacki, se enfrenta a la belga Alison Van Uytvanck, mientras que la rusa Maria Sharapova juega ante la británica Harriet Dart. Sin embargo, la mayor atracción estará en Serena Williams, que en su última competición oficial, la final del US Open, perdió sufriendo un ataque de nervios.
En Nueva York, a comienzos de septiembre, la estrella estadounidense explotó contra el árbitro del partido, el portugués Carlos Ramos, y recibió tres amonestaciones, la última por insulto.
Ante una fantástica Naomi Osaka, que aterriza en Melbourne con su nuevo estatus de sensación de la WTA, se evaporó su sueño de igualar el récord absoluto de trofeos grandes, que tiene la asutraliana Margaret Court, con 24 desde la década de los 70.
Ahora, Serena intentará no mirar atrás y buscar en el Abierto de Australia su histórico 24º triunfo en un Grand Slam.
Es como Messi
Hay un aspecto a destacar en Federer, que es su personalidad y su espíritu de seguir evolucionando. Eso le permite generar modificaciones mínimas para elaborar nuevas tácticas.
De ahí que, de acuerdo a la superficie o al rival, en algunos momentos tome actitudes más defensivas, en otros momentos más ofensivas, juego de fondo, o elija saque y red. Federer es como Messi. Puede jugar de nueve, de falso nueve, de extremo derecho. Se puede adaptar a lo que le piden porque las condiciones técnicas las tiene. Quizá su mayor virtud es que cuando el entrenador pide algún cambio, puede hacerlo. Aunque nada de eso se sostiene sin su profesionalismo, sus descansos y sus intereses.
Su continuidad en el circuito depende exclusivamente de sus ganas, su salud y su capacidad de seguir. Federer puede jugar a este nivel siempre y cuando mantenga la velocidad, la agilidad y su movilidad de piernas, y para eso se tiene que entrenar mucho. En cuanto haya algo que dificulte eso, su capacidad va a caer y se sentirá en los resultados. Y no me imagino a Federer compitiendo para algo que no sea conquistar nuevamente el número uno del mundo. Algo que no sé si va a lograr, aunque sé claramente que puede hacerlo.
*Martín Vassallo Argüello, Ex tenista. Entrenador de la AAT.
Esta nota fue publicada en la Edición Impresa del Diario Perfil.