jueves 28 de marzo del 2024

La otra batalla entre Argentina e Inglaterra

*Por Gustavo Dejtiar y Oscar Barnade | Un plantel sumergido en la ansiedad, la arenga de Diego Maradona antes de salir a la cancha y cierta sensación de venganza.

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El peso de la guerra de Malvinas en ese Argentina-Inglaterra existió y existe. Aunque en los días previos al 22 de junio de 1986, Maradona se empecinara en quitárselo: “Es un partido, no una guerra. La Selección no trajo ni ametralladoras ni armas ni municiones”.

Jorge Luis Burruchaga estaba haciendo el servicio militar en el Regimiento Patricios cuando fue el desembarco argentino en las islas: “Soy categoría 62, y yo ya estaba jugando en Independiente en el 82. El fútbol me salvó porque iba, firmaba y estaba a disposición si llegado el caso faltase gente para ir al Sur. Me presentaba todas las mañanas cuando arrancó el problema, después me iba a entrenar”.

Como Burruchaga, otros cinco jugadores del plantel nacieron en 1962, es decir, pertenecían a la clase que debía ir a las Malvinas. Sergio Batista y Héctor Enrique se salvaron de hacer la colimba por número bajo (226 el Checho, 221 el Negro). Tapia, que ya había debutado en River en 1980, cumplía el servicio militar en Ramos Mejía en 1982, pero, gracias al club, logró quedarse cumpliendo tareas de oficina y evitó embarcarse hacia el Atlántico Sur. A Néstor Clausen, Independiente, el club en el que jugaba desde 1980 en primera división, lo hizo zafar. Oscar Ruggeri recibió el mismo trato que Clausen, pero en Boca.

La guerra de Malvinas casi termina con la carrera de Osvaldo Ardiles en su mejor momento. El cordobés fue vendido al Tottenham inglés, junto a Julio Ricardo Villa por 750 mil libras esterlinas, luego de que ambos se consagraran campeones del mundo en 1978. Lo cuenta el mismo Pitón en Blanco, celeste y blanco, un documental que pertenece a la extraordinaria serie de 30 x 30 de la cadena ESPN: “Antes del conflicto, estaba jugando el mejor fútbol de mi carrera. Si no hubiera sido por la guerra, habría sido elegido posiblemente el mejor jugador de Inglaterra. Fue un shock tremendo”.

Ardiles, ídolo indiscutido del club inglés y muy respetado en Inglaterra, comenzó a vivir un conflicto interno, por tener que jugar un mundial mientras su país de nacimiento y el país que lo adoptó estaban en guerra. Un día después del desembarco argentino en Malvinas, Tottenham jugó la semifinal de la FA Cup contra Leicester: “Cada vez que Villa o yo tocábamos la pelota, nos silbaban, nos abucheaban. Los hinchas del Tottenham, no, nos aplaudían más. Habían puesto una bandera que decía ‘Argentina can keep the Falklands. We keep Ossie’ (Argentina puede quedarse con las Malvinas. Nosotros nos quedamos con Ossie). Pero fue muy difícil”. Después del partido, Ardiles dejó Inglaterra ya que debía sumarse a la Selección que jugaría el Mundial.

Durante el torneo en España, se enteraría de que el avión que piloteaba su primo, el primer teniente José Leónidas Ardiles, había sido derribado por un Sea Harrier inglés. “No puedo volver a Inglaterra”, se dijo el Pitón. Pidió ser transferido, y se sumó por seis meses al Paris Saint Germain, donde jugó los peores partidos de su carrera.

“Era la final anticipada, la final que todos querían –dice Julio Jorge Olarticoechea–. Estábamos pendientes y sabíamos que no solamente nosotros, el país estaba pendiente de ese partido. Y por lógica la vivimos así la noche previa, la ansiedad. Esos partidos son distintos, te cuesta más dormirte, te quedás hablando más tarde en otras habitaciones y te levantás antes. Ese día me acuerdo que todos estábamos preparados para salir media hora antes, en el hall que daba a las habitaciones. Y estábamos ansiosos por ir a la cancha y jugar”.

Brown trata de explicar la dualidad de la situación. Eso de intentar no poner el conflicto en el medio, pero saberlo como excusa íntima, el objetivo: “La verdad, nosotros nunca metimos la guerra dentro del partido, pero sí individualmente todos queríamos jugarlo porque sabíamos lo que había pasado años atrás. Como que nos teníamos que vengar, ¿me entendés? Porque era así”.

Esa guerra inútil marcó para siempre un choque que ya traía su propia historia. Arrancando con el famoso gol de Ernesto Grillo desde un ángulo muy cerrado en 1953, hasta el escandaloso 0-1 en el Mundial 66, cuando los ingleses eran anfitriones en Wembley y el árbitro alemán Rudolf Kreitlein expulsó a Antonio Rattin. El volante argentino tardó una eternidad en salir de la cancha, y en su derrotero, tuvo la feliz idea de estrujar una banderita de Inglaterra. El entrenador inglés Alf Ramsay llamó a los argentinos “animals” luego del encuentro, y la pica se instaló para siempre.

Incluso durante el conflicto bélico, en 1982, aunque no se cruzaron en el Mundial, el fútbol estuvo presente en las Islas. “En la última mañana de combate, el 13 de junio, un día antes del fin de la guerra, yo estaba junto a mi sección, juntando las municiones que iban a ser destinadas a Monte Longdon, donde se desarrolló una de las batallas que terminaron con la rendición de las tropas argentinas”. El que cuenta es el periodista y ex combatiente Marcelo Rosasco. “Al mediodía, mientras transportábamos las municiones hacia un camión Unimog, comenzó un bombardeo cruzado y nos dieron la orden de ir a las trincheras que habíamos cavado. Nos tiramos de cabeza, por el riesgo de que alguna esquirla nos lastimara o nos matara. Mientras escuchábamos el bombardeo, encontramos escondida en la trinchera una vieja radio, que seguramente se había llevado otro soldado de alguna casa deshabitada. Empecé a jugar con la ficha y de repente comenzó a escucharse un sonido, un ruido de fritura del aparato. Al ratito apareció la voz de José María Muñoz relatando Argentina-Bélgica, el partido inaugural del Mundial de España. Entre la transmisión entrecortada y el pánico que teníamos por lo que nos podía pasar, escuchamos un grito de gol, pero no sabíamos de quién era. Cuando nos enteramos que había sido de Bélgica nos bajoneamos más de lo que ya estábamos por estar ahí. Pero te puedo asegurar que durante 5 o 10 segundos que parecieron eternos, nos olvidamos que estábamos en una guerra, en una situación límite. Y hasta nos dimos el tiempo para amargarnos. Tuvimos que volver a nuestras posiciones originales, sin la radio, y con la tremenda ansiedad por saber cómo había salido Argentina. Nos enteramos que había perdido 1 a 0, un día y medio después, cuando ya había terminado la guerra”.

Para el que nunca vivió ese partido del 22 de junio de 1986 desde adentro –la inmensa mayoría de los argentinos–, el Tata Brown se lo explica y se lo hace vivir: “Yo siempre digo lo mismo: hay que estar en ese momento en el túnel, con la gente de Inglaterra a la derecha, en el medio los árbitros y a la izquierda el grupo argentino, y Diego que iba caminando y te decía: “Vamos ¡eh!, vamos que estos hijos de puta capaz nos mataron a un vecino, nos mataron a un familiar, estos hijos de puta, vamos, ¡eh!”. Todo así. Después vos llegás a mitad de cancha y te ponen el Himno… Y te digo la verdad, a mí por ejemplo, en esos momentos, me ponés el Himno y yo me pongo el cuchillo entre los dientes y salgo a correr. Y así lo pensábamos todos. Por eso fue un partido como el que fue. Por eso se festejó tanto. Eso sí, nosotros, jamás una declaración, jamás nada de nada. Pero interiormente, sí. Porque, por ejemplo, gente de mi pueblo, de Ranchos, no volvió más de las Malvinas. Gente de Chascomús no volvió más de las Malvinas. De General Belgrano, de Villanueva, todas pequeñas localidades de mi zona de Ranchos, muchachos con los que jugábamos al fútbol, no volvieron más. Y yo no sé cómo fue todo, pero yo lo que quería era ver de qué manera me podía vengar ganándoles un partido. Dejé la vida. Y todos pensábamos lo mismo. Queríamos vengarnos de esa manera. Jamás hablamos de que al problema de Malvinas lo íbamos a llevar a la cancha porque te estaría mintiendo. Eso jamás lo hicimos. Pero de un mediodía a otro mediodía nos transformamos todos”.

Esta nota fue publicada en la Edición Impresa del Diario Perfil.